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CÁLCULOS DEL AIRE

ÓRBITA DIVULGATIVA

Pasaje a la eternidad - Alcarria Conquense

Pasaje a la eternidad - Alcarria Conquense

Enclaves: Castejón-Olmeda de la Cuesta-Gascueña-Canalejas del Arroyo

 

 

Esta nueva travesía alcarreña llega al epicentro del territorio con voluptuosidad, exuberancia, plenitud, ademanes fértiles: las copiosas jornadas de lluvia brindaron a los campos una lozanía visual espléndida, pletórica.

Como un nido de águilas se nos presenta Castejón. El colosal promontorio que la sostiene representa una majestuosidad de primer orden y, será, en su emblemático Balcón, donde prodremos constatar el embeleso panorámico que suscita.

Olmeda de la Cuesta es un diminuto villorio que goza de una peculiar característica que la diferencia del resto de localidades: su transmutación arquitectónica. Un artista local, (desconozco su nombre), ha sembrado multitud de plataformas, fachadas, rincones escultóricos de reminiscencias surrealistas. A ese rasgo, se le añaden las numerosas baldosas cerámicas con publicidades populares y antiguas que jalonan buena parte de la aldea. Sin duda, Olmeda, se ha convertido en uno de mis puntos de referencia favoritos de toda la circunscripción conquense; entiendo el porqué: su energía hipnotiza.

De Gascuña subrayo la ubicación, su tapiz y entramado urbano tan decadente, sus niveles de altitud y el encuentro casual con un simpático guineano —sentado frente a su domicilio— con el que entablo una breve pero agradable conversación.

Canalejas del Arroyo conforma el núcleo donde parte el grueso expedicionario del domingo. La marcha hacia las lagunas de la sierra local aportan hondo aliciente, revitalización sistemática del alma, exigencia física ante las inevitables cuestas; la bonanza climatológica ayuda a que el día prometa y la satisfacción aumente. Los humedales no decepcionan (sobre todo el mayor, el del Espinar) con unas dimensiones y una fotogenia de calado; lástima que con el verano adopte el casi seguro aspecto de secarral.

Finaliza la aventura. El balance general de la experiencia lo valoro en notable alto. Soñar aquí forma un verbo de resonancias poéticas de relevante enjundia. El severo pero cautivador abanico paisajístico y la amabilidad de sus gentes consolidan un binomio imposible de arrojar al olvido.

 

 

Casoplón maldito - Al final de la escalera.

Casoplón maldito - Al final de la escalera.

Deleite para los cinéfilos sumergirse en esta producción ya mítica de los 80. Y es que esta creación audiovisual, encabezada por la excelente pericia de Peter Medak, nació para ser banderola de un cine que combinaba como ninguno la calidad artística con el éxito de taquilla.

El título es arropado por una trama bien gestionada; con un ritmo sólido no trepidante pero incapaz de diluirse a medida que el metraje transcurre. La ambientación y la tensión se tejen con sincronía a través de una adecuación musical extraordinaria a cargo de Rick Wilkins.

Es curioso percibir cómo el subgénero de las Casas Encantadas y lo Sobrenatural en esta muestra alcanza un nivel tan elevado —a mi juicio un escalón por debajo de títulos como “El Resplandor” y “Poltergeist”— y que luego generaría en la proliferación de filmes que copiaron clichés y elementos dentro de una mediocridad apabullante.

Para los amantes de este cine, están de enhorabuena con la degustación de la cinta. Se mantendrán atentos en el goce de un clásico que tolera perfectamente el enmohecimiento del tiempo, sin (eso espero) demasiadas pesadillas.

 

Álibe

El cementerio de los idiomas

El cementerio de los idiomas

Nada escapa al inexorable paso del tiempo. También los idiomas —como vehículos lingüísticos, funcionales y culturales de la condición humana— nacen, crecen, se desarrollan, envejecen y mueren como cualquier organismo vital conocido y por conocer. El final de los lenguajes no entiende de criterios históricos, hegemónicos, de cualquier prevalencia sobre sus coetáneos o predecesores; al final, todos, acabarán en el osario de las lenguas fallecidas con mayor o menor fortuna.

Los factores son múltiples y en ocasiones se combinan varios de ellos para facilitar el desarrollo del evento:

 

  • Muda o relevo lingüístico de un idioma original a otro importado o en proceso de gestación.

 

  • Transformación lingüística del mismo al grado de perder, totalmente, su naturaleza esencial.

 

  • Fallecimiento de los últimos hablantes nativos del idioma.

 

 

            En este último caso, me gustaría destacar el testimonio poético y desalentador de Johnny Hill, de Parker, Arizona, uno de los últimos habitantes de la lengua amerindia chemehuevi: “Nuestro idioma es como contemplar diariamente a un pájaro que pierde las plumas. Cuando ves pasar una de ellas, frente a ti, azotada por el viento, es como despedirse de una palabra que jamás volverá”.

 

Como es evidente existe una extensísima relación de lenguajes que han sucumbido a lo largo de la historia; no hay que retrasar demasiado las manecillas del reloj para retraernos a esas clases de latín y griego que algunos disfrutamos en las aulas y, que hoy, parecen remedos de un pasado alojado en el lecho del ostracismo.

Basta por ejemplo con mencionar algunas lenguas desaparecidas en la última década para constatar que el proceso es irreversible, y que la velocidad de destrucción de las mismas se incrementa a un ritmo acelerado y vertiginoso.

 

Las conclusiones que pueden extraerse de este fenómeno son tan variadas como complejas y la formulación de aspectos que generan esta hemorragia cultural, —por encima de las concernientes al legado lingüístico— ahondan en una fractura emocional de enormes proporciones que embarga al conjunto patrimonial de la humanidad.

 

Si bien, como manteníamos en el encabezado, el proceso idiomático tiende a debilitarse en el 90 % de la paleta dialectal del planeta, y existe una responsabilidad institucional evidente que, en muchas ocasiones, peca de laxa y relajada frente a esta situación.

A pesar de todo la voluntad de los pueblos ofrece actuaciones de interés como es el trabajo que se acomete con el hebreo, quechua, sánscrito, náhuatl; lejos de perder fuelle se les intenta brindar con programaciones divulgativas y educativas que les produzca cosechar frutos, resultados ventajosos a largo plazo.

Si existe un elemento, un rasgo, una manifestación que nos acompaña desde la noche de los tiempos es la existencia de los idiomas, las lenguas, los dialectos que se dispersan como vuelo de libélula a lo largo de la tierra.  Muchas veces no ser testigo de sus pompas fúnebres no nos exime de cierto grado inconsciente y falto de compromiso.

¿Cuáles son los 100 libros que hay que leer, según David Bowie?

¿Cuáles son los 100 libros que hay que leer, según David Bowie?

¿Cuáles son los 100 libros que hay que leer, según David Bowie? La pregunta surgió a raíz de David Bowie is, la exposición impulsada por el Victoria and Albert Museum de Londres y que recorrió el universo del mítico cantante pop; y está muy lejos de la propuesta de los 100 mejores libros de la historia del Club Noruego del Libro.

