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CÁLCULOS DEL AIRE

Marginalismos

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"ISMOS": APOGEOS DEL AYER, MARGINALISMOS DEL MAÑANA

Según el academicismo linguístico que le otorga la RAE, una de las acepciones de la palabra tendencia es la de: " valor, pauta por lo general temporal con rasgos afines que caracteriza un estilo dentro de una corriente social, económica, política o artística". Si retraemos la memoria casi un siglo atrás contemplamos como la incidencia artística de vanguardia se encontraba jalonada por una pléyade de movimientos (en realidad tendencias) que suministraron gloria y reconocimiento a sus avezados creadores. Casos de los dadaístas y surrealistas Tristán Tzara, André Bretón, Apollinaire entre otros fueron ejemplos vigentes de realidades pasadas tocadas con la varita mágica del éxito con la escala de la medición sobredimensionada. Tendencia y éxito forman un dúo indisoluble, un binomio apto para acaparar prestigio y florecimiento pecuniario bajo el foco de la temporalidad y la novedad. A veces, y no en escasas ocasiones, la eclosión de ésta última viene refrendada por un deseo de ruptura con lo establecido, con unas tinturas de aparente libertad germinadas para estimular al público unas necesidades que sólo la propuesta es capaz de solventar o, al menos, acaparar. Muchas veces esas ansias de innovación fingen vestirse con las finas vestiduras de la originalidad cuando apenas hablamos de vulgares hiladuras cosidas con remedos del pasado y de matices propios de otras telas, ya en uso. Lo vital aquí es el fruto de la apariencia, nunca el proceso de la gestación: el color, el brillo siempre por encima de la idea y el aparente don del talento.
Pues bien, después de lo argumentado, llego a la conclusión que los ismos (factorías de tendencias emocionales) se encuentran en declive, o mejor dicho, en decrepitud irrefutable. Hoy en día el que alza su bandera con vigores trasnochados, con ímpetus aún visibles y con ámbitos de influencia todavía candentes es el nacionalismo político, y su amplio canal propagandístico del que extiende sus brazos y recoge bríos. El ismo, muy al contrario de los de carácter creativo, religioso no sólo no cede su preponderancia en el seno del cuerpo político de algunos enclaves administrativos, sino que conserva acometividad, empuje insuflando aliento y transgresión “manierista” a la armonización social, ciudadana del que los habitantes bien son merecedores.
También el nacionalismo, cómo tendencia, dispone de su pestaña de caducidad. Y si no será capaz de extinguirse definitivamente como una simple llama al contacto con el viento, si será sometido a los deseos y voluntades de los hombres y mujeres de las nuevas generaciones; seres provistos de necesidades acordes a su contemporaneidad y que se verán por fortuna privados de las herencias ideológicas que tanta crispación y resentimiento alimentaron sus antecesores.
El nacionalismo, al apostre, caerá en el marginalismo. Nada es eterno, nadie es perdurable; los muros de contención de las ideas son incapaces de resistir, indeterminadamente, los continuos embates de la sociedad. Los conceptos de estado, de nación, de patria serán afluentes secundarios de otros mayores, o, a lo sumo, de pasto de olvido para el aire y las conciencias.
Nuestro mundo gira orbitando hacia movimientos imprevisibles para el hombre contemporáneo. Nuestra tecnocracia se encargará de desmantelar cual arena de duna cada asomo nostálgico de la historia, de aquella de la que hemos fraguado nuestra imagen y signatura existencial. Al igual que un cúmulo de polvo o materia no representa nada relevante para la posteridad, con el fluir del tiempo, su exigua presencia podría entrañar repercusiones trascendentales y, desde luego, desconocidas para nuestro conocimiento finito.
Ismos, ismos, ¿de qué hablamos?, ¿quizás de naturalezas lacradas, dignidades rotas, sueños furtivos?


Ángel Fdez. de Marco, "Álibe"

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