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CÁLCULOS DEL AIRE

ÓRBITA DIVULGATIVA

Si levantara la cabeza

Si levantara la cabeza

Si hoy levantara la cabeza uno de nuestros más ilustres sabios, no tengan la menor duda de que volvería a esconderla. Si este sabio, viera que a pesar de los grandes avances tecnológicos conseguidos, seguimos en el fondo de los mares en cuanto a avance moral, se asustaría tanto que posiblemente enfermaría mentalmente ante el desfase, descuadre y retraso de nuestra sociedad.
Intenten adivinar quién puede ser, leyendo las pistas que el texto ofrece, no muy cuantiosas ni ingeniosas todo hay que decirlo, pero sí suficientes como para que aquél que no pertenece al ostracismo español pueda adivinarlo.
Bien pudiera ser un personaje del mundo de las letras, pues escritos no le faltaron y de gran calidad, bien pudiera ser un personaje de la ciencia, pues descubrimientos no le faltaron y de gran calidad, bien pudiera ser un personaje de la política pues ofrecimientos no le faltaron y de gran calidad, bien pudiera ser un personaje del arte, pues grandes obras no le faltaron y de gran calidad, bien pudiera ser un personaje de la fotografía pues instantáneas no le faltaron y de gran calidad, y pionero en ciertos aspectos de este campo por cierto, bien pudiera ser un personaje del humanismo, pues pensamiento no le faltó y de gran calidad.
¿Aún no saben quién puede ser?
Vino a decir un día algo así como que el problema del ser humano no es cometer errores, sino no reconocerlos ni aprender de ellos. Necesitaba ver y tocar para sentir, para comprender, para explicar, para dar forma a todo aquello que le rodeaba y darle sentido, que no le faltó a todo aquello que tocaba y trataba.
He de decir, en mi opinión, que este gran sabio, ha sido un accidente en España. Personajes como él, aparecen cada cien siglos, y en el caso de España, posiblemente más aún; sirva de ejemplo este caso, para agradecer y recordar a todos aquellos grandes sabios que España ha dado y que han hecho que el resto del mundo nos mire un poquito aunque sea de reojo, y no nos desprecie por toda la ignorancia y destrucción que la mayoría de otro tipo de personajillos han conseguido a lo largo de nuestra existencia en la Península.
Si en su época hubiera dispuesto del material que existe hoy, si se le hubiera reconocido, aparte de su obra, los méritos que tiene conseguir lo conseguido con los escasísimos medios que le ofrecían, hoy día las nuevas generaciones de este país valorarían más las cosas importantes de la vida, los verdaderos valores, sería una juventud mucho más madura y crítica y menos hipócrita. Pero no, vivimos en una sociedad consumista y capitalista que frena el avance del progreso mental para darle prioridad a la masa de marionetas en que nos convierte el poder para satisfacción de unos pocos. Estas palabras más que mías, estoy seguro que fueron suyas, y bien podría firmar este artículo sin ningún género de dudas.
Don… no levante la cabeza, que no se merece enfermar; bastante hizo ya por el mundo, y mire como el mundo lo agradece, mire como la sociedad ha dejado de ser crítica, pero sigue siendo hipócrita, porque critica pero se vende, critica pero no actúa, pone de moda manifestaciones y discursos para la foto, en vez de coger el toro por los cuernos y empezar a construir el verdadero avance.
Ya ve, hoy día, cualquiera que consiguiera la décima parte de los premios y logros que usted consiguió, se creería Dios; no vea cuantos dioses me encuentro cada día por la calle, en el trabajo, en cualquier lugar. Mi pregunta es, ¿si esos dioses dispusieran de los escasos medios, de los escasos apoyos por parte de su gobierno, de los escasos apoyos de su sociedad en general de los que usted dispuso, qué sería de todos estos endiosados?
¿Cómo alguien con tan poco consiguió tanto, y cómo tantos con tanto conseguimos tan poco? Posiblemente porque moralmente aún no hemos alcanzado la suficiente madurez como para permitirnos el privilegio de considerarnos seres humanos; baste echar una mirada al mundo que nos rodea para pensar en esto por muy fuerte y crítico que parezca.
Al decir que usted fue un accidente, no estoy diciendo que fuera una tragedia, sino todo lo contrario, fue un pico que nos encontramos en un camino plano, tan difícil de que se produjera en un tipo de país como éste, que hace conferirle un mérito imposible de describir, creado y construido de sí mismo, sin fuerzas externas, tan difícil imaginar que pudiera darse. Es por eso, que el asombro ante un sabio de esta naturaleza, es tan grande que no habría mundos suficientes en el Universo para rellenarlos de tal.
Es una pena que vivamos en un país donde sólo aparecen “accidentes”, ¡ojalá algún día dejásemos de ser marionetas para empezar a dejar de ser sólo accidentes! Y fuéramos un conjunto, una constancia, de la que poder estar orgullosos, y no meramente una masa que se mueve en virtud hacia donde le conviene que se mueva el personajillo de turno de las multinacionales y de los sillones de los parlamentos.
¿Saben ya de quién se trata?
Sí es así, enhorabuena, si no es así, se trata de Don Santiago.


Dr. Martín-Rubio

Blanca Navidad

Blanca Navidad

Esta noche, es nochebuena. Grandes globos de felicidad, efímera y comercial, flotan pendiendo de un hilo, en los corazones de las personas de bien. La ciudad se ha convertido en una feria de caballitos donde hay colgado a todo lo ancho de la calle, esqueletos iluminados por miles de bombillas mientras que abajo, en los escaparates de las tiendas, el espumillón y las bolas de colores incitan al viandante a gastarse su dinero en las temibles e interminables compras navideñas. Las esquinas del barrio se animan con las llamadas de jóvenes disfrazados de Santa Claus, que como el mejor de los magos, hacen aparecer de la nada una sonrisa en los rostros helados de los transeúntes, y agitan su campana a la vez que reparten caramelos de naranja a los impresionados niños, dubitativos entre acariciar el suave tacto del traje de terciopelo rojo o acurrucarse bajo la protección de su madre. Los vecinos se saludan en el portal amablemente y se desean feliz navidad mientras el bochinche de los chiquillos con sus panderetas se les acercan a pedir el aguinaldo, pero no les dan ni una peseta. De algún bar sale un borracho con la nariz roja de alcohol y el aliento oliendo a vinazo, se escupe en la mano para tocar la zambomba y canta ininteligibles villancicos entre risas hilarantes. Parece ser que todo el mundo es feliz y disfruta del día tan especial donde reinan regalos, corderos y dulces.
Aunque algunos trabajan no es impedimento para celebrar la navidad. A Juan Terrero, vigilante jurado de una fábrica. Hoy le ha tocado guardia de veinticuatro horas y no saldrá hasta mañana de madrugada, casi al alba.
Por ser un día especialmente señalado y entrañable, su mujer y su hija de apenas dos años le han hecho una visita a su puesto, una caseta prefabricada situada en la entrada principal. Han ido a desearle buenas noches y a llevarle la cena consistente en un bocadillo de jamón, una manzana, una Pepsi, y como especial, envuelto en papel de aluminio, un poco de turrón blando. Hoy no podrá compartir el ágape navideño en compañía de la familia, ni va a ver por la tele el mensaje de Su Majestad el Rey, ni el especial de Martes y Trece.
Hoy en todos los hogares se pone la vajilla y la cubertería del ajuar de hace casi treinta años, cuando era el no va más, convirtiendo la mesa en un gran bazar de todo a cien donde las cabezas de las gambas insisten en perderse en las arrugas del mantel bordado. Hoy que hasta las gracias del cuñado imbécil nos hacen reír, hoy Juan está un poco triste y se siente solo en su garita.
Sobre su escritorio, al lado del gastado teclado del ordenador, tiene extendida una servilleta de papel a modo de tapete y encima, como si de un manjar de marajá se tratara tiene la humilde cena de navidad. Cuando acabe con las viandas hará la ronda de las doce y volverá a su puesto. Tendrá que abrocharse bien el tres cuartos porque esta noche el viento Eolo del norte está de farra por estos meridianos, dispuesto a enfriar hasta las lágrimas que caigan del cielo.
Pasan las horas y no puede dejar de pensar en su casa. Ya estarán todos dormidos y tal vez ahora Papa Noel se esté colando por una ventana para dejarle algún regalo a su hija, y por qué no, a él también, este año ha sido bueno y ha hecho méritos ante el abuelete del pijama carmesí.
Empieza a imaginar cómo será. Alto como un gigante y con una poblada barba plateada y arracimada de caracolillos. La voluminosa tripa que le salta por encima del grueso cinturón delata su desmedida afición a la cerveza, manteniendo una lucha por reventar los botones de su casaca roja. Hiende los cielos con su trineo de oro tirado por los fieles e incansables renos.
Mientras sus pensamientos se pierden en el horizonte de estrellas, el frío arrecia y Juan se acurruca un poco más en la silla, se sube las solapas hasta esconder la rosada nariz y se frota vigorosamente las manos. Las piernas hace rato que dejaron de dolerle, ahora ya no las siente.
De pensar en su hogar un calor tibio empieza a recorrerle todo el cuerpo. Y como si estuviera en el sillón del salón frente a la tele, con la antigua estufa de butano calentándole los pies, se queda profundamente dormido. Mientras en el exterior empiezan a caer perlas de nieve, lentas, esponjosas y heladas.
Cuando el alba se despereza y deja paso a su hermano sol, el esplendor del nuevo día deja ver que la nevada nocturna ha sido copiosa. Los coches que había aparcados en la calle están arropados bajo una sábana de copos blancos, impidiendo ver color o modelo alguno. Los tejados parecen hechos de azúcar glasé donde reposan somnolientos los pajaritos mañaneros, abajo las calles están desiertas a la espera de albergar una jauría de niños dispuestos a jugar a una guerra con bolas de nieve y a hacer grandes y gordinflones muñecos.
Todo indica que con semejantes ingredientes hoy se cocinará un maravilloso y soleado día invernal. Este año sí podremos decir, como en la canción, que es una blanca y dulce navidad.
El rey de los astros encuentra a Juan sentado en la silla, dentro de la caseta. Con el mentón apoyado en el pecho, ladeando un poco la cabeza. Su semblante es feliz y una sonrisa le cruza toda la cara como una nebulosa de azahar. En las pestañas brillan pequeños cristales de escarcha nacarada y de los labios, ya sin color, pende una finísima estalactita de agua congelada. Todo el pelo se le ha quedado endurecido y cubierto de hielo y el color de la piel se ha teñido de blanco azulado.
Los extensos campos de alrededor están cubiertos por una tupida capa argéntea y los conejitos corren por encima dejando a su paso una hilera de huellas. El frío de la noche ha sido atroz e implacable. Juan, solo y amodorrado en su refugio, también ha sucumbido a las crueles inclemencias de la noche navideña.

