De cómo preparar sabrosos zumos tropicales
Hace calor. La gente va al mercado como si fuera una fiesta (sucede allí, pero podría suceder en cualquier lugar del mundo). Entonces, picando de aquí y allí, la cocinera va eligiendo la fruta basándose en estrictos criterios de lo que le da la gana. La multitud se mantiene detrás de ella apretujada y se relame.
Ahora todos se reúnen en la plaza del pueblo. Y la cocinera empieza a llenar lo vasos. De pronto, todos se quedan petrificados, no se oye el ruido de una mosca, claro, porque las moscas también se han quedado petrificadas, hasta los niños se han quedado quietos.
Al cabo de un rato, varias personas empiezan a sonreírse; les hace gracia que el tiempo se haya detenido.
Aun así el local se va inundando de aromas de primavera y de verano, de mango y canela, de papaya y limón, de melón y naranja, y (¡qué extraño!) también de fresón americano.
Eso sin embargo no es lo más curioso: de repente, en un par de vasos, el zumo amarillo empieza a anaranjarse, y en un rincón dos enamorados se besan por casualidad, ¿qué está sucediendo?, ¿por qué tarda tanto la cocinera?, ¿se habrá puesto como siempre a bailar?, ¡vaya costumbre!
Pero no es así, la cocinera está sencillamente rebosante de amor, a lo mejor demasiado alegre para cocinar, no ha podido sustraerse al colorido y a la fresca fragancia de la fruta recién cortada.
¡Por fin! Se han llenado las bandejas y se han llevado al salón, el sol abre de pronto todas las ventanas, y la brisa se pasea por allí como si estuviera en su casa. Tan sólo el alcalde , que ha de mantener la compostura, evita sonreír. Y mientras beben, ya nadie sabe distinguir entre un suspiro y una carcajada.
Julio Cordal
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