Según el comisario de la muestra, Geoffrey Marsh, David Bowie era un “lector voraz”, conocido por leer ¡un libro al día! Qué envidia tener tanto tiempo para leer, Mr. Bowie…

El hijo de David Bowie ha inaugurado el David Bowie Book Club: cada mes se leerá un libro de los 100 favoritos de Bowie. 

Hemos echado un ojo a la lista de los 100 libros que hay que leer, según David Bowie, y descubrimos la pasión que el cantante sentía por los libros editados en los 60, lo que no tiene nada de extraño, si tenemos en cuenta que su carrera se inició en 1967. Ahí están hitos de la contracultura como Última salida para Brooklyn de Hubert Selby Jr o Kafka Was The Rage: A Greenwich Village Memoir, de Anatole Broyard, 1993.

Pero lo que más nos sorprende es ¡que no elija ningún título anterior a 1945! Nos nos consta en ninguna información consultada que la selección tuviese que ceñirse a la segunda mitad del XX… ¿Será que Bowie considera que para ser rabiosamente contemporáneo sólo se puede leer así? Ummm…

En la lista de autores fundamentales para David Bowie están Truman Capote, Frank O’Hara, John Cage, Anthony Burgess, Ian McEwan, Yukio Mishima, Muriel Spark, Jack Kerouac, Lampedusa, Bruce Chatwin, Sarah Waters, Christopher Hitchens, Junot Diaz

En Estandarte creemos que meter las narices en la biblioteca de una persona es asomarse a su yo más íntimo, y eso es lo que nos permitió el comisario de David Bowie is. Aunque también estamos seguros de que Bowie esconde algunos ejemplares inconfesables en su biblioteca que no aparecen en este listado. Ésos que dibujarían el perfil completo del David Bowie lector. A falta de poder asomarnos a la biblioteca real del cantante, aquí queda la lista:

The Age of American Unreason, Susan Jacoby, 2008

The Brief Wondrous Life of Oscar Wao, Junot Diaz, 2007

The Coast of Utopia (trilogy), Tom Stoppard, 2007

Teenage: The Creation of Youth 1875-1945, Jon Savage, 2007

Fingersmith, Sarah Waters, 2002

The Trial of Henry Kissinger, Christopher Hitchens, 2001

Mr. Wilson’s Cabinet of Wonder, Lawrence Weschler, 1997

A People’s Tragedy: The Russian Revolution 1890-1924, Orlando Figes, 1997

The Insult, Rupert Thomson, 1996

Wonder Boys, Michael Chabon, 1995

The Bird Artist, Howard Norman, 1994

Kafka Was The Rage: A Greenwich Village Memoir, Anatole Broyard, 1993

Beyond the Brillo Box: The Visual Arts in Post-Historical Perspective, Arthur C. Danto, 1992

Sexual Personae: Art and Decadence from Nefertiti to Emily Dickinson, Camille Paglia, 1990

David Bomberg, Richard Cork, 1988

Sweet Soul Music: Rhythm and Blues and the Southern Dream of Freedom, Peter Guralnick, 1986

The Songlines, Bruce Chatwin, 1986

Hawksmoor, Peter Ackroyd, 1985

Nowhere To Run: The Story of Soul Music, Gerri Hirshey, 1984

Nights at the Circus, Angela Carter, 1984

Money, Martin Amis, 1984

White Noise, Don DeLillo, 1984

Flaubert’s Parrot, Julian Barnes, 1984

The Life and Times of Little Richard, Charles White, 1984

A People’s History of the United States, Howard Zinn, 1980

A Confederacy of Dunces, John Kennedy Toole, 1980

Interviews with Francis Bacon, David Sylvester, 1980

Darkness at Noon, Arthur Koestler, 1980

Earthly Powers, Anthony Burgess, 1980

Raw (a ‘graphix magazine’) 1980-91

Viz (magazine) 1979 –

The Gnostic Gospels, Elaine Pagels, 1979

Metropolitan Life, Fran Lebowitz, 1978

In Between the Sheets, Ian McEwan, 1978

Writers at Work: The Paris Review Interviews, ed. Malcolm Cowley, 1977

The Origin of Consciousness in the Breakdown of the Bicameral Mind, Julian Jaynes, 1976

Tales of Beatnik Glory, Ed Saunders, 1975

Mystery Train, Greil Marcus, 1975

Selected Poems, Frank O’Hara, 1974

Before the Deluge: A Portrait of Berlin in the 1920s, Otto Friedrich, 1972

In Bluebeard’s Castle: Some Notes Towards the Re-definition of Culture, George Steiner, 1971

Octobriana and the Russian Underground, Peter Sadecky, 1971

The Sound of the City: The Rise of Rock and Roll, Charlie Gillete, 1970

The Quest For Christa T, Christa Wolf, 1968

Awopbopaloobop Alopbamboom: The Golden Age of Rock, Nik Cohn, 1968

The Master and Margarita, Mikhail Bulgakov, 1967

Journey into the Whirlwind, Eugenia Ginzburg, 1967

Last Exit to Brooklyn, Hubert Selby Jr. , 1966

In Cold Blood, Truman Capote, 1965

City of Night, John Rechy, 1965

Herzog, Saul Bellow, 1964

Puckoon, Spike Milligan, 1963

The American Way of Death, Jessica Mitford, 1963

The Sailor Who Fell From Grace With The Sea, Yukio Mishima, 1963

The Fire Next Time, James Baldwin, 1963

A Clockwork Orange, Anthony Burgess, 1962

Inside the Whale and Other Essays, George Orwell, 1962

The Prime of Miss Jean Brodie, Muriel Spark, 1961

Private Eye (magazine) 1961 –

On Having No Head: Zen and the Rediscovery of the Obvious, Douglas Harding, 1961

Silence: Lectures and Writing, John Cage, 1961

Strange People, Frank Edwards, 1961

The Divided Self, R. D. Laing, 1960

All The Emperor’s Horses, David Kidd,1960

Billy Liar, Keith Waterhouse, 1959

The Leopard, Giuseppe Di Lampedusa, 1958

On The Road, Jack Kerouac, 1957

The Hidden Persuaders, Vance Packard, 1957

Room at the Top, John Braine, 1957

A Grave for a Dolphin, Alberto Denti di Pirajno, 1956

The Outsider, Colin Wilson, 1956

Lolita, Vladimir Nabokov, 1955

Nineteen Eighty-Four, George Orwell, 1949

The Street, Ann Petry, 1946

Black Boy, Richard Wright, 1945

 

 

Fuente: estandarte.com

Queja

Queja

¿A quién quieres quejarte tú, corazón? Siempre rehuido 

se tuerce tu camino a través de los humanos

imcomprensibles. Quizás más en vano todavía,

ya que mantiene el rumbo,

mantiene el rumbo hacia el porvenir,

hacia el porvenir perdido.

 

Antes. ¿Te quejabas? ¿Qué era? Caída

baya del júbilo, todavía no madura.

Pero ahora se me parte el árbol de mi júbilo,

se me parte en la tormenta el lento

árbol de mi júbilo.

El más hermoso en mi paisaje

invisible, oh tú, que me hiciste

más perceptible a los ángeles, invisibles.