Fernando García de la Rosa.

Has salido a las afueras

Has salido a las afueras

Has salido a las afueras
donde te invocan abiertas las praderas de la tarde
y has contemplado, distante, las eras vacías,
el desolado viento del nadie.
Los días de la cosecha, la interminable sed
de los días vencidos, la combatida dureza
contra la primera materia
del sol, del viento, de la tierra,
del viejo fuego regenerador.
Te has alejado hasta hallarte frente al silencio
del mundo
y has preguntado de nuevo a Dios
el porqué del dolor, el porqué de unas manos que
preguntan
y sólo les contesta una más grande pregunta
del silencio universal,
del vacío abismal que el alma enloquece.
Ausente en el concierto de los árboles,
en el paso de las nubes, en los maduros tonos del otoño
has obtenido la antigua sabiduría
de la hierba recién regada por la lluvia,
del hombre conciliado con el mar y su destino
y has preguntado por la significación del existir,
de ser así, hermosamente
en la luz recién inaugurada
y has sentido en el aire libre desnudo el corazón
ligero como el vuelo de las aves
hacia esa bondad que conduce a la ternura del mundo.
Te invoca la frescura de la brisa
que viene a nombrar tus palabras
como racimos maduros entre bruñidas pámpanas
y tu pregunta es el bieldo que lanza al aire
las vivas semillas de una lejana esperanza.
Ahora sólo queda el tamo de los días derruidos
cuando ahora son desnuda luz
de los abiertos caminos a la primera libertad,
ahora puedes dejar, dejar pasar
cual manso río el fluir de sus aguas
el lastre de un tiempo ciego, de negados días
condenados, no vividos.
Ahora puedes empezar a recobrarte
más allá de la sorda mentira del mundo
y obtener al fin esa ternura que es sabiduría,
hermosa paz de tu otoño
que vendrá a abrazar tu frente de estrellas
y tu dolor combatido.


Aurelio Campos

La Plaga II

La Plaga II

Un verano de tórridos atardeceres se estaba colando a codazos en los verdes y cristalinos días de primavera. El sol, inmisericordioso y lacerante, caía a plomo sobre la superficie de la tierra, abrasando los prados de hierba esmeraldina y calentando como una sopa el caldo espeso de las charcas, en las afueras de los pueblos, donde vivían inquietos, dedicando su vida a una constante reproducción, anfibios, reptiles y crujientes insectos.
También en sitios acotados por el cemento y el hierro se dejaba colar la plúmbea calidez veraniega. Y en los polígonos industriales, atiborrados de grandes fábricas aportando su parte de energía calórica al medio ambiente se notaba, más que en ningún sitio, los dementes estragos de las altas temperaturas.
Una de ellas, perfilada en el industrial paisaje como una gigantesca mole de ladrillo con exageradas chimeneas, vomitaba una interminable columna de humo blanco y pastoso que se desperdigaba por los alrededores, sumiéndolos en una eterna niebla londinense. En ella se fabricaban tornillos y tuercas para maquinaria pesada y los robots hacían casi todo el trabajo dejando muy poca iniciativa a los empleados. Los pocos que quedaban, resignados ante la intratable fuerza de la subida del mercurio en los termómetros, siempre tenían sus pensamientos revoloteando por las refrescantes y eróticas playas litorales, que en breve, serían el lugar destinado para pasar el periodo vacacional. Otros operarios, abstraídos del mundo que les rodeaba, tenían a todo su ejército de neuronas concentrado en el quehacer diario, monótono y rutinario, de colocar las piezas metálicas en una caja de cartón, todas con la cabeza hacia abajo y perfectamente alineadas, como si de un ejército de hierro se tratara. Y todos, en general, esperaban a que llegara la hora de irse a casa.
Uno de estos artesanos de la rosca fue el primero en atisbar, entre la jungla de cables, moldes y mangueras, a uno de los que más tarde sesgaría los más humildes proyectos estivales, sembrando una mortífera pesadilla.
Lo encontró posado sobre una encimera repleta de herramientas. Era un mosquito de dimensiones desorbitadas, inusual en tan pequeño ser vivo. Tenía ojos opacos y enrejados como una celosía, una pequeña trompa peluda enrollada en una espiral que estiraba, de vez en cuando, como una serpentina. Las patas eran como finísimos sarmientos que soportaban el peso de un cuerpo translúcido y hemoglobino, enclenque pero capaz de picar y chupar la sangre de un hombre con un peso mil veces mayor que el suyo hasta adquirir el doble de su corpulencia. Sus alas eran grandes como pétalos de rosa, pero de un color gris quemado y mortecino.
- ¿Has visto eso, Pablo?- Comentó Luis, un trabajador del turno, a otro de su sección- da miedo mirarle, debe haberse alimentado con hormonas del crecimiento.
- He oído decir en el telediario que hay una plaga de no sé qué que viene de África y que son muy dañinos para el campo.
- Pues este me parece que no va ir muy lejos y se va a quedar aquí con nosotros. Para siempre.
El impulso animal y verdugo que todos llevamos dentro, hizo sucumbir al insecto bajo la brusquedad del acero de la mano del hombre.
Al día siguiente, otro vampiro con alas gigantes fue el causante del titánico picotazo asestado al encargado del turno, provocándole una hinchazón sonrojada en la zona de piel afectada. Más tarde y según iban pasando las horas, la presencia de los pequeños seres aumentaba al igual que el número de víctimas. En el ocaso de la tarde la presencia de los chupópteros disminuía, ocultándose en escondrijos invisibles, y ya entrada la noche, no se veía a ninguno revoloteando por el aire viciado. Todo el mundo creía que habían desaparecido misteriosamente, o bien se habían convertido en el manjar de algún depredador. Y así, en paz, pasaron unos días hasta llegar el fin de semana, sin rastro de mosquitos, y curiosamente ningún otro bicho raro como arañas o moscas.
El lunes, después del merecido descanso, el primer trabajador que llegó a la fábrica, aparcó su coche en el hueco preasignado en el aparcamiento, todavía vacío. En el trayecto hacia la entrada se encendió un cigarrillo y ya le llamó la atención el terrorífico zumbido que manaba del interior del recinto. Si él era el encargado de llegar antes que nadie para encender el alumbrado, ¿quien podría estar haciendo ese ruido?
“Probablemente sean las tuberías de ventilación que están obstruidas”, se decía a sí mismo para tranquilizarse. “Aunque tal vez debería esperar a que llegue algún compañero, pero si no es nada pensará que soy un cobarde, así que lo mejor es que entre yo solo”.
Era un susurro atronador que paralizaba los sentidos y arrugaba el alma. El camino hasta la zona de recepción se le hizo eterno, haciendo cábalas y promesas. Abrió la puerta y entró. Allí el insólito murmullo era aún más desconcertante y bullicioso. Se dirigió titubeante hacia la entrada de acceso a la planta de fundición con el corazón luchando por salir a borbotones por su garganta. Agarró el picaporte y lo giró con pereza, temeroso ante lo que pudiera encontrar al otro lado. Lo que vio le dejó petrificado y sin control para reaccionar, con las pupilas dilatadas y la boca inmovilizada en una mueca de horror. Se encontraba ante las puertas de un terrible reino infernal. El de los mosquitos.
Una gran túnica cenicienta en constante movimiento lo cubría todo. Millones de insectos hacinados por el suelo, paredes y techo, esperaban expectantes la llegada de algún ser vivo con que alimentar sus hambrientos cuerpecitos. Cuando vieron entrar al operario una buena cantidad de ellos se abalanzaron sobre él arropándolo como si de una manta mortuoria se tratara. Cubrieron su cuerpo en pocos segundos y le derribaron contra el suelo debido al peso que suponía la unión de toda la manada. Los asquerosos bichos se le metían en los ojos impidiendo parpadear y clavándole sus aguijones en la convexidad del iris. Ascendían por la pernera del pantalón y por las mangas de la camisa en busca de zonas más extensas de piel donde poder adherir sus patitas pilosas, causando un insoportable cosquilleo y dándose un opíparo festín de picaduras que no cesaban de causarle dolor. El insoportable tormento le obligó a revolcarse por el suelo, rodando como un cilindro sobre sí mismo en un intento, desesperado e inútil, de librarse de la mortífera carga que le había caído encima. Los diminutos asesinos se colaron en las oquedades de su nariz y en la cúpula de su faringe, robándole el aire reconstituyente necesario para evitar asfixiarle y dejarle muerto sobre la alfombra de dípteros. Los alaridos se ahogaban en el mullido enjambre mientras las uñas de sus dedos abrían surcos de impotencia sobre el impenetrable hormigón del suelo. La agonía fue decreciendo en la misma proporción que aumentaban sus posibilidades de morir asfixiado. Minutos más tarde el cuerpo del trabajador yacía inerte, oculto bajo la voracidad del holocausto.
En la zona más tropical de África, rodeado de selvas en continua anarquía arbórea, las ciénagas albergan en su seno a un tipo de mosquito, el Cíclope Antracitus, que tras las mutaciones sufridas durante miles de años han hecho del insecto un terrorista contra animales de otra especie. Conviven en enjambres de millones de individuos y se alimentan exclusivamente de sangre caliente. Muchas han sido las expediciones de científicos y aventureros que han viajado en busca de sabiduría o de tesoros ocultos en los meandros de los ríos salvajes, y todas sucumbieron ante el poder destructor del rugido de la plaga. Nadie volvió a la civilización para descubrir a la humanidad los ocultos secretos de la gran masa mortífera.
Sin embargo, una hembra de la especie, ensimismada por el placer que le supone el succionar el plasma sanguíneo se quedó asida como una ventosa a un primate, el cual fue capturado por un grupo de expedicionarios en busca de especies protegidas para traficar con ellas. Así pues, el mono y su parásito fueron embarcados en un avión rumbo a una ciudad importante de Europa.
En la gran urbe fue donde, una vez abandonado el cuerpo del simio, fue volando, ya borracho de sangre, hasta el calor de una fábrica de fundición donde depositó sus huevos, creando así el germen de una pesadilla. La misión de las larvas recién nacidas sería alimentarse y reproducirse hasta el infinito, con el fin de dominar bajo una dictadura de picotazo a otras familias de vertebrados.
La plaga ya se había adueñado del solar y en su trampa maldita iban cayendo, uno por uno, el resto del personal que acudía al trabajo. La voracidad del enjambre se saciaba, únicamente, con la hematosucción de los cuerpos de los trabajadores.
Hasta que uno de ellos, atemorizado por el murmullo de la turba, decidió no entrar y mirar por una pequeña ventana que, si bien no estaba a gran altura, sí era necesario buscar alrededor algún utensilio con lo que auparse hasta el alféizar, y lo encontró no muy lejos. Era un contenedor de basura que arrastró hasta debajo de la cristalera para subirse a contemplar el espeluznante banquete que se estaban dando los bichos homicidas. Inmediatamente frenó el paso del resto de sus compañeros y buscando en su agenda del teléfono móvil llamó a unos expertos en exterminación de plagas que conoció durante las vacaciones. Cuando llegaron fumigaron el interior del local a través de los aireadores del techo y de los conductos de ventilación, pasado un tiempo prudencial el diagnostico de los exterminadores fue que eran inmunes a su veneno. Más tarde se presentaron en el lugar los bomberos y declararon que si las cicutas y los pesticidas no podían con ellos, sólo el infierno de las llamas, que ellos conocían tan bien, podría difuminar su poder hasta convertirlo en cenizas. Convertirían la fábrica en su horno crematorio a base de bidones de gasolina y llamas.
Se asperjó con líquido inflamable todos los alrededores del recinto y uno de los bomberos, como antítesis de su trabajo, prendió la llama que llevaría al edificio a convertirse en una gran pira de sacrificios a dioses paganos. El color anaranjado y azul de las soflamas arropaba, con un cálido y mefistofélico abrazo de formas variables, al cartón y al plástico almacenado, convirtiéndose en el detonante de una gran explosión. El torrente de humo, en su atropellada y serpenteante huida hacia el cielo, dibujaba efímeras y macabras siluetas de diablos obesos con movimientos voluptuosos. La factoría se convirtió en un gran bosque de lenguas de fuego, donde ardió castigada, la plaga de mosquitos.
Pero todavía hoy, en las zonas más internas de África, permanece dormida la gran amenaza que acecha a nuestro planeta Tierra. Cuando decidan expandir su dictadura de chupasangre, la humanidad estará perdida y todos nosotros yaceremos muertos en los confines del Tártaro.

