Un cuento de sirenas
Los Delfines ya no añoran la tierra.
Me han contado que hubo un tiempo en que ellos, los Atlantes, la dominaron. Pero el orgullo, la mezquindad y el egoísmo guiaban sus pasos y sus acciones; así, no vislumbraron el final inevitable de su peregrinación insensata, y lo que hubiera podido ser sosegada evolución hacia su fusión con la tierra, con el Universo, degeneró en feroz involución: en su destrucción física que arrastró con ella a su entorno.
El uso irresponsable de la tecnología interfería claramente en los ecosistemas; sin embargo, salvo un pequeño núcleo de críticos despreciados por catastrofistas, el poder, asesorado por científicos en nómina de intereses espurios, no quiso prestar atención a los síntomas.
Y la masa popular se negaba a escuchar nada que supusiera renuncia a la vana comodidad adquirida mediante el abuso de los recursos del planeta.
Cuando sobrevino el desenlace, ya fue demasiado tarde. Se había sobrepasado el tiempo concedido a la reflexión.
Hubo desesperados intentos de última hora, productos de su idolatrada tecnología, irrespetuosa con la Filosofía y la Ciencia pura, que aceleraron la máquina en forma tan indiscriminada e irresponsable que la catástrofe predicha por los críticos fue inevitable y sorpresiva, y de la orgullosa Civilización Atlántida sólo quedaron leyendas orales transmitidas por los escasos supervivientes, aislados voluntariamente de los grandes centros urbanos, abandonados finalmente a merced de la cruda Naturaleza, esquilmada ahora hasta sus más íntimas raíces.
La Energía en estado puro, virtualmente inagotable, extraída directamente del Sol, el intento insensato de tomar las riendas que controlan el galope de los caballos de Helios, parecía la solución ideal: Haciendo conductora la atmósfera, el Viento Solar se condensaría en gigantescas construcciones piramidales distribuidas estratégicamente por el globo terráqueo, y la energía de fusión, limpia y sin residuos, cubriría eternamente las necesidades de un planeta superpoblado, habituado al lujo gratuito.
Pero los mágicos caballos se desbocaron. Un gigantesco cortocircuito arrasó toda la desprotegida superficie, y el inmortal Helios reinó de nuevo en todo su cruel esplendor.
Tan sólo una limpieza general, un hipotético Diluvio Universal, sostendría la esperanza de recuperar la vida.
En la memoria colectiva, un supersticioso temor inculcado en los restos de la raza superviviente permaneció como defensa; pero el paso de las eras, la decadencia de la memoria, hizo que el tabú degenerara en cuento infantil que la renovada confianza en sí misma de la nueva evolución desestimó como mitológico. Era su forma de expresar su desprecio por un pasado que no querían asumir como propio.
Sin embargo se ofrecían sacrificios humanos al Sol, que ya había demostrado su potencia, como compensación a los pecados taumatúrgicos de los que se sentían secretamente culpables. Se aceptaba tácitamente que no se debía mirar de frente a tan potente dios.
Mientras tanto, mucho antes del desenlace, un pequeño grupo de Atlantes, de espíritu pacífico, habiendo ya renunciado a ser escuchados, se fueron aislando de los últimos núcleos de su generación con intención de fundirse con el medio natural, y en su filosofía emergió la idea del retorno al medio original de todas las especies: el líquido amniótico, el Mar.
Anfibios primero, en tránsito mental y físico para el gran retorno propuesto por sus sabios dirigentes, adoptaron finalmente el medio acuático como único, convirtiéndose, tras larga y laboriosa evolución, en Delfines.
Ignorados del mundo cuando sobrevino la gran catástrofe, ésta apenas rozó su profundo retiro acuático en comparación con lo sucedido en la superficie.
Su forma de vida, extraña ya a la humana, ni siquiera consideraba la tradición como sistema. Su propia génesis se diluyó en el olvido; su conciencia intelectual reclamaba otros usos, y la distancia entre tan distintas especies se hizo casi insalvable.
Ya habían incluso olvidado cómo ellos mismos en un último esfuerzo desesperado generaron desde la profundidad abisal el Diluvio que anegó la superficie, lavándola de residuos radiactivos para posibilitar una regeneración. Y rescatando una simbólica pareja de cada especie en los escasos refugios que, elevados sobre el agua invasora, se libraron de la inundación en los diferentes continentes, preservaron la semilla biológica.