 

 

Rainer María Rilke

 

 

 

Las sombras de palacio

Las sombras de palacio

La radiodifusión ribereña goza de un motivo alegre por el que concederse una celebración: Radio Fuga inaugura el espacio "Las sombras de palacio". En momentos dónde la pulsión cultural del Real Sitio se mantiene a temperatura de carámbano es muy grato informar del nacimiento de iniciativas como ésta, destinada, a la divulgación de temas históricos, legendarios y rodeados de la siempre sugerente aureola del misterio. 

Todos los jueves, a partir de las 22.00 horas, en el 106.7 FM de su dial, el público general tendrá la ocasión de imbuirse en las tramas narrativas y excelentemente documentadas de Isaac Campos y equipo.

Desde la plana de "Cálculos del Aire" enviamos cantidades ingentes de fortuna y buen hacer a los intrépidos forjadores de esta apasionante aventura.

Idílica

Idílica

Un nuevo motivo de confraternización con la alegría se fraguará el próximo 2013 para gozo extraordinario de servidor. A la amplia agenda de compromisos y proyectos realizados, en este complejo año que ya abandonamos, se añadirá el proyecto Idílica (Gacetín Cultural Ilustrado), como objetivo notable de esfuerzos y motivaciones extraordinarias.

A medida que la publicación vaya acaparando cuerpo, ideas y contenidos les mantendremos informados y, al día, de la naturaleza de nuestra novedosa y germinal propuesta en pro de la cultura escrita. 

Con las fechas navideñas como estampa de fondo gocen de la armonía y de la templanza invernal.

Efecto Doopler

Efecto Doopler

-¿No me das un besito, nene? -Sugirió la voz al otro lado del aparato.

Entonces Mister Doopler no pudo evitar como muchas otras veces, dejarse llevar por su imaginación calenturienta. Cerró los ojos, abstrayéndose en ese mundo particular que se habría creado: un cuerpo sensual, unos labios jugosos, una lengua diabólica. No era como chatear en donde la incertidumbre de lo desconocido lo amendrentaba, era más el contacto sonoro de una voz femenina, melosa y ardiente, lo que verdaderamente le excitaba. Él no hablaba, sólo escuchaba. Formaba parte del acuerdo establecido, como el hecho primordial y sin el cual sí se daba el aliciente, de que podía efectuarse en cualquier momento. Ahora mismo.

-Te mando uno de esos que tú ya sabes. Mmmm...... Mmmm. Sientes ahora mi lengua acariciando tus labios, penetrándote -Susurraba la voz.

Mister Doopler, sentado en una esquina de la tarima presidencial junto a sus colegas en la ponencia, una video-conferencia nacional acerca de las Historia de las Telecomunicaciones, permanecía ensimismado con la mano pegada a la oreja, ajeno completamente  a todo, sólo viviendo plácidamente como poco a poco algo le ardía dentro del pantalón. Su pequeño periscopio emergía con timidez navegando por entre las aguas del boxer como espía alemán, con los torpedos en posición de disparo. El fuego le subía ahora por el estómago, rozándole los pulmones, oprimiéndole el corazón. Sintió una vez más aquella lengua lasciva dentro de su boca quemándole vivo.

-Te voy a comer enterito, lentamente, cómo a ti te gusta mi amor, ¿estás preparado? - Habló nuevamente el teléfono.

Mister Doopler no pudo contenerse ya más y comenzó a masturbarse frenéticamente sin piedad, justo en el momento en que anunciaban su turno en el estrado. Las cámaras le enfocaron sin poder creer lo que estaban viendo. ¿Esto qué es? Debían haber preguntado, pero no, un silencio sepulcral se apoderó de la pequeña sala antes de que nadie hablara. El país entero contempló durante breves instantes el singular espectáculo. Nadie estornudó. Sólo rompió ese momento en el tiempo...,el sonido constante y siempre alerta de un móvil.

 

 

Blanca Díez de Tejada Guevara

Cuéntame una historia humilde

o llévame a los héroes.

Lo importante es tu voz sobre la noche,

el aire que ennoblece tu garganta,

tierra y sonido,

agua y lumbre en tu boca.

Y déjame escuchar

tan amistoso don

de la materia.

 

 

José Pérez Carranque

La lanza

La lanza

“Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua.”

Juan (19:33-34)

 

El centurión Longinos, salpicado por la sangre de Cristo, sintió al instante cómo su incipiente ceguera se veía curada por un milagro de aquél que estaba en la cruz. Los cielos se cubrieron de sombras y se desató una tremenda tormenta de truenos y rayos como jamás habían visto, haciéndole incluso arrodillarse de miedo, justo debajo de Jesús, al cual había dado muerte con su lanza.

Convencido ya de que el hombre que habían crucificado era el verdadero Mesías, huyó del lugar en busca de los apóstoles para saber más y conocer las enseñanzas del Maestro. Se hizo cristiano, y con los años fue perseguido por sus antiguos compañeros centuriones. Finalmente fue capturado y crucificado.

Su lanza, junto con la copa de la última cena y el Santo Sudario serían guardadas por José de Arimatea en un lugar secreto. Tal vez en algún antiguo templo, que con el paso de los años sería engullido por las arenas del desierto.

El mítico rey Arturo, enfermo y abandonado, mandaría a los caballeros de la mesa redonda en busca de los tesoros, para recuperar la vitalidad y fortaleza de su reino. Fue Percival el único superviviente y afortunado que encontró el Grial junto con las demás reliquias. Arturo, tras tener en su mano tanto poder y tan desconocido, se organizó su propio entierro para ir a descansar el sueño de los justos a la isla mágica de Ávalon. Llevándose la misteriosa Lanza del Destino.

No se sabe en qué época fue, pero sí es cierto que los elfos de la isla a lomos de los blancos unicornios, atravesaron todo el mar hasta llegar al continente y depositar en lugares estratégicos los tres objetos que dirigen los pilares de la cristiandad. El Santo Grial de la última cena, cuando Jesús ya era conocedor de su destino, lo guardaron en Valencia. La Sábana Santa, prueba irrefutable de que el salvador resucitó al tercer día de su ejecución, fue llevada a Turín. Y la Lanza de Longinos, arma sagrada que dio muerte al redentor, se llevó como símbolo de poder, a la cuna de la iglesia católica, Roma.

Años después, en el siglo IX, el papa romano hace un regalo especial al emperador Carlomagno, por las conquistas de territorios bárbaros y su aportación a la defensa del cristianismo. En una caja especialmente labrada por un maestro orfebre, guardada con sumo cuidado, está la punta de la lanza. El mástil, probablemente, se perdió con el paso de los años despedazado en cientos de esquirlas que los cristianos guardarían como relicarios.

Desde entonces el conquistador se dotó de un áurea invencible que los hombres de sus ejércitos se encargaron de aumentar con cada batalla. Carlo vestido con su cota de malla de oro y enarbolando en ambos brazos el escudo y la espada, montaba a su caballo Tencendur, un alazán fuerte y veloz. Se ponía al frente de sus huestes como uno más de sus guerreros, luchando encarecidamente sin desfallecer ni un momento. Y bajo el filo de su espada perecían todos los enemigos con los que se enfrentaba, con tal fuerza que se decía que de un mandoble era capaz de partir a un soldado en dos.