Fernando García Critilo

El amo de la plantación

El amo de la plantación

Dentro De La Oscuridad


He abrazado la oscuridad de la muerte y he vuelto a nacer. Jugué una partida con la locura y perdí, de mi no queda más que la sombra que proyecta la oscuridad de un alma perturbada. Sin remedio, he caído en las garras de la desesperación, pero por algún motivo me quedan fuerzas suficientes para intentar renacer.
He encontrado la forma de permanecer lúcida escribiendo este diario. No estoy segura de que estas líneas sean mi pasaporte para recuperar de nuevo mi cordura, pero he de intentarlo, para de nuevo formar parte del mundo de los vivos. No quiero permanecer en este nicho frío, esperando a que los gusanos animados por el hedor de la muerte se den un banquete a mi costa, llenando sus grasientos y pequeños estómagos.
Debo respirar fuerte, dejar que el aire penetre por mi nariz, recorra mis pulmones buscando la fuerza necesaria, la que necesito para comenzar a hurgar en mis entrañas hasta llegar a los puntos más oscuros de mi ser. Una vez que he respirado profundamente y he abierto mi herida, esa que parece que cada día que pasa supura más, la que yo sé que no se curará hasta que la halla limpiado de todos los gérmenes que la envenenan y cuyo olor pestilente forma parte mi ser tanto que a veces he deseado arrancarme la misma carne para librarme de tanto pesar.
Ahora sé que es el momento de terminar con el cáncer que me ha consumido toda mi vida. Sí quiero volver a caminar sin mirar atrás, sin tener miedo de lo que los demás digan o piensen de mí, este es el momento. Quizás no tenga otra oportunidad para reunir el valor y bajar a las cloacas de mis recuerdos. Si no lo hago ahora permaneceré enterrada viva en esta oscuridad, en compañía de mi única amiga, la locura.
Miro las hojas de papel que sostengo en mi mano, son de un blanco tan intenso que parecen desafiarme a un duelo a muerte, mirándolas puedo adivinar lo que parecen pensar sobre mí. Creen que no podré trazar ni una pequeña línea en su inmaculada superficie, piensan que soy una perdedora y que nunca he hecho nada ni lo haré.
Pero no debo escucharlas, he de mantener la mente en blanco para comenzar a escribir las primeras palabras que me liberarán de mi propia tortura mental. De nuevo respiro hondo y comienzo a relatar lo que será mi pasaporte a una vida mejor, sin miedos ni pesadillas a media noche que me mantengan alerta como un soldado de élite, y que por fin pueda dormir, sólo dormir, eso es lo que quiero.


Carmen Sant-Omer

Molinos de viento

Molinos de viento

Para amoldarse a los incipientes tiempos que corrían, donde el reciclaje de residuos y el ahorro en las energías no renovables son las mejores herramientas para no embargar el futuro del planeta, la directiva de Mecaplast decidió construir una nave anexa a la principal de producción, donde revestimientos de plástico defectuosos se tratarían convenientemente para volver a utilizar el material de que estaban hechas.
El nuevo almacén era como una caverna de estalactitas donde las piezas emergían de todos los lados formando columnas, que en un intento infructuoso de abrazarse con las telarañas del techo se desmoronaban por el suelo esparciendo sus trozos por doquier. Había unos grandes contenedores de cartón, y cada uno albergaba en su interior los productos rechazados, seleccionadas convenientemente por colores y tipo de material reciclable. Al fondo, en un recodo de ruido, el run run de una máquina imponente e intimidatoria dejaría sorda a una manada de elefantes. Se trataba, indudablemente, del molino.
El diabólico artefacto era una caja opaca de hierro con una gran boca que devoraba todo lo que le echaran. Tenía metro y medio de alzada y a sus pies había una plataforma para subirse a ella y así ponerse más a la altura del triturador. Dentro, un complicado compendio de engranajes y cuchillas de acero, giraban con un movimiento mareante para despedazar cualquier objeto que cayera en sus entrañas. Podía reducir un simple cenicero de plástico a miles de partículas. Luego estos trocitos se volvían a utilizar mezclándolos con material nuevo para producir las distintas partes del automóvil.
Y al frente de todo este mecanismo estaba Juanito. Sabía siempre qué moler de las distintas referencias. La cantidad exacta en las mezclas, el tipo de componentes de cada pieza. Era el mejor. Bruñido en profusos años de experiencia, se tomaba su trabajo muy en serio. De edad madura, se acercaba con peligro de perder la juventud al horizonte de los cuarenta. Sus brazos eran un mapa de tatuajes protesta, rúbricas de un pasado tormentoso, que llegaban incluso al pecho desparramándose por una gran panza hinchada probablemente por el exceso de alcohol. Pero todo el mundo le quería y la prueba más fehaciente era que le seguían llamando cariñosamente por el diminutivo de su nombre.
El 4 de julio, glorioso día de la independencia estadounidense, Juanito había realizado, como siempre, sus quehaceres diarios con ahínco y devoción, cuando a media mañana el encargado que le tenía bajo su mando, un señor serio y con bigote, tras buscarle por toda la fábrica no consiguió encontrarle por ningún lado.
Escudriñó por todos los departamentos de oficinas, en la nave de logística, en la zona de los filtros, en todas partes, pero ni siquiera la estela de perfume caro que desprendía Juanito se podía olfatear por ningún lado.
Albergando en su interior una preocupación mal disimulada, fue preguntando a los trabajadores si alguien lo había visto. Conforme la vela del tiempo se iba consumiendo el desconcierto anidaba en todo el personal que no dejaba de preguntarse dónde estaría Juanito. Nunca antes se habían hecho tantas investigaciones para encontrar a una persona en la fábrica, casi cuatro horas, aunque con frecuencia la gente desaparecía por un largo periodo de tiempo, era algo pasajero que no pasaba de ser un simple escaqueo.
Mientras, en la planta de producción, un suceso extraño empezaba a surgir. Algo iba mal. Saltaban las alarmas de las máquinas y las piezas eran fabricadas con falta de llenado o con ráfagas de otro color. Los mecánicos modificaban parámetros y datos pero no conseguían dar con una solución acertada al problema. Poco a poco la fábrica va parando prácticamente entera. Los técnicos de calidad se ponen de inmediato a estudiar el fenómeno y uno de ellos, al inspeccionar el octavin de materia prima, descubre trocitos de partículas desconocidas. Hay gránulos de plástico manchados de una sustancia roja ennegrecida, parecen coágulos sangrientos.
El laboratorio se convierte en un frenesí de pruebas y análisis, y finalmente los expertos llegan a una horrorosa conclusión. Tras analizar la mayor parte del material, no hay duda de que está mezclado con pelos, huesos, sangre y carne pertenecientes a un ser humano.
Se trataba, sin lugar a dudas, de un asesinato. Por lo tanto, los hechos se pusieron en conocimiento de la policía, que las primeras pesquisas las realizó reclamando el visionado de la cinta de video grabada por la cámara de circuito cerrado de vigilancia de la nave de reciclaje, para ver cómo llegó el cuerpo al octavin de material y lo más importante, saber de quien se trataba, aunque todos podían intuirlo.
La proyección de la película tuvo lugar en las mismas instalaciones, junto al inspector estaba el director de la fábrica y el jefe del molino, ya saben, un señor serio y con bigote. La grabación desprendía un horror que inundó la sala por la crudeza de los hechos. Y dejó abierta la pista para una necesaria y minuciosa investigación sobre lo acaecido en la fábrica.
La cámara, situada en un ángulo superior del techo, abarcaba con su ojo escudriñador la mayor parte del recinto, en una esquina situado en mitad de la nada un amenazador y estático artefacto metálico rugía con sus fauces abiertas. Lo que parecía un gigante no era otra cosa que el molino, que igual que a Don Quijote en su aventura de los molinos de viento, imponía y acobardaba a cualquiera.
Por allí deambulaba Juanito, después de hacer el cambio de turno, hablando con el operario saliente y entreteniéndose con papeleos inútiles. A lo largo de la mañana, ausente del mundo real, se enfrascaba de lleno en su trabajo, perdido entre plásticos de colores. De vez en cuando aparecían otros trabajadores que le llevaban un poco de compañía y cientos de piezas que él, cortesanamente y con celeridad, ubicaba en el sitio adecuado.
Pero una de las visitas hizo mucho más que entregarle el material. Como prueba de amistad y compañerismo se subió encima de la plataforma para ayudarle a echar piezas. Y en un descuido, de improviso, el visitante, al que todavía no se ha identificado, le cogió por los tobillos e izándolo con una facilidad hercúlea le metió de cabeza por la boca del molino, y sin quedarse a ver el desenlace de su mezquina acción, salió corriendo.
Pronto el desaforado movimiento de las piernas de Juanito en un intento baldío por escapar, cesó. Y la máquina antropófaga fue engullendo, con brevedad, el cuerpo inerte. Poco a poco, con parsimonia y deleite se veía cada vez menos piernas, luego desaparecieron los muslos, los gemelos, los tobillos y finalmente los pies se hundieron en el abismo de engranajes y cuchillas. Para formar parte del material de recorte.
Del asesino, nada se sabe, pues la calidad de la cinta está defectuosa y no se distingue con claridad el rostro del trabajador, pero todos los indicios apuntan a que fue el aprovisionador de materia prima. Pero no se descarta que fuera su jefe, un señor serio y con bigote, por líos de faldas e infidelidades. Pero eso, ya es otra historia.

