Sediento de trazados y jaras el caminante impregna su petate al viento
como emblema supremo en aras de la libertad.
No dudará en lanzarse a la senda sin temor a la impredecible borrasca,
arriesgará su aliento por un manojo de briznas que le coronen su osadía.
Llega la pizarra para sembrar mis pies de honor,
me topo con la cantina al respaldo de la gloriosa piedra;
imagino al vetusto “Rey de Patones” cuando juega, a las encondidas,
con el guiño de la muerte.
La lluvia se resigna a aparecer
y el amor no se consuma;
la esforzada patrulla comienza a recoger los frutos de la belleza,
rocas y matorrales deciden abrumarnos con su abundante
aunque ficticia floración.
Mientras el sol es acunado en el invernadero de las nubes
los buitres nos custodian, las lavandas nos tiñen de añoranzas,
los collados se suceden como panorámicas litigantes
en el ámbito del silencio.
Olvidadizo albumen de las nubes.
A punto estoy de sellarme junto a la paleta del otoño
que, como mi sombra, sabe desorientarse con una sonrisa.
Álibe
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