Cierta vez, se cuenta que derribado del caballo, y rodeado de cinco enemigos, la muerte resultaba inminente. Carlomagno con la ropa y el rostro ensangrentado, se desprendió de sus protecciones y sus armas y se puso de rodillas, cogió un cordel que le colgaba del cuello, y sacó la punta de lanza para acariciarla con sus manos. Los soldados, no sabían qué podía significar aquello, era extraño que un guerrero abandonara las armas y se pusiera en una situación sumisa esperando la muerte, extrañados por el valor que demostró aquél hombre, pensaron que se trataba de algo sobrenatural y que no temía a la muerte porque pertenecía a otro mundo. No quisieron hacerle daño, asustados por las posibles represalias en un encuentro en el más allá.

Pasaron los años y la Sagrada Lanza fue pasando de mano en mano. En pocas ocasiones los elegidos descubrieron que estaba dotada de una fuerza propia y que era ella quien designaba a sus portadores dotándoles de un inmenso poder, unas veces para el bien y en algunas ocasiones para el mal, sembrando el terror y la muerte por donde pasaba, adueñándose de la cordura de sus descubridores, creándose un vínculo que duraba desde el primer contacto hasta la muerte. Siempre la llevaban encima y serían capaces de matar si alguien hacía el amago de quitársela, o tan sólo de tocarla. Muchos reyes degollaron a sus concubinas en el mismo lecho de amor por intentar descubrir, tan sólo, la procedencia de tan extraordinario objeto.

Centurias mas tarde, a principios del siglo XX, en el museo de Viena, un hombre se queda obnubilado ante la visión de la que él reconoce como la lanza de poder, sobre la que tanto ha leído e investigado, era un jovencísimo Adolf Hitler, que años más tarde, al conquistar Austria, la guardaría y llevaría siempre con él. A partir de entonces, la historia del mundo cambió, dominado probablemente por el poder del lado oscuro de la lanza sagrada.

El Führer se volvió loco y terminó pegándose un tiro en la cabeza, junto con su reciente esposa Eva Braun, en su bunker de Berlín. Cuando el ejército rojo conquistó la ciudad, un mercenario español republicano, descubrió la lanza entre muchos otros objetos esotéricos que se guardaban en el refugio. O fue ella quien se interpuso en su camino, porque resaltaba entre los demás objetos por el brillo que refulgía, a pesar de estar prácticamente oxidada. Se acercó a tocarla y al tenerla entre sus manos, sintió la fuerza, intentó dejarla en su sitio, pero ya era imposible, tenía que ser suya y la robó.

Siguió ganándose el sustento luchando en otras guerras del lado del que mejor pagara, siempre en el primer frente, y saliendo milagrosamente ileso de todas las batallas. En todas las ocasiones llevaba consigo el codiciado talismán.

Pero con el paso de los años tuvo que pagar su tributo, empezó a sufrir una transformación, antes que era de espíritu noble y solidario, se fue convirtiendo en algo mezquino y ponzoñoso maquinando constantemente inquinas y rebeliones con los que le rodeaban.

En una refriega en el Congo, persiguiendo a un soldado enemigo consiguieron llegar hasta un poblado oculto entre la espesura de la jungla. Los nativos extrañados al ver a los primeros hombres con la piel blanca, les rodearos para tocarles con curiosidad. Pero él asqueado por la adulación de los salvajes mandó a sus secuaces que abrieran fuego a discreción. En unos minutos habían arrasado con todo ser viviente de alrededor. Todo era sangre y cadáveres.

Al terminar la dictadura española volvió a su pueblo, Seseña, allí le esperaban antiguos enemigos del bando nacional. Le capturaron una noche sin luna, y a las afueras del pueblo le desgarraron el alma y le ajusticiaron con una pistola. Allí mismo le enterraron, con las ropas que llevaba y el amuleto al cuello.

Pasaron los años y sobre los restos del asesinado se hicieron los cimientos de lo que luego fue una fábrica de moldeo de plásticos. La llamarían Mecaplast.

Desde los inicios se convirtió en una `pieza clave de la industria, ejemplo de prosperidad y de excelencia. Con un poder de recuperarse ante las adversidades envidiados por las marcas del sector. Pero donde verdaderamente se evidenciaba el influjo de la Lanza de Longinos era en sus trabajadores, ávidos de trabajo y rebosantes de compañerismo y amistad.

Pero la Lanza de Poder también desprende su lado oscuro, y tarde o temprano, la maldad del centurión aparecerá entre los muros de la fábrica, seguramente, en alguno de los mandos superiores.

Pero, queridos lectores, esa ya es otra historia.


Fernando García de la Rosa.

Beautiful Bathory

Beautiful Bathory

La sangre,
la sangre porque sí;
La sangre como fuente de belleza,
como prólogo perfecto
al mármol de tus carnes.
Tus miembros,
la indomable rigidez de tus costillas,
las cuentas que se forman en tu espina,
vibran de gozo ante el tibio líquido,
ante esa acritud de aroma que te es tan
familiar:

Y en este baño de homenaje hacia tus galas,
en este canto al cuerpo como sublime diseño,
renaces más linda si cabe,
remontando perspectivas
que verán la línea griega.
Recuerda, pues, la sangre
como símbolo de vida nueva;
Cómo bálsamo que rompe
con las miserias del tiempo,
que evita la decadencia:
Como un elixir que supera
la prueba tortuosa del espejo.
Recuerda, y, si acaso tu castigo lo permite,
dime mientras tanto qué se siente,
qué trágica araña se pasea por tus venas:
Cuenta como sufres en tu torre de delirio,
¡oh, tú!,
navegante entre piedras centenarias,
viandante de mazmorras sin final.


Alberto Lominchar Pacheco.


En homenaje al amigo, poeta y narrador Alberto Lominchar: referente incuestionable de las Letras Ribereñas, voz honda y esclarecida de nuestro Real Sitio.

El experimento

El experimento

 

Cuando desperecé los ojos, no sabía cuanto tiempo llevaba inconsciente ni el motivo de mi desvanecimiento, me encontraba en el interior de una especie de aeronave, sentado en una gran silla acolchada y sujeto con cinturones de seguridad, frente a mí había un cuadro de mandos como los de los submarinos que solía pilotar pero con muchas más lucecitas de colores y con palancas de diferente grosor y longitud. El habitáculo medía unos dos metros de ancho, en forma circular y con varios ojos de buey que permitían ver perfectamente todo lo que había en el exterior.

Mirando a través de las ventanillas descubrí que me encontraba rodeado de un líquido rojo como… como si fuera… sangre. El vertiginoso torrente me llevaba flotando en alguna dirección desconocida para mí, aún no recordaba cómo había llegado hasta allí y lo único que podía hacer era dirigir el avión, o lo que fuera, por el cauce principal, más ancho y cómodo que las canalizaciones adyacentes, que continuamente salían a ambos lados y que sabe Dios adónde iban a parar.

De pronto se me plantea una encrucijada existencial cuando el camino se bifurca en dos, ¿izquierda o derecha? Elijo la diestra y de momento todo sigue igual, pero poco a poco el túnel carmesí se va achicando y apenas coge la nave. Y cada vez se hace más pequeño hasta que desemboca en una especie de caverna donde el aire insufla y sufla rítmicamente, a veces lo que entra es una gran nube de humo blanco, si estuviera dentro del cuerpo humano pensaría que me encuentro en los pulmones. Pero me parece una idea absurda que no puedo tener en consideración.