Fernando García.Critilo

Evocación de principios

Evocación de principios

Cáncer

Cáncer

¿Cáncer?
¿Pero qué dice doctor?
¿Cómo es posible?
¿Cómo no lo vieron antes?
Pero operando hay solución, ¿verdad?
¡Dios mío!

Preguntas y expresiones como estas son frecuentemente escuchadas en los hospitales cuando se transmite la noticia a los familiares o en otros casos al propio paciente cuando así lo desea, sobre la presencia de un proceso patológico irreversible en la mayoría de los casos: el cáncer.
El cáncer, “la enfermedad por excelencia”, la más mortal una vez se presenta, y que tantos quebraderos de cabeza ha dado a miles y miles de familias en el mundo; y a cientos y cientos de científicos y médicos. Aún no se posee el remedio definitivo, y quizás tengan que pasar muchos años para conocerlo, ¡o siglos!, si es que llega, pues a pesar de los grandes avances alcanzados durante finales del siglo XX y por supuesto continuados durante el siglo XXI, tenemos que tener los pies en el suelo. Sí, los pies en el suelo, porque no se crean que estamos luchando contra una simple infección, ni siquiera contra una entidad como el Sida, cuya curación es cuestión de aplicar unos cuantos billones para curarla definitivamente, máxime cuando ya se ha conseguido convertirla en una enfermedad crónica que bien tratada no tiene porqué tener un desenlace fatídico, al igual que ocurría en tiempos pasados con la infección por el virus de la hepatitis B, enfermedad totalmente controlada hoy en día.
Luchamos contra un ser abominable, mucho más terrible de lo que ya aparenta ser ante los ojos de la sociedad; las claves de su origen, desarrollo e hipotética curación se encuentran en su genética, en su “núcleo”, mucho más ardiente que el propio núcleo terrestre o que el propio sol; ¡se dan cuenta contra lo que nos enfrentamos!
Aquí no sólo es cuestión de dinero, que bien hace falta, y mucho, sino cuestión de tiempo, de mucho tiempo. Son infinitas las combinaciones que se necesitan descifrar para ver un poco de luz, y eso no sólo depende de la economía, sino del segundero, o mejor dicho, del anuario.
Con frecuencia, las familias, desbordadas por lo terrible del proceso, y desesperados por encontrar una posible solución rápida, acuden a centros de indudable prestigio, con el objetivo de empezar a encender la luz de la esperanza, la cual dista años luz, valga la redundancia. No dudan ni por un segundo en invertir hasta el último céntimo para sufragar los gastos de los costosos tratamientos y operaciones que en la mayoría de los casos sólo sirven para aumentar más la penuria y sufrimiento de un proceso o película cuyo final se conoce, ¡nunca un guión se rayó tanto!, no es preciso por tanto escuchar el mismo disco tantas veces. Eso, por no hablar del escalón mágico o farsante, el curanderismo milagroso.
Pero no todo ha de ser desesperanza, acabemos este artículo dejando una puerta abierta al futuro, al fin y al cabo dijimos que era cuestión de tiempo; el cuando no lo sabemos, y seguro que serán otras generaciones las que se aprovechen de la “buena nueva” que algún día llegará, pero también rompamos una lanza por la vida nuestra de hoy día, respetémosla, no demos oportunidad a esa lacra maldita que nos invade, usemos al menos los recursos que ya poseemos, entre ellos los de la prevención y hagamos que muchos de los cánceres que aparecen debido a la influencia de hábitos tóxicos pasen a la historia, para luchar sólo contra aquellos que dependen de otros factores.
Hagamos todos que el cáncer no sea más que un signo del zodíaco, ¡un bonito signo!

Dr. Martín-Rubio


Ahora que ya ...

Ahora que ya ...

Ahora que ya
no guardo prisas,
ni azares de primera mano,
ni cumbre a plazo fijo,
ni coartada idiota,
o amuleto feliz
contra el olvido,
ni besos desayuno,
ni graffitis de amor
sobre muros de trigo.

Justo cuando
se duerme mi desánimo
la siesta del domingo
y el carrusel de insomnios
se abstiene de sortijas,
ahora que mi rencor
anda descalzo,
que las nueces son mucho más
que médicos y ruido.

En este tiempo
en que las bienvenidas
tiemblan en los espejos
y el pasado nos pica
como un cuervo de exilio.

Precisamente ahora
en que ya no soy huésped
debajo tu piel,
ni miel bajo tu ropa,
me afiebra el horror cotidiano,
mientras aguardo turno
en la antesala del miserable destino.

Recién en esta tarde
de muelle sin pañuelos,
silencio sin conjuros,
plumas huérfanas,
ojos sin deseo,
acupuntura torpe
contra el miedo,
mayo sin poesía,
soledad y trapecio.

En esta hora
que no transmite nada,
este rato perdido,
sin cuerda en el reloj,
pantano de las emociones,
arena y espejismo..

Esta calle desolada,
este latir sin sangre,
esta hiel y este frío.

Acabo de descubrir
una paloma sin rumbo
que me anida en la puerta,
un caracol de lluvia,
reproduciendo el eco
de un dolor repetido.


Sergio Manganelli

Sobre poesía, por Aurelio Campos

Sobre poesía,  por  Aurelio Campos

Hace ya muchos años, siglos, algún milenio, alguien llegó hasta aquí, subiendo el cauce del río, siguiendo el curso sinuoso de los árboles agrupados a lo largo de su transcurso, cruzando bosques de multitud de especies vegetales en donde a fuerza de períódicas crecidas fue dejando a lo largo de los siglos un margen lleno de limo y arcillas generosamente fértil. Probablemente llegara a caballo y así llegaron los primeros asentamientos y roturaron la tierra y construyeron viviendas e hicieron pueblo y así ese primer habitante un día, una tarde se sentara a contemplar el entorno, los árboles, lo animales, los pájaros, la tierra, los niños jugando. A partir de ese instante supo contemplar la hermosura de la vida describiendo, escribiendo su impresión gozosa sobre todo lo que veía, sobre tolo lo que vivía, sobre todo lo que amaba y así se creó el primer poema.
Podemos así decir que la poesía es algo intrínsecamente humano, trata las cuestiones más vitales de la humanidad y como la Filosofía es una forma de pensamiento pero a diferencia de esta viene acompañada de la estética o belleza de la palabra. No es fácil entender la poesía no ya porque algunos autores escriban en un lenguaje clave sino porque su misión es expresar lo inefable, su intención es dilucidar a golpes de humanidad la razón o sinrazón de la existencia humana. Así en la Antigüedad los poetas eran venerados como a pequeños dioses y el poderoso de turno les agasajaba con privilegios y regalos y les ponía la corona de laurel como signo de ciudadanos excelentes y venerables.
Leer poesía es entrar en un viaje espiritual que no nos puede dejar indiferentes, bien es cierto que se puede enfocar desde diversos puntos de vista, desde diversas ideas y fundamentos pero todas responden a la fe entrañable del hombre por el bien, por el sentido total de la existencia. Por esto mismo solo los grandes sobreviven al paso del tiempo y quedan como verdaderos adalides o profetas de la humanidad y quizá solo un nombre en este sentido bastaría decir, por ejemplo Walt Whitman entusiasmado cantor de la Democracia en su más extenso e intenso sentido en donde el hombre en su variadísima diversidad cultural solo es semejante a sí mismo.
Quién, en algún momento de su vida no ha esrito un poema, todos de alguna forma o medida podemos hacerlo pero adentrarnos en el lenguaje, profundizar en el simbolismo o mensaje de sus textos parece ser que sólo está reservado a unos pocos y que al contrario como pretendiera en su momento Blas de Otero (... es a la inmensa mayoría) o Gabriel Celaya (poesía necesaria como el pan de cada día) la poesía como pronosticara Juan Ramón Jiménez sigue siendo de uso y disfrute de minorías pues parece ser que el gozo íntimo de la excelencia de la palabra, la interiorización del mensaje poético y diversos aspectos de le ética y la cultura moral no está reservada para grandes masas sociales. Pero si para algo "sirve" la poesía es para exponer las razones de la humanidad, si alguna función tiene es dilucidar las cuestiones más profundas o trascendentales de la existencia humana en donde el pensamiento, el corazón, el espíritu muestren el camino en el quehacer íntimo, individual y a la vez universal del hombre. La poesía viene a poner y exponer nuestro lugar en el mundo.
Y como la música tiene que elevarnos, penetrarnos, enriquecernos. Informarnos y formarnos en donde el desarrollo de la libertad no aboque finalmente en el esbozo de una preciosa utopía o sueño irrealizable sino que nos muestre a todas claras la ciencia y la conciencia de la humana realidad, la que nos afirma en la vida y no se rinde ante ningún nihilismo en donde la ignorancia, el dolor y la guerra se empeñan en ser el lastre sempiterno de la humanidad, la negación de la civilización, del pensamiento, del espíritu en definitiva, los valores eternos del hombre.