Cuando, evos después, la nueva humanidad evolucionó lo suficiente como para ser consciente de su propio medio, a punto de entrar de nuevo en la espiral de desarrollo insostenible que anunciaba una nueva crisis, de nuevo pequeños núcleos, decepcionados por no ser escuchados, dieron en acercarse a la Naturaleza, en protesta contra la nueva civilización tecnológica.
Y en su filosófico camino, tropezaron con los Delfines.
El entendimiento parecía improbable, pero la sospecha de que fuera posible despertó el interés de estos disidentes, que se acercaron al Mar y adoptaron algunas de las costumbres que habían observado en los Delfines, aquellos extraños hermanos, como el respeto y la convivencia con el medio y la poliandria como sistema de supervivencia de la especie.
A su vez los Delfines, sintiéndose observados, fueron saliendo de su letargo de eras, y colaborando tímidamente en la compleja intercomunicación.
La Sirena simboliza esta etapa intermedia, esta lenta transición hacia la convergencia. Su lengua, sus cantos, portan un mensaje común a ambas especies, y es atrayente y dulce, obsesivo.
Pero también insinúan un camino sin retorno para quien cae en sus redes, porque implican una renuncia.
Su espíritu pacífico y respetuoso se expresa en su feminidad, lo que es tan sólo indicativo de su carácter, ajeno a la violencia de todo género.
Pero ese modo de comunicación común, esos cantos de Sirena, son la superficie de algo más profundo. La comunicación entre especies se establece en posiciones espacio temporales, donde ambas se puedan entender, salvando las dificultades biológicas y mentales.
Algunos iluminados, inspirados por aquellos cantos, solitarios caballeros combatientes en medio de aquella gran Mancha, enemigos jurados de los molinos de viento que representan los insaciables gigantes controladores de tempestades y mareas, intuyendo la intrínseca maldad del camino sin retorno a que pudiera conducir el abuso de la tecnología, aun sin consciencia de la tragedia que se desarrolla ante sus ojos, se quejan, clamando contra tan perversa raza, la suya misma, causante directa del futuro que se adivina, y auguran pesimistas pero combativos contra ese eterno retorno que nunca más se podrá levantar hasta la fin del mundo, cuando otro ocupa su mesmo lugar; y si éste también cae en el mar, que como a enemigo le aguarda, otro y otro le sucede, sin dar tiempo al tiempo de sus muertes: valentía y atrevimiento el mayor que se puede hallar en todos los trances de la guerra. Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería, a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que, sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío que enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala, disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor , que no es sino el reflejo de la explosión sobre sus propios ojos cobardes y ávidos de comodidad a costa de cualquier traición a toda la humanidad, síntoma de la fiebre que produce la inspiración diabólica.
Su forma de actuar, su perfil, sus razonamientos, retratan una actitud y unos personajes característicos, obtusos de mente y socialmente peligrosos, a pesar de su facilidad para el populismo.
La personificación de su inhumanidad se conforma como una gran maquinaria, poderosa y omnisciente, de giratorios y potentes brazos conducentes a la nada, pero con los pies de barro, que guían a una humanidad insensible y acomodaticia, narcotizada por el criterio del camino fácil y que tiene como modelos de existencia a aquellas almas cobardes que adoran al Becerro de Oro, a los seguidores del Señor de las Moscas.
La falta de perspectiva, la imposibilidad de una visión de conjunto, nos confunde y nos hace ignorar cómo nuestra propia actividad se acumula a la anterior y amplifica la siguiente en degradante decurso, pero esto no nos puede impedir ver lo que supone intrínsecamente un perjuicio, aunque sea complejo situarlo dentro de tan larga secuencia; por eso se perpetúa en el tiempo un lamento continuo, personificado en elementos aislados, a menudo sin contacto entre sí. Modelos que trascienden los siglos.
El nexo de unión entre estas solitarias personalidades y la idea común, externo a tan desesperada batalla, igualmente se perpetúa, escogiendo aquellas almas sensibles que son capaces de entender, y usándolas como correa de transmisión entre sí y con los diferentes mundos paralelos, que cohabitan con éste.
Si bien la advertencia que acompaña a la proclama parece resultar inútil, y con la rémora de transmitir la duda, en lugar de la ordinaria fe del carbonero, queda como críptico testimonio en lugares, tiempos y personas inaccesibles a la mediocridad: en la poesía, la novela, la pintura, la música,..., las musas, el arte en femenino singular.