Vuelvo a meterme por una pequeña oquedad que desemboca en un nuevo río rojo. Cada vez que el canal se hace mas grande va aumentando la velocidad y me siento como absorbido por una fuerza desconocida que me impide controlar el vehículo. Veo como llego hasta una especie de compuerta que se abre y cierra a un ritmo constante. Y suena un grave zumbido que me deja cada vez más sordo. TOC, TOC, entonces es cuando lo veo claro y empiezo a recordar. Estoy a punto de entrar en el corazón de un cuerpo humano.

Hace un año las deudas dinerarias me acosaban como lobos a una oveja, sin trabajo y sin atisbar un rayo de luz a mis problemas. Todo se me hacían penumbras hasta que leí en el periódico un anuncio donde se necesitaban pilotos de submarinos en una empresa de investigación farmacológica. Me aceptaron el curriculum y fui citado para hacerme unas pruebas físicas y psicológicas. Cuando hubo terminado el examen me dijeron que había sido aceptado y que formaría parte de un experimento científico llamado Mecaplast B58.

Debería pilotar un minisubmarino y adentrarme dentro de un cuerpo humano para localizar y destruir un virus mortal que estaba creando una apocalíptica pandemia en la humanidad, el H1N1.

Para ello sería reducido, junto con el sumergible, a una millonésima parte de mi tamaño para poder inyectarme directamente al torrente sanguíneo. Las consecuencias de la reducción eran desconocidas puesto que solo se había probado en conejos, y estos acababan perdidos en las arterias de sus hermanos.

En el corazón todo se precipita, entro de la aurícula izquierda al ventrículo y de ahí salgo por la arteria Aorta a una velocidad vertiginosa hacia nuevos territorios. A través de diferentes canalizaciones no tardo en llegar a lo que creo que es el hígado puesto que me encuentro rodeado por un líquido viscoso y verde, que es igual a la bilis que vomitamos después de una buena borrachera.

De ahí consigo escapar y pongo rumbo a los riñones en busca del tan mortífero virus, pero en los filtros nefrones solo encuentro piedras calcáreas que le tienen que provocar más de un dolor a mi portador.

No tardo en llegar al estómago donde en una especie de mar ácido se desintegran todos los alimentos que llegan. Yo activo los motores que convierten mi medio de transporte en un potente avión, con el que me permite esquivar la muerte que acecha abajo, en el lago corrosivo. Me adentro en un gran torrente donde no deja de caer una finísima lluvia mortífera, mientras grandes turbulencias me zarandean de un lado a otro del abdomen, me acerco a otra compuerta que se llama píloro, antesala del fascinante mundo de los intestinos.

En el delgado parece que recorro kilómetros, aunque apenas son seis metros. De pronto noto cómo la nave es sacudida y golpeada con lo que a mí me parecen pedradas. Al asomarme a la ventanilla descubro que estoy rodeado por cientos de pequeños seres peludos y con largos colmillos, y una mirada diabólica que denota que no vienen con buenas intenciones. La hostilidad de los atacantes me lleva a la conclusión de que es el virus que venía buscando.

Puesto que la batalla es inevitable, abro las escotillas de los torpedos con las vacunas que debía probar, la N68, y les envío el primero. Las bajas causadas son numerosas pero al instante reemplazadas por nuevos virus, al disparar el segundo y causar el mismo desenlace empiezo a dudar de mis posibilidades de supervivencia. Pero una ayuda inesperada acude a fortalecerme en la cruenta batalla, miles de glóbulos blancos atacan a mis enemigos con sofisticadas armas que al hacer blanco en el objetivo desintegran al instante al individuo. Poco a poco las huestes enemigas van mermando en número y en virulencia.

Cuando ya lo teníamos todo ganado aparecen una cantidad de virus imposible de contar, millones tal vez, aparecen filtrándose a través de las paredes del intestino, sin saber de dónde vienen. Los leucocitos son derrotados y me quedo yo solo ante el peligro. Tengo que tomar una firme decisión sin saber cuales serán las consecuencias.

En el laboratorio de ensayo la llamaron “bomba atómica”, por la cantidad de medicamentos y de extraños componentes con los que hicieron la vacuna. No se sabía si además de matar al virus también podría dañar a otros órganos, pero ahora era el momento de descubrirlo. Deposité mi mano sobre el interruptor rojo y lo presioné con fuerza hasta el fondo. Durante unos instantes no pasó nada, pero una gran explosión dio paso a un agobiante temblor con el que dudé de salir vivo de allí. Fueron unos minutos de angustia, y cuando por fin llego la calma, a mí alrededor todo era vacío. Se habían volatilizado, los virus, los glóbulos blancos, restos alimenticios, todo. Sólo estaba mi querida nave sanguínea y un gran túnel de intestino, que me atraía y me asustaba como la gruta de una montaña. La vacuna había sido todo un éxito.

Avancé en solitario por la serpenteante galería intestinal, y a medida que avanzaba un olor escatológico, fácilmente reconocible, empezaba a filtrarse en el interior del habitáculo. Me acercaba al intestino grueso, más ancho y espacioso aunque el conglomerado de una sustancia viscosa y nauseabunda en continuo movimiento, hacía más difícil mi circulación. A ambos flancos se formaban remolinos y turbulencias, nubes tóxicas quizá, que al ser analizados por los sensores de la nave me diagnosticaban que era gases flatulentos.

En un desliz de tripulación me metí dentro de una de estas grandes nubes y ya no pude salir, me atrapó en sus fauces ponzoñosas, y me vapuleó de un lado para otro en inmensidad de volteretas, hasta llegué a pensar que me quedaría allí para siempre.

Conseguí vislumbrar a lo lejos una pequeñísima luz que me iluminó los ojos de esperanza, pero yo no era dueño de los mandos y me movía al capricho del tifón, que se iba acercando a esa pequeña abertura. La fuerza de la tormenta se hizo cada vez más agresiva y como si una eclosión de dinamita fuera, salí catapultado hacia el exterior, envuelto en una nube de gases y mal olor.

Desgraciadamente toda la salpicadura se quedó pegada en la tela de la ropa interior. Ya he mandado un mensaje al laboratorio para que me rescaten de este refugio contaminante. Y están haciendo todo lo posible para encontrarme en este nido inmundo.

 

Fernando García de la Rosa

Conjuro para seguir siendo nunca los mismos

Conjuro para seguir siendo nunca los mismos

Desandar a tientas la gramática

de tu escala en Sol menor.

Cambiar lo cotidiano.

 

Elegir noche metálica de pétalos de mosca.

 

Remover con estremecimiento en la locura.

 

Dejar macerar con ungüento de sobredosis

la resaca del último orgasmo.

 

Viajar con los pies a ras del cielo

los próximos mil años.

 

Reposar.

 

Hacer acopio de estrellas fugaces.

 

Tatuar con tinta invisible en tu pecho

o a estribor del presente en tus pupilas

la palabra fin.