Lesbos

Lesbos

Parecía que yo andaba de suerte.
El doctor había concluido, tras dos horas, que no había conclusión posible.
Además, estaba realmente afectado por su anterior metedura de pata, debida a la precipitación.
Y prefirió recoger los datos de los que simplemente había estado verificando su integridad, y retirarse a la universidad, dijo, para analizar aquel galimatías en detalle, antes de enviarnos en una expedición sin objetivo claro.
Lo que yo le agradecí, interiormente.
Su retirada, no la proyectada expedición, he de aclarar.
Eugene no pareció tan molesta como yo hubiera supuesto.
También había rebajado su excitación.
Habló vagamente de continuar con su tesis, cosa que me sorprendió, porque pensé que aquello era otro de sus cuentos.
No me dio la gana preguntarle por el tema de su tesis.
Tampoco se la veía con aspecto de comentar mucho.
Cuando por fin ambos se marcharon, yo me hice a la idea de tratar de adelantar en mi novela, más considerando que de momento la tenía económicamente hipotecada, sin haber llegado ni a la mitad. Empecé a re-situarme mentalmente.
Ginger: Había cambiado algo de carácter, pero era sustancialmente la misma.
Le daría algunos toques exóticos, sin más.
La verdad es que me apetecía menos que al principio retomar el argumento donde lo dejé.
Pero al fin y al cabo era mi obligación laboral.
Hubiera preferido continuar las exploraciones por los alrededores de A, en compañía de Eugene.
Pero ella sólo mencionó que me llamaría.
Salieron los dos, cada uno hacia su destino.
Y yo me dispuse a desordenar un poco el medio ambiente, porque mi “habitat” de trabajo necesitaba el desorden para ser eficaz, y Eugene parecía en cambio propensa a dejar todo en su sitio, o inventar un sitio para cada cosa, lo que me tenía bastante desorientado, aunque no me atreví a comentárselo.
El doctor había vuelto a vaciar el ordenador.
Quizá temía mi curiosidad.
Quizá fuera necesario o una precaución elemental.
La idea de alguien persiguiéndonos o vigilándonos que Eugene había tratado de inculcarme no había tenido gran eficacia sobre mí.
Recordé, mientras desparramaba por el suelo un par de capítulos inacabados, como me había mirado el doctor cuando le comenté lo accesible que era mi vivienda, hasta el punto de que la llave se había convertido en un estorbo.
Comprendí su precaución.
Pero ¿Quién que no fuera Eugene, o él mismo, podía tener interés en buscar algo en mi apartamento?
Ni siquiera mi novela, a la que lógicamente valoraba mucho, podía perderse por completo en las entrañas de la máquina, ni en forma accidental, ni intencionada.
Ángel, a requerimiento de mi editor, me había proporcionado un sistema que de forma automática, sin la intervención de mi despreocupada mano, se ocupaba de hacer copias que pasaban, vía telefónica, a un disco duro remoto que era sencillo de recuperar: Como ya había tenido oportunidad de verificar en alguna ocasión, debido a mi torpeza ofimática.
Y la mayoría de los muebles pertenecían a mi casera, que no había gastado mucho en ellos.
Tampoco tenía nada de valor, salvo el propio ordenador portátil, que era propiedad de mi editor.
Jamás tuve la más mínima preocupación por este asunto.
Mientras cavilaba sobre todos estos detalles paranoicos, me di cuenta de que, lo que realmente me pasaba, es que la echaba de menos, media hora después de que se hubiera ido.
La cosa parecía grave.
Necesitaba un tratamiento de choque.
Recordé que, al salir de mi casa, en Madrid, había olvidado recoger algunos apuntes.
No es que fueran importantes..., bueno, sí lo eran.
Lo que pasa es que eran anotaciones que yo podía recordar de memoria casi en su integridad, y mi primera intención era evitar, por cualquier motivo, abandonar mi refugio.
Pero de mi primera intención quedaba muy poco.
Por otro lado, había delatado mi cercanía tanto a Ángel como a Marta, por lo que la ficción de las rías bajas no tenía ya ninguna utilidad.
Y las intenciones, buenas o malas, de que está empedrado el camino del infierno, me condujeron a la ruptura.
Sobre todo, intentar demostrarme a mí mismo que podía prescindir de Eugene,...
Tenía esa necesidad imperiosa, tanto más cuanto que la melancolía había tardado tan sólo media hora en aparecer.
No había terminado de hacerme este auto análisis cuando ya había recogido en mi bolsa de viaje lo imprescindible y me dirigía con decisión, tras cerrar con llave la puerta, hacia la estación.
El plan era simple:
Me acercaría a Madrid, tres cuartos de hora de tren, a mi casa, media hora, recogería los papeles, comería en alguno de los restaurantes de Latina, y volvería tranquilamente, sin saludar a nadie.
Estaría de vuelta temprano.
Sin tomar el autobús que llevaba a la estación de A, que no era muy frecuente en sus horarios, y ligero de equipaje, tan sólo añadía unos veinte minutos más de agradable paseo camino de la estación, bajo la sombra de los plátanos, que filtraban el sol matinal.
Desde que me subí al tren de cercanías, pareció como si hubiera desaparecido de A y retornado del sueño a la vigilia rutinaria.
Nada más dejar atrás el río, los últimos árboles, las últimas huertas de la vega y desembocar en la terrible estepa castellana, entré en una especie de sopor automático que hizo que apenas recuerde como pasé las siguientes cinco horas.
Me consta que cumplí mi programa porque las anotaciones para la novela estaban en mi bolso.
Y recuerdo haber comido el plato del día por la zona de Encomienda en un local que me era desconocido, aunque se parecía a tantos otros, donde tocaba cocido.
Tuve cuidado de no ir a ninguno de mis comedores habituales, donde pudiera tropezarme con algún conocido.
Poco después, y renunciando de nuevo al autobús que me llevara desde la estación a A, declinando el día, volvía a mi apartamento.
No había curado mi melancolía, pero me sentía algo más dueño de mí:
Había logrado algo de distancia con respecto a la profundidad de mis sentimientos...
(...)
Sé que no debiera haberme quedado, por respeto a su privacidad.
Pero primero la sorpresa me paralizó, después me poseyó el demonio de la perversidad.
Finalmente, dudo de mis propios sentimientos.
Cuando llegué, evidentemente no era esperado.
Tampoco esperaba yo encontrar la puerta abierta, si bien no era tan raro porque el resbalón, ya lo había experimentado otras veces, desgastado por el uso, no cerraba bien si no te tomabas mucho interés en que lo hiciera.
Incluso, estoy seguro, podría ser abierto de un empujón aunque se hubiera aparentemente encajado correctamente.
El caso es que la puerta estaba entornada, yo no era esperado y no hice ruido o no fui escuchado.
A juzgar por la concentración que observé, prefiero pensar que no me oyeron.
Mi primera intención al verlas fue hacerme notar, pero algo inconsciente me frenó.
Aseguro que estuve un tiempo razonable de pie, en el marco de la puerta de mi habitación, sin hacer nada por ocultarme, con la boca entreabierta para pronunciar un saludo que nunca salió.
No era extraño, en principio, que hubiera entre Eugene y Mila suficiente efusividad y confianza como para abrazarse, como prefieren las hembras, en lugar del frío apretón de manos del macho; pero la situación derivaba en otra conclusión, por la duración del abrazo, el silencio obligado de labios contra labios, la exploración del cuerpo contrario con manos ávidas.
De espaldas a mí la silueta inconfundible de Eugene, para mí ya tan familiar, era investigada en toda su extensión por las manos de Mila, que no podía haberme visto porque primero su cara desaparecía tras la redonda cabeza de Eugene y después, cuando rozaba con los labios cuello y lóbulo de la pequeña oreja de Eugene, porque tenía los ojos cerrados.
En este punto, yo ya no tenía vuelta atrás:
O desaparecía discretamente como persona civilizada, o me hacía notar en tono que quisiera ser casual, o permanecía allí, al amparo de la oscuridad del pasillo guiado de morbosa curiosidad.
Cuando la mano derecha de Mila, sobre la cintura de Eugene, empezó a desnudar despacio su espalda, yo ya no podía elegir, ni tener dudas acerca de lo que estaba pasando.
Me siento obligado a explicar, por otro lado, que entre los muchos sentimientos que me inundaban en aquellos momentos, mientras daba un paso atrás hacia el pasillo, no figuraron los celos al principio:
Estaba más bien asombrado.
La camiseta de Eugene comenzó a ser arrastrada espalda arriba, mostrando la depresión de su espina dorsal, hasta hacer asomar el cierre del sujetador que extrañamente vestía, contra su costumbre.
Quizá por aquel antiguo axioma de que la mujer se viste más cuanto más dispuesta está a desnudarse.
Mientras tanto, Eugene no había permanecido inactiva sino que, acariciando la nalga izquierda de Mila con su mano derecha, hasta la entrepierna, había provocado que ésta elevara su muslo y rodeado con su pierna las nalgas de Eugene, para intentar contactar más directamente su pubis con el de ella, en equilibrio inestable, presión que Eugene aprovechó para elevar sus brazos y permitir que su camiseta sin hombros se deslizara con facilidad sobre su cabeza, dejando su torso tan solo con el sujetador blanco, talla ochenta, que se apresuró, una vez la camiseta cayó a sus pies, a desabrochar ella misma, manipulando con sus dos manos sobre el cierre, bajo sus omóplatos, en contorsión que le obligaba a cerrar sus nalgas y presionar aún más su vientre sobre el de Mila.
Al deshacerse Eugene del sujetador, que cayó, apenas un copo, sobre su camiseta, echó la cabeza hacia atrás, en un gesto como si quisiera apartar su pelo de su cara, siendo que no existía tal cantidad de pelo, lo que me llevó a pensar por un instante cual sería su imagen con pelo negro largo, en lugar de la redonda cabeza que yo siempre había conocido.
Medite vagamente que conocía hasta el último rincón de su cuerpo pero, evidentemente, no la conocía a ella, concluí, con cierta tristeza.
Y tengo que volver a insistir en que mis sentimientos, algo contradictorios, estaban respondiendo de una forma que yo, en otras circunstancias, no consideraría “normales”.
Echó su cabeza hacia atrás, manos sobre los hombros de Mila, en forma que ésta pudiera descender por su fino y largo cuello hasta sin duda perderse en sus pequeños y turgentes senos, sin duda pezones erectos elevándose a derecha e izquierda, por efecto de sus brazos levantados:
Aquellos pequeños senos que yo no veía, pero que tan bien conocía, redonda y pequeña aureola, rectos y largos pezones, la marca, lunar, o lo que fuese...
Aunque yo no lo había advertido, (por momentos veía con la imaginación más que con los ojos) al bajar sus brazos ahora Eugene debió entretenerse en desabotonar la ceñida camisa de lino que apenas contenía las formas redondas y sensuales de Mila, que yo había imaginado alguna vez, mientras Mila maniobraba con el cierre de su propio sujetador, talla noventa, que se aparecía negro, sobre el azul oscuro de la camisa, que, con rapidez inusitada, en estudiada contorsión, nueva presión vaginal, se deslizó, tropezando en su muslo, aún elevado, hasta el suelo, al lado contrario de la ropa de Eugene.
Curiosamente, aunque yo no supe cómo, esto lo hizo sin deshacerse de la camisa, que sin embargo no cubría su pecho.
En la oscuridad del pasillo, yo apenas respiraba, fuertemente excitado, sin embargo.
Uno de los exuberantes senos de Mila, el izquierdo, dejó asomar por el costado de Eugene, bajo su axila, su aureola redonda, marcada y amplia, donde destacaba un pequeño pero erecto pezón que había escapado bajo la presión, torso contra torso, aunque por algún extraño motivo Mila no hacía intención de deshacerse de la ligera camisa. Mila, ligeramente más baja que Eugene, lo recuperó, tratando de elevarlo, sin duda para contactar con los pequeños senos de Eugene, para aprisionarlos entre los suyos, dentro de su camisa.
Ambas echando un poco la cabeza hacia atrás, la cara de Mila se levantó un instante, ojos cerrados, negras y largas pestañas, indefinida expresión en su boca entreabierta, labios rojos y húmedos, leve suspiro, para hundirse de nuevo entre los senos de Eugene, en lento y laborioso descenso, mientras recuperaba el apoyo de sus dos piernas, bajando su muslo parsimoniosamente y sin perder un segundo de contacto con la pierna de Eugene, y más abajo, abriendo las piernas para poderse flexionar, en cuclillas, hasta perder su cabeza a la altura de la cintura de Eugene, que ladeaba lentamente su cabeza, derecha e izquierda, por lo que pude averiguar, de refilón, que sus chispeantes ojos avellana permanecían también cerrados.
Mila, ahora de rodillas, había desabrochado los jeans de Eugene, y pugnaba por hacerlos bajar, con dificultad,...
(...)

