Blogia
CÁLCULOS DEL AIRE

El cementerio de los idiomas

El cementerio de los idiomas

Nada escapa al inexorable paso del tiempo. También los idiomas —como vehículos lingüísticos, funcionales y culturales de la condición humana— nacen, crecen, se desarrollan, envejecen y mueren como cualquier organismo vital conocido y por conocer. El final de los lenguajes no entiende de criterios históricos, hegemónicos, de cualquier prevalencia sobre sus coetáneos o predecesores; al final, todos, acabarán en el osario de las lenguas fallecidas con mayor o menor fortuna.

Los factores son múltiples y en ocasiones se combinan varios de ellos para facilitar el desarrollo del evento:

 

  • Muda o relevo lingüístico de un idioma original a otro importado o en proceso de gestación.

 

  • Transformación lingüística del mismo al grado de perder, totalmente, su naturaleza esencial.

 

  • Fallecimiento de los últimos hablantes nativos del idioma.

 

 

            En este último caso, me gustaría destacar el testimonio poético y desalentador de Johnny Hill, de Parker, Arizona, uno de los últimos habitantes de la lengua amerindia chemehuevi: “Nuestro idioma es como contemplar diariamente a un pájaro que pierde las plumas. Cuando ves pasar una de ellas, frente a ti, azotada por el viento, es como despedirse de una palabra que jamás volverá”.

 

Como es evidente existe una extensísima relación de lenguajes que han sucumbido a lo largo de la historia; no hay que retrasar demasiado las manecillas del reloj para retraernos a esas clases de latín y griego que algunos disfrutamos en las aulas y, que hoy, parecen remedos de un pasado alojado en el lecho del ostracismo.

Basta por ejemplo con mencionar algunas lenguas desaparecidas en la última década para constatar que el proceso es irreversible, y que la velocidad de destrucción de las mismas se incrementa a un ritmo acelerado y vertiginoso.

 

Las conclusiones que pueden extraerse de este fenómeno son tan variadas como complejas y la formulación de aspectos que generan esta hemorragia cultural, —por encima de las concernientes al legado lingüístico— ahondan en una fractura emocional de enormes proporciones que embarga al conjunto patrimonial de la humanidad.

 

Si bien, como manteníamos en el encabezado, el proceso idiomático tiende a debilitarse en el 90 % de la paleta dialectal del planeta, y existe una responsabilidad institucional evidente que, en muchas ocasiones, peca de laxa y relajada frente a esta situación.

A pesar de todo la voluntad de los pueblos ofrece actuaciones de interés como es el trabajo que se acomete con el hebreo, quechua, sánscrito, náhuatl; lejos de perder fuelle se les intenta brindar con programaciones divulgativas y educativas que les produzca cosechar frutos, resultados ventajosos a largo plazo.

Si existe un elemento, un rasgo, una manifestación que nos acompaña desde la noche de los tiempos es la existencia de los idiomas, las lenguas, los dialectos que se dispersan como vuelo de libélula a lo largo de la tierra.  Muchas veces no ser testigo de sus pompas fúnebres no nos exime de cierto grado inconsciente y falto de compromiso.

0 comentarios