 

 

Alfonso Gálvez Gómez

La otra acera

La otra acera

Para contrariar la costumbre, nuestros gobernantes han decidido que las calles de esta ciudad no tengan más que una acera. De manera que, invariablemente, tendremos que desplazarnos siempre por el mismo lado.
Se podría esperar que dicha medida provocara grandes escándalos y que suscitara uno que otro levantamiento entre nuestros conciudadanos, pero no ha sido así. Con buen ánimo, cada uno de nosotros ha sabido habituarse a la particularidad de estas calles.
Como una muestra cabal de nuestro respeto por las leyes (se equivoca quien hable de sumisión), hemos comenzado por suprimir ese ligero movimiento de levantar la mano y saludar a quien camina en frente.
Con el correr del tiempo y llegado el momento de escribir la historia, no habrá quien recuerde que un día, todos a una, acordamos de buena gana suprimir también ese brazo que nunca más volveríamos a levantar. Después de todo, no era más que una extremidad inútil que ya no tenía cabida en el paisaje de nuestra amada ciudad.

 

Carlos Adolfo de la Hoz Albor

Mundo Simbólico

Mundo Simbólico

CALAVERA

En un sentido general, es el emblema de la caducidad de la existencia, cual aparece en los ejemplos literarios del Hamlet y del Fausto. Sin embargo, como la concha del caracol, es en realidad "lo que resta" del ser vivo una vez destruido su cuerpo. Adquiere así un sentido de vaso de la vida y del pensamiento. Multitud de actos supersticiosos, rituales o derivados de la antropofagia provienen de este sentimiento.


CASA


Los místicos han considerado tradicionalmente el elemento femenino del universo como arca, casa o muro; también como jardín cerrado. El simbolismo arquitectónico tiene en la casa uno de sus ejemplos particulares, tanto en lo general como en el significado de cada estructura o elemento. La fachada significa el lado manifiesto del hombre, la personalidad, la máscara. Los distintos pisos conciernen a las dimensiones de la verticalidad y el espacio. El techo y el piso superior corresponden, en la analogía, a la cabeza y el pensamiento, y las funciones conscientes y directivas. Por el contrario, el sótano, corresponde al inconsciente y los instintos. La cocina, como lugar de transformación de los alimentos, puede significar el momento de una transformación psíquica en el estrato alquímico. La escalera es el medio de unión de los diversos planos psíquicos. Su significado depende de que se vea en sentido ascendente o descendente.

Perseguido

Perseguido

Por el horizonte dorado, sorteando las impresionantes moles de piedra de Monument Valley un jinete cabalga con paso lánguido sin apenas levantar polvo a su paso. Sin embargo, todas sus ropas de vaquero están blancas por el vómito arenoso del desierto de Arizona. Va mascando tabaco para saciar la sed de varios días racionando el contenido de la cantimplora y sin saber cuando encontrará el próximo pozo donde repostar agua.
Tira de las riendas de su caballo Bucéfalo y se dirige, esperanzado, a lo alto de una loma para divisar qué hay al otro lado, desde allí descubre cómo al pie de la ladera se alza un pequeño pueblo de apenas veinte o treinta casas de madera, que se diluyen en la nada a ambos lados de una calle que lo atraviesa por el medio.
Cuando llega, un gran tablero clavado en un poste reza el nombre de Mecaplast City. Se adentra por la polvorienta travesía, casi desierta, a no ser por un perro pulgoso o por los ancianos, quizá buscadores de oro retirados, que se sientan en las mecedoras a las puertas de sus casas, bajo la techumbre, a esperar a que se ponga el sol. Aunque el pueblo es pequeño, tiene su humilde iglesia, los establos que albergan a las escasas cabalgaduras y el granero que almacena el trigo y otros cereales. Y por supuesto, como en todo el oeste, un hotel y el saloon.
Clint, que así se llama el pistolero, se para frente al bar, baja del caballo y sube las traviesas de la entrada haciendo sonar las espuelas de sus botas. Se detiene unos instantes frente a las puertas abatibles, pensando si debe pasar o debe seguir su camino, pone sus manos sobre la madera, empuja y entra, en el mismo momento se hace silencio en el local y todas las miradas se dirigen a él. Tras la pausa todo vuelve a la normalidad, los jugadores al póker y el pianista al piano. Clint se acerca al mostrador y pide un whisky, podría pedir agua después de cabalgar por el yermo desierto, pero son muchas millas de abstinencia y necesita un trago, luego llenará su calabaza vinatera, y seguirá viaje sin rumbo fijo. Se lo bebe despacio, mirando hacia el fondo de la barra, sin girarse a ver qué clase de gente se encuentra en el local, porque sabe que son más o menos como los de todos los salones del oeste.
Desde una mesa cercana se levanta un hombre elegantemente vestido e invita al forastero a echar una partida al póker, el héroe solitario deniega la invitación porque ya está curtido en mil partidas y sabe que los tahúres de la timba son unos tramposos.
De un vistazo vio cómo se hacían señas unos a otros y cómo escondían los naipes por la boca de la manga. Por un momento, piensa que podría jugar con ellos y ganarles hasta las botas de montar pero el turbio pasado le cruza como un rayo, y no quiere jaleo, se ha propuesto cambiar de vida y llevar sus pasos por el buen camino. Para ello debe huir hacia otro territorio donde no esté en busca y captura, vivo o muerto, y donde no le persigan los cazarecompensas, aunque ha matado a muchos, cada vez son más jóvenes y más rápidos que él disparando con el revolver.
Se le acerca una bella señorita, con un vestido de seda negro y encajes rojos, al andar asoma por la raja de la falda una pierna interminable enfundada en una media de rejilla negra sujeta con un liguero rojo a juego con los encajes. Intenta insinuársele pero él sólo está de paso, ha venido al pueblo a tomar un trago y luego a continuar su camino. La fulana desiste vencida y se aleja hacia el negro que toca el piano para ver, desde su atalaya privilegiada, cómo se levanta un hombre con la ropa desaliñada y síntomas de estar borracho. Se acerca hasta donde está ella y le endilga una monumental bofetada por haber intentado tratos con el forastero.
Clint que lo ve todo, aprieta las mandíbulas y hunde su cara en el vaso de whisky, lo apura de una vez y enseguida pide otro. Hace un ademán al camarero para pedir la cuenta con la intención de pagar e irse. No quiere jaleos.
Desde que pasó al local, hay un hombre sentado solo en una mesa que lo mira intentando recordar por qué le suena su cara. Tal vez lo haya visto en un cartel donde pone que es buscado por la justicia. O quizá es un compañero itinerante de borrachera en algún pueblo perdido del oeste.
Decide entablar conversación con él. Al levantarse relucen las puntas de su estrella dorada que tiene en la solapa de su chaqueta. Es sheriff del condado. Se ajusta un punto más el cinturón y se coloca las cartucheras con las pistolas, dos Colt del 45.
Clint al ver que se acerca y que probablemente le ha reconocido, apura la copa, se cala bien el sombrero y hace un intento de marcharse pero el sheriff Wyatt le pone la mano en el hombro y lo detiene para invitarle a otro whisky.
Se niega con rotundidad a compartir barra con él, porque es un héroe solitario y ya nunca bebe con nadie, teme que el representante de la ley quiera entretenerle para apresarle y acabar con sus andanzas confinado en el calabozo, o tal vez directamente le cuelgue de la soga atada a un árbol. Wyatt se pone pesado e insiste en tomarse el chupito ya al borde de las malas maneras y la intimidación.
El forastero, que no quiere jaleos, acepta la invitación. Ve con parsimonia cómo le sirve el camarero otro lingotazo de whisky y tras entrechocar el cristal de su vaso con el del sheriff, brindan por la salud, y le apura de un trago. Le ofrece otro, pero Clint lo rechaza porque empieza a sentirse un poco ebrio y a calentársele el labio, no quiere terminar beodo perdido cayéndose al suelo a cada paso que dé. Su oponente no acepta el rechazo y empieza a levantar la voz insultando al hombre solitario que tan sólo baja la cabeza y aprieta los puños hasta clavarse las uñas en las palmas de la manos. De súbito y con una rapidez incomprensible el sheriff saca el revolver y lo apunta al pecho, separándose de él unos pasos, en parte por miedo a ese pistolero del cual le suena su cara.
Clint se queda inmóvil mirando de soslayo cómo toman posiciones los secuaces, uno a la espalda de Wyatt y el otro unos metros a su derecha, los dos con la mano apoyada en la culata de la pistola. Él se ha sumido en un penetrante silencio absorto por el discurrir de los acontecimientos, a la espera de que suene un disparo y el cuerpo de uno de los dos quede en el suelo. Los duelistas se miran a los ojos, con miedo ante la inminente presencia de la muerte, relajados como sólo los asesinos saben hacer. Afuera el sol ya ha empezado a ponerse y deja sumido el pueblo en tinieblas, el saloon se oscurece, en la calle un perro callejero ladra y Wyatt desvía la mirada un momento, alterado por los ladridos, unas décimas de segundo quizá. Suficiente para que lo aproveche su oponente, que desenfunda, y ¡bang! , le dispara al corazón, dejándolo fulminado. Sus dos matones sacan sus pistolas, pero demasiado tarde, porque una bala se les aloja en el cerebro dejándolos muertos al instante, primero uno y luego otro, sin saber por donde han llegado los tiros. Dejando un olor a pólvora y a muerte.
Y así, con el revolver soltando humo por el extremo del tubo, mira en silencio a los presentes que le observan boquiabiertos. Vuelve a enfundar y deposita sobre la barra unas monedas, más que suficientes para pagar los whiskys, da media vuelta sobre sus talones y empuja las puertas de vaivén, cuando sale a la calle el poco sol de la media tarde le pega en sus vidriosos ojos, reconfortado por el calor del alcohol, monta sobre su caballo y tira de las riendas en dirección al otro extremo de la travesía por donde llegó. El destino es aún desconocido. Pero tiene claro que hay veces que no puede huir de los jaleos.