Juan Antonio Pizarro.


Hoy no distingo bien
si es sombra
o luz,
la estela de mis manos,
el goce de mis ojos,
la prisa del espanto.

No descubro fronteras,
ni degusto amarguras,
ni reniego al valor
de la distancia.

No acudo a comprender
si van o vienen,
si es rumbo o extravío,
o eutanasia.

Salvo el fuego,
no quedan más
que grietas en los muros,
que suaves maremotos,
reversos y fantasmas.
Péndulos del deseo,
vientre de la historia.

Quizás no sea niebla,
ni sal,
ni meridiano trágico,
parodia o hermetismo,
desnivel temporal,
sinrazones,
adverbios.

Tal vez no haya aprendido
a transitar,
ambiguamente.

Y el horizonte
huele a tiempo ido,
a deshoras agónicas,
a realidad pretérita
imperfecta,
a subsuelo del mundo,
a sabor propio.

Y cuando caminar
me duele en el costado,
(la costilla de Adán,
precisamente)
anuncio cascabeles en el aire,
abandono al atríl la partitura
y hago de mis palabras mercancías,
revelación de espejos,
felicidad ficción o muerte súbita.


El pasadizo azul de la utopía.



Sergio Manganelli


Sergio Manganelli

Nació en Haedo, Provincia de Buenos Aires, Argentina, reside actualmente en San Antonio de Padua, al oeste del conurbano bonaerense. Sus poemas y artículos han sido publicados en una importante cantidad de diarios argentinos, de México y España. Asimismo en revistas culturales y literarias de Argentina, España, México, Estados Unidos, Puerto Rico, Francia, Colombia, Venezuela, Chile, etc... Obtuvo entre 1991 y 1999 una treintena de premios y menciones en su país. Se encuentra trabajando en la edición de “Sangre de Toro” -poemas y banderillas-, que se editará inicialmente en Buenos Aires a mediados de 2006 y posteriormente en España.

Fruto amargo

Fruto amargo

Como el hastío y las horas frías
van matando el palpitar.

Carcomiendo, como puñaladas
profundamente inmutable
recorriendo los recuerdos.

Y todo sabe a fruto amargo
y de espinas.

Imposible,
todo igual:
como un aguacero
deambulan las lágrimas.


Alejandra Zarhi

El gran dictador

El gran dictador

Está de moda hablar de clonación como si se tratase de un simple juego. Es hora de encender la luz de alarma de una vez, de lo contrario estaremos asistiendo al principio del fin. ¿Cómo es posible que estemos permitiendo a cuatro locos gobernar el mundo?
¿Acaso dudan de que entre nosotros haya seres clonados? Pues no se asusten, los hay. Y cada vez habrá más si consentimos que políticos de primera línea mundialmente conocidos permitan a su vez a sectas como la de los raelianos andar a sus anchas por el mundo jugando a crear los frankenstain que les venga en gana. Pero claro, como todo en la vida el negocio es el negocio.
Muchos sectores de la ciencia hablan de clonación como un elemento normal para conseguir la curación de muchas enfermedades, a elegir, como en el supermercado, pero detrás de ello lo único que hay es conseguir gracias a esa falsa pretensión el permiso necesario para poder pasar al siguiente paso: la clonación de seres humanos, mejor dicho, de seres aberrantes. Bien es cierto que hay otros sectores serios que trabajan dignamente y que persiguen el objetivo de la curación de dichas enfermedades gracias a la investigación con células madre, y la consecución de determinados tejidos y células que puedan en un futuro sustituir a los patológicos, pero bien distinto es el camino que quieren seguir muchos, es decir el de la locura.
Para quien no sepa nada de ciencia o medicina, decirles que el producto de la clonación lo único que conlleva aparejado es la formación de seres aparentemente idénticos a los que se pretenden crear gracias a la duplicación de un genoma predeterminado, pero con grandes aberraciones, que se manifestarán en un futuro próximo durante la vida de dicho ser. Seres y valga la redundancia, que desarrollarán enfermedades degenerativas, tumores, linfomas, leucemias, etc., ¿qué producto saldrá a su vez de la unión de dos seres de este tipo? ¿han leído “Frankenstain”? pues eso no es nada con lo que saldría de dicha unión. Y cada vez más generaciones que a su vez heredarían más defectos que sus predecesores, que propagarían aún más las enfermedades. ¡qué horror!
Pero ¿a quién beneficia esto? porque lo que está claro que a nosotros, las personas propiamente dichas, no. ¿Qué es lo que se está tramando?, ¿una conspiración para crear un superhombre o qué? por Dios, eso me recuerda otros tiempos. Estamos dando pie a la aparición de nuevos dictadores, de nuevas opresiones, de nuevos campos de concentración, de nuevos holocaustos; por favor paremos ya el principio del fin.
¿Saben? Podría seguir escribiendo sobre esto mucho más, pero prefiero parar, irme al campo a dar un paseo o leer un libro de poesía. Yo, no estoy loco.


Dr. Martín-Rubio

Un cuento de sirenas

Un cuento de sirenas

 

Los Delfines ya no añoran la tierra.

Me han contado que hubo un tiempo en que ellos, los Atlantes, la dominaron. Pero el orgullo, la mezquindad y el egoísmo guiaban sus pasos y sus acciones; así, no vislumbraron el final inevitable de su peregrinación insensata, y lo que hubiera podido ser sosegada evolución hacia su fusión con la tierra, con el Universo, degeneró en feroz involución: en su destrucción física que arrastró con ella a su entorno.

El uso irresponsable de la tecnología interfería claramente en los ecosistemas; sin embargo, salvo un pequeño núcleo de críticos despreciados por catastrofistas, el poder, asesorado por científicos en nómina de intereses espurios, no quiso prestar atención a los síntomas.

Y la masa popular se negaba a escuchar nada que supusiera renuncia a la vana comodidad adquirida mediante el abuso de los recursos del planeta.

Cuando sobrevino el desenlace, ya fue demasiado tarde. Se había sobrepasado el tiempo concedido a la reflexión.

Hubo desesperados intentos de última hora, productos de su idolatrada tecnología, irrespetuosa con la Filosofía y la Ciencia pura, que aceleraron la máquina en forma tan indiscriminada e irresponsable que la catástrofe predicha por los críticos fue inevitable y sorpresiva, y de la orgullosa Civilización Atlántida sólo quedaron leyendas orales transmitidas por los escasos supervivientes, aislados voluntariamente de los grandes centros urbanos, abandonados finalmente a merced de la cruda Naturaleza, esquilmada ahora hasta sus más íntimas raíces.

La Energía en estado puro, virtualmente inagotable, extraída directamente del Sol, el intento insensato de tomar las riendas que controlan el galope de los caballos de Helios, parecía la solución ideal: Haciendo conductora la atmósfera, el Viento Solar se condensaría en gigantescas construcciones piramidales distribuidas estratégicamente por el globo terráqueo, y la energía de fusión, limpia y sin residuos, cubriría eternamente las necesidades de un planeta superpoblado, habituado al lujo gratuito.

Pero los mágicos caballos se desbocaron. Un gigantesco cortocircuito arrasó toda la desprotegida superficie, y el inmortal Helios reinó de nuevo en todo su cruel esplendor.

Tan sólo una limpieza general, un hipotético Diluvio Universal, sostendría la esperanza de recuperar la vida.

En la memoria colectiva, un supersticioso temor inculcado en los restos de la raza superviviente permaneció como defensa; pero el paso de las eras, la decadencia de la memoria, hizo que el tabú degenerara en cuento infantil que la renovada confianza en sí misma de la nueva evolución desestimó como mitológico. Era su forma de expresar su desprecio por un pasado que no querían asumir como propio.

Sin embargo se ofrecían sacrificios humanos al Sol, que ya había demostrado su potencia, como compensación a los pecados taumatúrgicos de los que se sentían secretamente culpables. Se aceptaba tácitamente que no se debía mirar de frente a tan potente dios.

Mientras tanto, mucho antes del desenlace, un pequeño grupo de Atlantes, de espíritu pacífico, habiendo ya renunciado a ser escuchados, se fueron aislando de los últimos núcleos de su generación con intención de fundirse con el medio natural, y en su filosofía emergió la idea del retorno al medio original de todas las especies: el líquido amniótico, el Mar.

Anfibios primero, en tránsito mental y físico para el gran retorno propuesto por sus sabios dirigentes, adoptaron finalmente el medio acuático como único, convirtiéndose, tras larga y laboriosa evolución, en Delfines.

Ignorados del mundo cuando sobrevino la gran catástrofe, ésta apenas rozó su profundo retiro acuático en comparación con lo sucedido en la superficie.

Su forma de vida, extraña ya a la humana, ni siquiera consideraba la tradición como sistema. Su propia génesis se diluyó en el olvido; su conciencia intelectual reclamaba otros usos, y la distancia entre tan distintas especies se hizo casi insalvable.

Ya habían incluso olvidado cómo ellos mismos en un último esfuerzo desesperado generaron desde la profundidad abisal el Diluvio que anegó la superficie, lavándola de residuos radiactivos para posibilitar una regeneración. Y rescatando una simbólica pareja de cada especie en los escasos refugios que, elevados sobre el agua invasora, se libraron de la inundación en los diferentes continentes, preservaron la semilla biológica.

Cuando, evos después, la nueva humanidad evolucionó lo suficiente como para ser consciente de su propio medio, a punto de entrar de nuevo en la espiral de desarrollo insostenible que anunciaba una nueva crisis, de nuevo pequeños núcleos, decepcionados por no ser escuchados, dieron en acercarse a la Naturaleza, en protesta contra la nueva civilización tecnológica.

Y en su filosófico camino, tropezaron con los Delfines.

El entendimiento parecía improbable, pero la sospecha de que fuera posible despertó el interés de estos disidentes, que se acercaron al Mar y adoptaron algunas de las costumbres que habían observado en los Delfines, aquellos extraños hermanos, como el respeto y la convivencia con el medio y la poliandria como sistema de supervivencia de la especie.

A su vez los Delfines, sintiéndose observados, fueron saliendo de su letargo de eras, y colaborando tímidamente en la compleja intercomunicación.

La Sirena simboliza esta etapa intermedia, esta lenta transición hacia la convergencia. Su lengua, sus cantos, portan un mensaje común a ambas especies, y es atrayente y dulce, obsesivo.