Para poder superar la incomprensión ante las diferencias.
Para poder evitar el periódico y estúpido suicidio colectivo al que parecemos abocados.
La vía por la que se accede al contacto va unida a las raíces de la vida: La Naturaleza virginal, el amor,...
Pero como conozco mi dificultad para hacerme entender a menudo, y no pretendo aburrir, sino convencer, he decidido aportar una prueba autobiográfica que quiere demostrar la existencia real de los caminos y los mundos sugeridos, recortando de mi diario retazos de mis encuentros con quien se definía como una Sirena:
"()...rozó mis labios con los suyos; luego se desplazó lentamente sobre mi mejilla, hasta mi oído, y empezó a susurrar despacio, primero en francés, luego en un idioma que no entendí y que sonaba a veces musical y a veces áspero. Repetía palabras o fórmulas y mi voluntad, poco a poco, dejó de pertenecerme.
Entonces escuché su Voz, dulce, un tanto diferente, distinta de la suya habitual. Pero no a través de mi oído sino como si llegara directamente a mis terminaciones neuronales, nítida, clara y sin volumen, sin interferencias.
Al principio no entendía el significado de sus palabras, no tenían sentido, pero continuaban, sin repetirse, en cadencia hipnótica, alternativamente placentera e instructiva, como sabio y afable discurso, cariñoso con mi ignorancia.
No sé cuanto tiempo estuvimos así. Mi sensación temporal estaba alterada. Mi voluntad intelectual anulada.
No así mi cuerpo físico, que reaccionaba como varón a su cercanía, complemento necesario a una sensación de placer cerebral.
De repente, todo se aclaró. No es que empezara a entender una palabra aquí y otra allá, hasta alcanzar una coherencia: de golpe todo tenía un significado pleno. Las palabras, o conceptos, yo no sé cómo explicarlo, se explicaban a sí mismas por su propio sonido musical. Era como recuperar el nombre auténtico de las cosas. El redescubrimiento del nombre que Adán, por encargo de Dios, le dio a todas las cosas, a todos los animales, a todas las circunstancias. El símbolo y el objeto se fundían en un todo inseparable.
Tras un tiempo indeterminado, que yo era incapaz de apreciar, la comunicación cesó, de repente, igual que había comenzado.
Me sobresalté. Miré a Eugene, que me sonreía.
-¿Qué... era... eso...? –pregunté lentamente, como si hubiera perdido mi capacidad de hablar, y la recuperara despacio.
-No te preocupes ahora -fue a poner su dedo índice sobre mis labios, con intención de enmudecerme, pero dudó, y optó finalmente por sellarme los labios con los suyos, húmedos, para finalmente apartarse-.
Lo cierto es que, para mí, la separación fue físicamente dolorosa, lo que pareció divertirle.
Yo no le veía la gracia. Estaba confusamente cabreado.
Se invitó a mi apartamento, donde prometió darme más detalles.
Me tomé, en cualquier caso, un tiempo para rebajar mi excitación con alcohol. Para asumir, también, mi confusión".
"()...Es sencillo de explicar, pero la práctica requiere un poco de Fe. Se trata de emplear Energías Básicas, que sin embargo escapan a nuestro entendimiento. El mecanismo supera nuestros conocimientos científicos actuales, aunque la evidencia empírica demuestra su realidad. Y hemos aprendido a controlarlo.En cuanto a su utilidad, en el fondo es simplemente una forma de comunicación más, solo que independiente de la tecnología. Es práctico, pero no va más allá, aunque resulta impresionante la primera vez, porque escapa claramente del mundo que nos hemos construido para vivir, y eso asusta, y molesta".
-¿Quieres decir que se trata de una técnica? ¿Telepatía?
-En realidad, sí. Existe una propensión, que facilita el entrenamiento, pero, salvo mentes excesivamente cerradas o anuladas, cualquiera puede adquirir la habilidad suficiente.
-¿Mentes anuladas? ¿De forma natural?
-Hasta donde admitas que lo natural es estar alienado. La sociedad en que nos movemos tiende a ello.
-Entonces no es tan sencillo –afirmé reflexivo-.
-Sobre todo, requiere voluntad, y un poco de Fe, ya dije.