Fernando García de la Rosa

Pasaron por aquí - Hans Christian Andersen

Pasaron por aquí - Hans Christian Andersen

Por Ricardo Lorenzo

En un frío otoño, Hans Christian Andersen, paseó por Aranjuez

El 2 de abril de 1806, en Odense, nació Hans Christian Andersen, el autor danés más universal, el padre de "La sirenita" y otros cuentos infantiles inmortales. Su propia vida parece un cuento escrito por él. Hijo de una familia muy humilde, a los once años queda huérfano. A los catorce viaja a Copenhague e intenta fortuna como actor. El director del Teatro Real, James Collins, ve algo especial más allá de su estrafalaria figura de adolescente gigante y desgarvado con cara de ave, y le paga los estudios en una prestigiosa academia. Allí, voraz, se lo lee todo. Se enamora de Shakespeare y se embeleza con Schiller.
Hans Christian Andersen (1806-1875) ha pasado a la historia de la literatura como un magnífico cuentista para niños. Sin embargo su obra es mucho más amplia y abarca la poesía, la novela y los libros de viaje. Andersen fue un gran viajero en una época en que muy poca gente viajaba. Realizó largos viajes por toda Europa y visitó España en dos ocasiones. La primera vez, entre septiembre y diciembre de 1862, y la segunda, en 1866, camino de Portugal. De su primera visita nació "Viaje por España", una narración entusiasta, adobada con la fina ironía que le caracterizaba.
En dicho libro Aranjuez aparece en dos ocasiones. La primera, entrevista apenas, al anochecer, desde el tren que lo lleva a Madrid desde Alcazar de San Juan: "... Se hizo la oscuridad y de repente ésta aumentó al meternos por un túnel de matorrales y árboles entrando en Aranjuez, oasis del desierto de la provincia de Madrid. Naturalmente, nos vino al punto a la memoria la frase del ´Don Carlos`de Schiller: ´Los días gloriosos de Aranjuez han tocado a su fin`. Nos detuvimos un par de minutos en la estación; vimos proyectarse la luz del farol sobre los raíles, reverberar en los canales, y los minutos en Aranjuez se pasaron. De nuevo volaba el tren hacia Madrid, en una hora estaríamos allí".
En Madrid Andersen pasará frío, mucho frío, un frío que le recuerda el soneto de Gongora: "El aire de Madrid es tan sutil/ que mata a un hombre/ y no apaga un candil". Pero, aparte del frío, la lluvia y el lodo, Madrid le regala las maravillas del Prado y la amistosa camaradería con gente como el Duque de Rivas, Eugenio Hartzenbush o Cánovas del Castillo.
En Madrid permanece tres semanas y decide partir hacia Toledo con parada en Aranjuez (Ventajas de la época de Andersen en las que se podía ir en tren a Toledo desde Aranjuez y no como ahora):"En el tren de la mañana salimos de Madrid... A la luz del día corríamos por la dilatada comarca, cuya fisonomía es mejor que su fama; no hay tanto desierto como dicen; es como un enorme pastizal, pero parte de él está ya bajo cultivo y mucho más va a ser cultivado. Llegando a Aranjuez, la zona muestra un parecido notable con Dinamarca: hay grandes árboles de tupida fronda y abundante maleza, y un parque cruzado por canales y rodeado de pequeños lagos; lo vimos a la luz de un frío otoño nórdico. La pequeña y edificada villa, con su palacio, su plaza delante del mismo, y su parque, parecía estar falta de gente; todo ello tenía un aspecto agradable, pero solitario y olvidado, como una finca abandonada por sus dueños. Bajo aquellos añosos árboles había pasado Felipe II sus ´días dichosos`. Aquí, en la darsena de los pequeños lagos había tenido Felipe IV su juguete, una diminuta armada."
Andersen pasa unas pocas horas en Aranjuez, las suficientes para percibir la atmósfera especial que la cubre de melancolía en los otoños fríos. Ahora le tocaba salir del oasis, subirse al tren y partir: "Saliendo por la vía de hierro de Aranjuez hacia Toledo, en seguida cambia el aspecto del paisaje; diríase que nos habíamos transportado a los alrededores de Roma, pues el amarillento Tajo se asemeja aquí sobremanera al Tiber. Pasamos corriendo por delante de caseríos solitarios y chozas abandonadas; en cada estación (Castillejos, Algodor) se agrupaba una abigarrada multitud. Al parecer, por todo este tramo del ferrocarril, las guardianas eran mujeres, empleadas en esta función. A cada momento veíase una madre, de pie, rodeada de chiquillos que le tiraban de la falda, mientras ella desplegaba la banderilla, blandiéndola en la dirección del tren".