Pero también insinúan un camino sin retorno para quien cae en sus redes, porque implican una renuncia.

Su espíritu pacífico y respetuoso se expresa en su feminidad, lo que es tan sólo indicativo de su carácter, ajeno a la violencia de todo género.

Pero ese modo de comunicación común, esos cantos de Sirena, son la superficie de algo más profundo. La comunicación entre especies se establece en posiciones espacio temporales, donde ambas se puedan entender, salvando las dificultades biológicas y mentales.

Algunos iluminados, inspirados por aquellos cantos, solitarios caballeros combatientes en medio de aquella gran Mancha, enemigos jurados de los molinos de viento que representan los insaciables gigantes controladores de tempestades y mareas, intuyendo la intrínseca maldad del camino sin retorno a que pudiera conducir el abuso de la tecnología, aun sin consciencia de la tragedia que se desarrolla ante sus ojos, se quejan, clamando contra tan perversa raza, la suya misma, causante directa del futuro que se adivina, y auguran pesimistas pero combativos contra ese eterno retorno que nunca más se podrá levantar hasta la fin del mundo, cuando otro ocupa su mesmo lugar; y si éste también cae en el mar, que como a enemigo le aguarda, otro y otro le sucede, sin dar tiempo al tiempo de sus muertes: valentía y atrevimiento el mayor que se puede hallar en todos los trances de la guerra. Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería, a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que, sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío que enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala, disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor , que no es sino el reflejo de la explosión sobre sus propios ojos cobardes y ávidos de comodidad a costa de cualquier traición a toda la humanidad, síntoma de la fiebre que produce la inspiración diabólica.

Su forma de actuar, su perfil, sus razonamientos, retratan una actitud y unos personajes característicos, obtusos de mente y socialmente peligrosos, a pesar de su facilidad para el populismo.

La personificación de su inhumanidad se conforma como una gran maquinaria, poderosa y omnisciente, de giratorios y potentes brazos conducentes a la nada, pero con los pies de barro, que guían a una humanidad insensible y acomodaticia, narcotizada por el criterio del camino fácil y que tiene como modelos de existencia a aquellas almas cobardes que adoran al Becerro de Oro, a los seguidores del Señor de las Moscas.

La falta de perspectiva, la imposibilidad de una visión de conjunto, nos confunde y nos hace ignorar cómo nuestra propia actividad se acumula a la anterior y amplifica la siguiente en degradante decurso, pero esto no nos puede impedir ver lo que supone intrínsecamente un perjuicio, aunque sea complejo situarlo dentro de tan larga secuencia; por eso se perpetúa en el tiempo un lamento continuo, personificado en elementos aislados, a menudo sin contacto entre sí. Modelos que trascienden los siglos.

El nexo de unión entre estas solitarias personalidades y la idea común, externo a tan desesperada batalla, igualmente se perpetúa, escogiendo aquellas almas sensibles que son capaces de entender, y usándolas como correa de transmisión entre sí y con los diferentes mundos paralelos, que cohabitan con éste.

Si bien la advertencia que acompaña a la proclama parece resultar inútil, y con la rémora de transmitir la duda, en lugar de la ordinaria fe del carbonero, queda como críptico testimonio en lugares, tiempos y personas inaccesibles a la mediocridad: en la poesía, la novela, la pintura, la música,..., las musas, el arte en femenino singular.

Para poder superar la incomprensión ante las diferencias.

Para poder evitar el periódico y estúpido suicidio colectivo al que parecemos abocados.

La vía por la que se accede al contacto va unida a las raíces de la vida: La Naturaleza virginal, el amor,...

Pero como conozco mi dificultad para hacerme entender a menudo, y no pretendo aburrir, sino convencer, he decidido aportar una prueba autobiográfica que quiere demostrar la existencia real de los caminos y los mundos sugeridos, recortando de mi diario retazos de mis encuentros con quien se definía como una Sirena:

 

"()...rozó mis labios con los suyos; luego se desplazó lentamente sobre mi mejilla, hasta mi oído, y empezó a susurrar despacio, primero en francés, luego en un idioma que no entendí y que sonaba a veces musical y a veces áspero. Repetía palabras o fórmulas y mi voluntad, poco a poco, dejó de pertenecerme.

Entonces escuché su Voz, dulce, un tanto diferente, distinta de la suya habitual. Pero no a través de mi oído sino como si llegara directamente a mis terminaciones neuronales, nítida, clara y sin volumen, sin interferencias.

Al principio no entendía el significado de sus palabras, no tenían sentido, pero continuaban, sin repetirse, en cadencia hipnótica, alternativamente placentera e instructiva, como sabio y afable discurso, cariñoso con mi ignorancia.

No sé cuanto tiempo estuvimos así. Mi sensación temporal estaba alterada. Mi voluntad intelectual anulada.

No así mi cuerpo físico, que reaccionaba como varón a su cercanía, complemento necesario a una sensación de placer cerebral.

De repente, todo se aclaró. No es que empezara a entender una palabra aquí y otra allá, hasta alcanzar una coherencia: de golpe todo tenía un significado pleno. Las palabras, o conceptos, yo no sé cómo explicarlo, se explicaban a sí mismas por su propio sonido musical. Era como recuperar el nombre auténtico de las cosas. El redescubrimiento del nombre que Adán, por encargo de Dios, le dio a todas las cosas, a todos los animales, a todas las circunstancias. El símbolo y el objeto se fundían en un todo inseparable.

Tras un tiempo indeterminado, que yo era incapaz de apreciar, la comunicación cesó, de repente, igual que había comenzado.

Me sobresalté. Miré a Eugene, que me sonreía.

-¿Qué... era... eso...? –pregunté lentamente, como si hubiera perdido mi capacidad de hablar, y la recuperara despacio.

-No te preocupes ahora -fue a poner su dedo índice sobre mis labios, con intención de enmudecerme, pero dudó, y optó finalmente por sellarme los labios con los suyos, húmedos, para finalmente apartarse-.

Lo cierto es que, para mí, la separación fue físicamente dolorosa, lo que pareció divertirle.

Yo no le veía la gracia. Estaba confusamente cabreado.

Se invitó a mi apartamento, donde prometió darme más detalles.

Me tomé, en cualquier caso, un tiempo para rebajar mi excitación con alcohol. Para asumir, también, mi confusión".

"()...Es sencillo de explicar, pero la práctica requiere un poco de Fe. Se trata de emplear Energías Básicas, que sin embargo escapan a nuestro entendimiento. El mecanismo supera nuestros conocimientos científicos actuales, aunque la evidencia empírica demuestra su realidad. Y hemos aprendido a controlarlo.

En cuanto a su utilidad, en el fondo es simplemente una forma de comunicación más, solo que independiente de la tecnología. Es práctico, pero no va más allá, aunque resulta impresionante la primera vez, porque escapa claramente del mundo que nos hemos construido para vivir, y eso asusta, y molesta".

-¿Quieres decir que se trata de una técnica? ¿Telepatía?

-En realidad, sí. Existe una propensión, que facilita el entrenamiento, pero, salvo mentes excesivamente cerradas o anuladas, cualquiera puede adquirir la habilidad suficiente.

-¿Mentes anuladas? ¿De forma natural?

-Hasta donde admitas que lo natural es estar alienado. La sociedad en que nos movemos tiende a ello.

-Entonces no es tan sencillo –afirmé reflexivo-.

-Sobre todo, requiere voluntad, y un poco de Fe, ya dije.

-¿Me puedes enseñar?

-Lo voy a hacer. Es parte de mi cometido.

-Resulta agradable. ¡Podemos empezar cuando quieras! –manifesté, dispuesto a repetir la experiencia en toda su extensión.

Ella se rió. Y me miro, pícara.

-Bueno. Tengo que advertirte que, en tu caso, he establecido por mi cuenta ciertas modificaciones en el procedimiento que, desde luego, no son imprescindibles, aunque sí aconsejables.

-¡Ah, ya!... –un poco defraudado.

-¿Te gustó el método?

-No te puedo engañar.

-Nada nos impide, pues, continuar con el mismo sistema.

Me abrazó sobre mis hombros, se acercó a mi mejilla, hasta mi oído, y empezó de nuevo:

-El contacto físico no es imprescindible, primera lección, –susurró- pero facilita la comunicación.

Y siguió en francés.

-¡Me... gusta... así!... – pude balbucear".

(Esta conversación no es hablada, sino telepática. Lo que sigue es una especie de burda traducción).

-"La telepatía es sólo un medio de comunicación, conocido hace mucho tiempo, que empleamos por seguridad. No tiene mucho de misterioso. Únicamente se trata de aceptar e interpretar las ondas magnéticas que de forma intencionada intercambiamos.

Como se da directamente de cerebro a cerebro, el lenguaje como intermediario es inútil. Los idiomas desaparecen porque se envían ideas, imágenes, sensaciones completas, sin intermedio de signos acústicos, visuales o convencionales.

Pero no sirve para leer el pensamiento, como pareces querer interpretar, porque se precisa una intención en la emisión y la recepción. Lo más que puedes captar en una persona no entrenada son interferencias, sensaciones difusas, inconcretas, deformes, que te pueden confundir con facilidad. Mejor no lo intentes.

-Pero si consigo el control necesario ¿Puedo intentar el contacto con cualquiera?

-Sí, pero no es recomendable si no conoces a la persona. Quizá es el momento de hablar de otras cuestiones. Existen,... entes,... interesados en el uso de este mecanismo y otros más potentes, como te comenté, en forma egoísta. Esto significa que podrías contactar con uno de ellos y quedar al descubierto, y te podrían inutilizar, engañar, causarte daño...

-¿Daño? ¿Daño físico?

-Dependiendo de su poder, puede llegar a dañar tu cuerpo, tu mente, ambos.

-Eso suena peligroso.

-Lo es. Todo es peligroso. Yo soy peligrosa. ¿No sientes cansancio?

-A decir verdad, sí. Noto el esfuerzo.

-Es así. El desgaste que se produce es muy elevado. El riego sanguíneo se concentra en el cerebro, faltando, lógicamente, en otras zonas.

-¿Por eso estamos en la cama?

-Por eso, y por otras razones más personales. Si enmudeces ahora, notarás que recibes más ración de sangre en otros órganos no menos importantes que el cerebro, y el placer se incrementará a niveles... más elementales.

-Estoy deseando probar. Hasta pronto.

-Hasta pronto. ¡Así no vamos a terminar las prácticas nunca!...

Y nos abrazamos más fuertemente, desnudo contra desnudo.

Se me había pasado el enfado".

 

Soy consciente de que todo esto no prueba nada; en realidad, no necesito que me crean. Pero entenderéis que tenga mi reserva hecha para este verano en una pequeña localidad de la Costa de la Muerte, que no quiero mencionar, como punto de partida hacia otro destino mucho más lejano, que me indicará Eugene.