-¿Me puedes enseñar?
-Lo voy a hacer. Es parte de mi cometido.
-Resulta agradable. ¡Podemos empezar cuando quieras! –manifesté, dispuesto a repetir la experiencia en toda su extensión.
Ella se rió. Y me miro, pícara.
-Bueno. Tengo que advertirte que, en tu caso, he establecido por mi cuenta ciertas modificaciones en el procedimiento que, desde luego, no son imprescindibles, aunque sí aconsejables.
-¡Ah, ya!... –un poco defraudado.
-¿Te gustó el método?
-No te puedo engañar.
-Nada nos impide, pues, continuar con el mismo sistema.
Me abrazó sobre mis hombros, se acercó a mi mejilla, hasta mi oído, y empezó de nuevo:
-El contacto físico no es imprescindible, primera lección, –susurró- pero facilita la comunicación.
Y siguió en francés.
-¡Me... gusta... así!... – pude balbucear".
(Esta conversación no es hablada, sino telepática. Lo que sigue es una especie de burda traducción).
-"La telepatía es sólo un medio de comunicación, conocido hace mucho tiempo, que empleamos por seguridad. No tiene mucho de misterioso. Únicamente se trata de aceptar e interpretar las ondas magnéticas que de forma intencionada intercambiamos.
Como se da directamente de cerebro a cerebro, el lenguaje como intermediario es inútil. Los idiomas desaparecen porque se envían ideas, imágenes, sensaciones completas, sin intermedio de signos acústicos, visuales o convencionales.
Pero no sirve para leer el pensamiento, como pareces querer interpretar, porque se precisa una intención en la emisión y la recepción. Lo más que puedes captar en una persona no entrenada son interferencias, sensaciones difusas, inconcretas, deformes, que te pueden confundir con facilidad. Mejor no lo intentes.
-Pero si consigo el control necesario ¿Puedo intentar el contacto con cualquiera?
-Sí, pero no es recomendable si no conoces a la persona. Quizá es el momento de hablar de otras cuestiones. Existen,... entes,... interesados en el uso de este mecanismo y otros más potentes, como te comenté, en forma egoísta. Esto significa que podrías contactar con uno de ellos y quedar al descubierto, y te podrían inutilizar, engañar, causarte daño...
-¿Daño? ¿Daño físico?
-Dependiendo de su poder, puede llegar a dañar tu cuerpo, tu mente, ambos.
-Eso suena peligroso.
-Lo es. Todo es peligroso. Yo soy peligrosa. ¿No sientes cansancio?
-A decir verdad, sí. Noto el esfuerzo.
-Es así. El desgaste que se produce es muy elevado. El riego sanguíneo se concentra en el cerebro, faltando, lógicamente, en otras zonas.
-¿Por eso estamos en la cama?
-Por eso, y por otras razones más personales. Si enmudeces ahora, notarás que recibes más ración de sangre en otros órganos no menos importantes que el cerebro, y el placer se incrementará a niveles... más elementales.
-Estoy deseando probar. Hasta pronto.
-Hasta pronto. ¡Así no vamos a terminar las prácticas nunca!...
Y nos abrazamos más fuertemente, desnudo contra desnudo.
Se me había pasado el enfado".
Soy consciente de que todo esto no prueba nada; en realidad, no necesito que me crean. Pero entenderéis que tenga mi reserva hecha para este verano en una pequeña localidad de la Costa de la Muerte, que no quiero mencionar, como punto de partida hacia otro destino mucho más lejano, que me indicará Eugene.
En cualquier caso, por el momento, quedo a vuestra disposición para cualquier aclaración, en la medida de mis conocimientos.
Juan Antonio Pizarro. 2005
2 comentarios
Belen -
Qué lo disfrutes
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¿Te cuento un secreto...?
¿Sabes qué ?
Hay vida en el mar. El mar es profundo y esta lleno de misterios. En la superficie el sol juega con las olas, con la brisa
Libertades marinas vuelos de gaviotas al amanecer; una celebración a orillas de la vida
Fabulas de tritones, cantos de sirenas, seres sutiles de los mares nos invitan a esta travesía desconocida y emocionante
Al sumergirte, te prometo un nuevo mundo
Dame tu mano; Yo seré tu guía; Ven conmigo y adentrémonos en este Mar de sentimientos
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Besos acuáticos
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