Mundo Simbólico

Mundo Simbólico

ANIMALES


Desempeñan un papel de suma importancia en el simbolismo, tanto por sus cualidades, actividad, forma y color, como por su relación con el hombre. Los orígenes de la simbología animalística se relacionan estrechamente con el totemismo y con la zoolatría. En clave masónica hay una gran cantidad de animales (muchos de ellos vinculados con las tradiciones egipcia y hebrea) que representan, generalmente, cualidades que ha de observar el iniciado. A continuación se exponen algunos principios y su correspondencia animal que aparecen en la masonería simbólica: el Gallo, la vigilancia; el Pavo Real, la vanidad; la Corneja, la longevidad; el Búho, la observación; la Abeja, el orden y la laboriosidad; el Pelícano, el sacrificio; el Toro, la constancia...


ÁRBOL


Es un símbolo universal que toma muchas y complejas significaciones según las diferentes tradiciones y por la constitución de cada variedad.
Para los antiguos, los árboles poseían “energía divina” que podía ser utilizada por los iniciados en los misterios; y el bosque representaba el refugio de quien se alejaba de lo profanado. Así para los celtas el roble era sagrado y bajo su sombra se realizaba la iniciación; los griegos consideraban el saúco sagrado para Pan, la hiedra para Baco, la adelfa para Apolo y el laurel para Dionisos; los egipcios consagraban el tamarisco a Osiris; los romanos tenían el roble como emblema de Júpiter; la higuera es para los budistas símbolo de Iluminación.

El Pulpo de la Estación Once

El Pulpo de la Estación Once

Resulta extraño no verlo junto a los cofres de la Estación Once, con su cajón de lustrar y esa respiración asmática que lo castigaba en los inviernos, pero nunca logró estropearle la sonrisa. Hace cuarenta y tantos, dicen los más veteranos de su selecta clientela de obreros, quinieleros, buscas y correteadores de putas. A mí me constan al menos treinta agostos, desde cuando tenía su modesto salón de lustre, frente a los antiguos baños de la terminal ferroviaria. En esos días de mi infancia, algunas mañanas pasaba mal dormido y peor alimentado, rumbo a una escuela tan lejana como breve y ahí estaba “El Pulpo”, revoleando cepillos y deshilando paños entintados, por la alegría de la moneda ganada con oficio. Luego pasé a formar parte de la nueva generación de clientes y nos hicimos casi amigos.

“El Pulpo” —nunca supe su nombre, aunque vi crecer a sus hijos y a él venirse viejo y previsor del frío, que se lo terminó llevando puesto— no era tan solo un lustrabotas: sino un artista. Tenía el orgullo y la seguridad de saberse profesional, pero ante todo, esa dedicación apasionada de quienes aman lo que hacen. Ponía el corazón en cada lustre y todo lo hacía con una precisión y una seriedad admirables. Sus hijos aprendieron, sus nietos incluso, pero nadie, nadie lustra como “El Pulpo”. Eso lo saben todos, como todos sabíamos de su mesura, educación y buen trato, que contrastaban con la rusticidad del ámbito y lo hacía blanco de bromas despiadadas, de las que se escudaba en el silencio de su timidez provinciana.

Pasó media vida lustrando en el ingreso al hall, hasta que el progreso le tiró al volquete la plataforma con sus sillas de apoya pies de bronce y ocupó el espacio, para la vidriera de un moderno local a treinta mil la llave. Le prometieron respetar los años resignados a la ventisca y al perfume a orina de los baños públicos: ya viene el arquitecto para diseñarle un localito que va a ser la envidia; mañana el gerente de la concesión verá de dejarle una esquinita para que acomode sus huesos y pomadas; pronto se desocupa la cuadrilla y va a ver qué lindo el lugar que pensaron para que trabaje. Estamos esperando la orden de arriba, pero todo está dispuesto. Así corrieron años, de más frío y vanas esperanzas, pero El Pulpo nunca dejó de creer que se acordaban de él. “Hay que esperar dotor —me decía, haciéndome usurpar el título y concediéndome el honor— son buena gente los ingenieros, pero están muy ocupados, una obra grande..qué le parece.. pobres, tanto trabajo. Pero todo llega en la vida. Uno siempre tiene que ser agradecido y tener paciencia”. Gran corazón y mucha sabiduría la del pulpo, todo llega en la vida, inclusive la muerte. Los pulmones no le dieron más y antes que se le marchitara la voluntad se recluyó en su casa.

Esta mañana, Juan —uno de sus hijos, de los que vi crecer cepillo en mano— me hizo saber que se acabó la magia del brillo acharolado, la filigrana de cerdas en el aire, el restallar de paños entibiando el cuero y la franca sonrisa del maestro. Ya no más el oído atento y sobrio de confesor laico. No más ilustradas palabras de un hombre sin escuela. Ni su lección de felicidad llana, que valía muchísimo más de tres monedas.

Si Dios existe —y no está tan ocupado— verá que finalmente le hagan su merecido saloncito, para que sigan lustrando sus hijos y sus nietos, así, “El Pulpo” sabrá desde lo alto que su sueño llegó, como todo en la vida, o un poquito después.

Sergio Manganelli

De cómo preparar sabrosos zumos tropicales

De cómo preparar sabrosos zumos tropicales

Hace calor. La gente va al mercado como si fuera una fiesta (sucede allí, pero podría suceder en cualquier lugar del mundo). Entonces, picando de aquí y allí, la cocinera va eligiendo la fruta basándose en estrictos criterios de lo que le da la gana. La multitud se mantiene detrás de ella apretujada y se relame.

Ahora todos se reúnen en la plaza del pueblo. Y la cocinera empieza a llenar lo vasos. De pronto, todos se quedan petrificados, no se oye el ruido de una mosca, claro, porque las moscas también se han quedado petrificadas, hasta los niños se han quedado quietos.

Al cabo de un rato, varias personas empiezan a sonreírse; les hace gracia que el tiempo se haya detenido.

Aun así el local se va inundando de aromas de primavera y de verano, de mango y canela, de papaya y limón, de melón y naranja, y (¡qué extraño!) también de fresón americano.

Eso sin embargo no es lo más curioso: de repente, en un par de vasos, el zumo amarillo empieza a anaranjarse, y en un rincón dos enamorados se besan por casualidad, ¿qué está sucediendo?, ¿por qué tarda tanto la cocinera?, ¿se habrá puesto como siempre a bailar?, ¡vaya costumbre!

Pero no es así, la cocinera está sencillamente rebosante de amor, a lo mejor demasiado alegre para cocinar, no ha podido sustraerse al colorido y a la fresca fragancia de la fruta recién cortada.

¡Por fin! Se han llenado las bandejas y se han llevado al salón, el sol abre de pronto todas las ventanas, y la brisa se pasea por allí como si estuviera en su casa. Tan sólo el alcalde , que ha de mantener la compostura, evita sonreír. Y mientras beben, ya nadie sabe distinguir entre un suspiro y una carcajada.


Julio Cordal