En cualquier caso, por el momento, quedo a vuestra disposición para cualquier aclaración, en la medida de mis conocimientos.

Juan Antonio Pizarro. 2005 

 

Tiempos que corren - la soledad -

Tiempos que corren - la soledad - Nunca mejor título para calificar los tiempos que vivimos. Corren, corren, y ¡hasta vuelan!. Está muy de moda en los últimos tiempos criticar este tipo de vida que llevamos con tanto estrés, pero ¿de qué sirve hacerlo?, si seguimos llevándola. La criticamos para mal pero a la hora de la verdad nos vendemos y nos dejamos llevar por la corriente, y es que como suele decirse, del dicho al hecho va mucho trecho.
¿Saben cuál va a ser la enfermedad principal o uno de los grandes males del futuro?, o mejor dicho, ¿cuál es la enfermedad principal del presente y al paso que vamos del futuro por tanto?, y al decir principal me refiero a la enfermedad que se va a instaurar entre nosotros como una lacra y nos va a ir desgastando poco a poco o deprisa según el caso, cual cáncer hace con quien lo padece; pues esa enfermedad es la SOLEDAD, señora Soledad, con el tiempo la llamaremos la Sole, pero no la Sole que es la vecina de al lado, no, sino la Sole de “Soledad Solitaria”.
Pues bien, dicha soledad, y ya no lo pongo en mayúsculas porque con el tiempo pasará a ser algo común, puede manifestarse de varias formas, pero una de ellas conocida por todos o por casi todos, es la depresión.
La soledad, esa compañera que hace estragos en las sociedades cuando se instaura dentro de nosotros. ¿Se han sentido alguna vez solos?, y no me refiero solamente a la soledad de carencia física, sino a la soledad mental, es decir, sentir que no tienen nada alrededor que les sirva para identificarles, porque en vez de haber construido durante la vida presupuestos y pilares que le dieran sentido a su existencia, han perdido el tiempo en no necesariamente destruir, pero sí en no construir, que para el caso es lo mismo.
Pues bien la soledad a la que me refiero es aquella que aparece o aparecerá cuando uno mire hacia atrás o hacia abajo y vea que no tiene esos pilares en los que sostenerse, no tiene nada construido que le dé sentido a su ser. El problema está en que durante el recorrido no nos damos cuenta que la vida corre y la desperdiciamos, pues si nos diéramos cuenta estaríamos a tiempo de empezar a construir y darle significado a nuestra persona.
¿Hasta cuándo vamos a dejar que nos sigan manipulando de la forma en que lo hacen?
El Planeta Tierra es un gran negocio, para unos cuantos, que para otros o la mayoría es un corral o rebaño.
Como decía la canción, LA VIDA SIGUE IGUAL….

Dr. Martín-Rubio

Ciclos llenos de preguntas

Ciclos llenos de preguntas Excepto el sol nada permanece. Tampoco el mar.
Tan sólo el fuego constante que hiere la vida.
Labios que susurran nombres eternos.
Ciclos que se cumplen llenos de preguntas...

Pues- aunque nadie pueda saber jamás la verdad-
prosigue la búsqueda sin brújula y sin respuesta
de una primavera nueva, plena y distante
que abra caminos
en nubes de luz y planetas azules de vino.

Mientras, en la espera,
el agua cae lenta y ausente
sobre los pasos de futuro
que, necesariamente, tendremos que dar.

Isabel Delgado. 2005

"Médicos sí, sanidad no"

"Médicos sí, sanidad no" ¿Hay derecho a lo que nos están haciendo tanto a médicos y demás personal como a pacientes?
De sobra es bien conocida la situación de los servicios de urgencias de los grandes hospitales, pues aun así los responsables sean quienes sean no hacen nada para evitar este caos que nos encontramos cada día en los hospitales y que conlleva a las múltiples broncas y peleas entre personal y pacientes o familiares.
¡La sanidad va bien! ¿pero para quién? para quien puede pagarla y puede permitirse coger un avión e irse a E.E.U.U. y gastarse unos cuantos millones para que le atiendan en pocas horas y en casos graves salvarle la vida. Estamos llegando a una situación que está a punto de estallar y los responsables no hacen nada, les damos igual los médicos y los pacientes, no les importa que nos estemos peleando cada día entre nosotros en la urgencia y mientras ellos escondidos y bien resguardados.
Cada día vivimos la siguiente situación: nos avisan al médico de guardia porque ha llegado a la urgencia un paciente que por la sintomatología que presenta pertenece a nuestra especialidad; resulta que estamos ocupados viendo a otros pacientes por los que nos han avisado antes de otras plantas. Cuando llegamos a la urgencia nos espera la típica bronca del paciente o familiar porque lleva horas esperando a ser visto por el médico. Ello provoca un estado de tensión entre médico y paciente que hace que la relación médico-paciente desde el principio se rompa. Se empieza perdiendo el respeto al profesional diciéndole que no tiene vergüenza por ver al paciente al cabo de tanto tiempo, que debería estar ahí desde que entra porque para eso le pago (la típica frase). La gente no sabe que durante las guardias estamos trabajando de 24 a 30 horas seguidas, malcomiendo y en la mayor parte de los casos sin poder dormir y sin tener después días de descanso para compensar; viendo pacientes muchos de ellos con enfermedades importantes y que requieren ser valorados por un médico en plenas condiciones físicas y mentales de descanso. ¡Cómo no va a haber errores! Cualquiera en esas condiciones se equivoca, y encima teniendo en cuenta que en muchas ocasiones no podemos pedir las pruebas que consideramos necesarias para llegar a un diagnóstico correcto y por tanto el mejor tratamiento posible. ¿No dicen que no es conveniente conducir más de dos horas seguidas? Entonces por qué nos obligan a trabajar tantas horas y jugar muchas veces con la vida de las personas. Acaso aquí no cuentan estas vidas, y solo cuentan las vidas evitables por accidentes de tráfico que son las que se llevan tanto dinero que impiden a muchos tener sueldos millonarios, pero claro como salvar a una persona en un hospital no reporta beneficio a los “gordos”, pues no se invierte en ello. No tenemos libertad para ejercer como dice realmente la medicina sino que ejercemos con los pocos recursos que la administración nos deja después de haberse llevado ingentes cantidades de dinero para otros menesteres y tonterías, entre ellos el gran sueldo de muchos “gordos” que se reparten el pastel, y mientras médicos y pacientes a discutir.
El paciente o familiar se queja muchas veces y con razón del trato que le da el médico, injustificable en muchas ocasiones, pero en muchas otras es por culpa de la situación de esclavitud a la que nos tienen sometidos. Imagínense ustedes trabajando todas esas horas sin parar recorriendo el hospital de cabo a rabo y peleando o discutiendo dialécticamente con pacientes y familiares, como comprenderán llegamos a un punto de tanto estrés que involuntariamente creamos un escudo para no salir malparados psicológicamente pero no es que queramos dar mal trato al paciente, ni mucho menos; es como si le pedimos a una persona que ha estado secuestrada unos meses que tras su liberación se comporte como si nada hubiera pasado, guardando las distancias claro.
Simplemente les pedimos por favor que cuando estén en urgencias y vean que tardan horas en ser vistos por un médico no es por culpa nuestra, sino de la buena o mala política del gobernante de turno, y que en vez de pelearnos entre nosotros vayan a atención al paciente y pongan todas las quejas del mundo que sean necesarias a ver si de una vez por todas dicha oficina revienta y se le despierta a algún dirigente la moral o la conciencia si es que la tiene. De esa forma al profesional no le va a pasar nada y así nos evitamos broncas y peleas innecesarias que no nos merecemos ni unos ni otros, y cuyos responsables están bien escondidos sin dar la cara y sin asumir su responsabilidad y delegando en nosotros responsabilidades y funciones que en la mayoría de los casos les puedo asegurar no nos corresponden a los que estamos en la urgencia dando la cara. Por favor no nos reprochen la tardanza que sufren hasta que son vistos por un médico, no es culpa nuestra de verdad; no podemos hacer veinte cosas a la vez ni tenemos el don de estar en dos sitios al mismo tiempo; también somos personas con nuestros problemas y sentimientos y es bastante duro ir a trabajar para discutir. Por favor, quéjense pero no contra nosotros, pues estamos a su lado, sino a atención al paciente, a dirección, a los políticos o contra quien consideren necesario, pues nosotros por más que nos quejamos no nos hacen ni caso. Gracias.
Esto es un ejemplo más de que España va bien, o ¿va mal?

Dr. Martín-Rubio

El fantasma de la ópera

El fantasma de la ópera

Quien, sin tener nada de fantasma,
no deja de ser, como Eric,
un ángel de la música.
Con el mayor afecto,

Gaston Leroux

Con esta dedicatoria a su buen amigo Jo comienza Gaston Leroux lo que sería su obra de mayor relieve y la que le llevaría a posteriori a convertirse en uno de los grandes del misterio. Y es que es verdad, quien de nosotros, sin posiblemente tener nada de fantasma, no deja de ser como ese pobre desdichado que maquillara tan bien su creador, un ángel de la música, un ángel que en el fondo buscaba lo que todos, el amor.
Magnífica obra llevada a la pantalla en numerosas ocasiones, no dejará insatisfecho a quien la lea y se introduzca por entre las bambalinas de la ópera de París, dispuesto a encontrarse con el fantasma. Seguramente más conocida por todos por el gran musical al que pusiera notas Andrew Lloyd Webber, esta producción ha traspasado todas las fronteras hasta el punto de ser toda una obra maestra, quizá incluso no tan valorada por muchos como se merece.
Es posible que nuestra vida diaria sea más parecida a la del fantasma que lo que pretenden hacernos ver otras obras o creaciones. ¿Acaso muchas veces no vivimos encerrados en nuestro cuartel general, a la espera de encontrar por fin la obra o llave maestra que nos abra las puertas del amor? Yo creo que sí; por eso nos parecemos al fantasma, porque podemos llegar a sentirnos tristes como él, porque podemos llegar a maquinar como él, porque podemos llegar a matar por amor como él... y porque seguro que en muchas ocasiones nos escondemos tras una máscara como él.
Tanto el musical como las versiones cinematográficas (la última la dirigida por Joel Schumacker) apenas distan argumentalmente de la obra original, confiriendo así a ésta mayor valía, pues de no serlo así, los directores, guionistas,… realizarían mayor número de cambios para ensalzar toda una obra, que ya por sí sola no precisa de ello.
Lea este libro: “El Fantasma De La Ópera” y pongamos a este ladrillo del arte, en la parte que se merece, en la parte más alta del muro, ¡quizás, con suerte allí arriba se encuentre con el fantasma!

Dr. Martín-Rubio