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CÁLCULOS DEL AIRE

EL TRIBUNAL

Eraserhead

Eraserhead

ERASERHEAD / Cabeza borradora - 1977. Obra de compleja y dificultosa catalogación. Lynch, en éste primer producto cinematográfico, hilvana y confecciona un mundo poético que se sustenta tras los ambages del sueño y la perturbación. Con una trama desligada de la coherencia, con una concepción metafórica tan rica como críptica, hermética y personal el director estadounidense ofreció al público un título que nació para provocar recelo, incomodidad y que dispone de mecanismos estéticos y narrativos tan sugerentes como molestos e inquietantes. "Eraserhead" goza de tantos prismas como voces críticas que alabaron o vilipendiaron éste metraje fílmico condenado a no pisar el manto de la indiferencia. Les recomiendo que contemplen la pieza desde la baranda más alejada y soterrada de los prejuicios. Asómense a un escenario donde el humo, la niebla, el fogonazo latente de la condición humana recorre las vías más próximas a la órbita del desgarro y la desesperación.

La retícula ponzoñosa de Reinaldo Arenas

La retícula ponzoñosa de Reinaldo Arenas

 

Mencionar a Reinaldo Arenas equivale a extraer del cajón de los autores universales a un personaje con aristas múltiples, a un referente extraordinario y digno de estudio donde la implicación social y el carácter insurgente contra la privación de derechos se manifiestan en niveles muy claros y rotundos.

El Reinado poeta, narrador, el instigador de causas nobles, el defenestrador de injusticias, el  ferviente homosexual navegó por los intrincados canales de la vida hasta límites poco cercanos para muchos; su actitud atrevida y osada pronto le granjearía grandes enemistades, incluso la oposición y el encarcelamiento por el régimen castrista.

Del hombre de Aguas Claras se pueden extraer muchas razones que le instalan, sin exageración ni ambages etiquetados, en una posición de privilegio en el panorama literario de la región latinoamericana pues es difícil encontrar a alguien con una voz de timbre que colinda con tanto criterio entre el delirio, la añoranza febril, el malditismo espectral y la lucidez de pensamiento. Para mi representa el autor de la demolición; efecto reincidente que perturba, penetra, percusiona y bate los pilares de la mezquindad en un cortejo tan paralelo al orín de la vida, al semen de lo onírico, a la sangre infecta y tanta veces afín al grupo celular de la postración y el abatimiento.

Arenas goza de la virtud de emocionar con el tejido rugoso de los reclamos. Parte de su obra lírica eclosiona como un meteoro calloso que hace encanecer los bríos malvados de la discordia a impulso de salmo, de canto licuado de flor y lápida, de evanescencia y abono de olvido.

Desde la atalaya alibense convido a introducirse por la vía luminosa del outsider. Que no nos importe salir con alguna contusión sobre las llagas del corazón cuando le leamos; nadie nos prometió que cruzar sobre las balaustradas del conocimiento fuese recorrer una bella rosaleda con final feliz.

 

 

Álibe.

Ricardo Bórnez: la palabra de cuño perenne

Ricardo Bórnez: la palabra de cuño perenne

No hay más espacio vital entre el hombre y sus reflexiones que la imagen que le muestra un espejo. Así, en esta superficie real, limitada y sincera hasta las fronteras de lo bello y lo atormentado, podríamos interpretar la cosmogonía personal de Ricardo Bórnez, autor poético de registro intenso y lirismo   punzante, heredero coherente de una urbanidad contemporánea tan repleta de aristas de factura desigual. Y es que descubrir un nuevo fulgor, al azar, como capricho de un augurio desconocido (en esta maraña de brillos poéticos de medio haz que pululan con voz altanera y tinta aguarrasada) se presume, en un inicio, como una dicha sugestiva y deleitable, y que al sondear con mayor atención descubrimos un mensaje capaz de evocarnos resonancias  necesarias e ineludibles para el buscador de respuestas, para el merodeador de universos tan ligados a la piel, a la conciencia.

El gusto que produce asomarse a su línea arquetípica es limpia y clarificadora; causa la sensación de retomar aguas ya conocidas donde el pulso cotidiano de la vida brota como una bocanada de autenticidad y experiencia de muy grata degustación. El amor en su extensión epidérmica, la sinfonía del silencio cuya inhalación  de azogue recobra color y fusión, la noche en los reductos  enmarcados de la ciudad de Madrid, y la inefable naturaleza del tiempo forjan las líneas básicas donde se sustentan las pulsiones de Bórnez en un afán de conocimiento y sensibilidad curtidos por sólida convicción.

“Vivir provisional” cae en nuestras manos para sorprendernos, seducirnos, congratularnos en un festín de palabra y sintaxis  de memoria. Con ella el poeta nos expone, en desnudez, sin rubor, a grito templado, en la soledad del papel y su pluma, las enseñanzas y reflexiones que le habilitaron para cumplir las funciones de un pequeño taumaturgo bajo la bóveda actual de la modernidad.

 

 

Si me quitáis el sueño

¿qué me dejáis de equipaje?

¿Acaso la monotonía del infinito,

quizá la gloria de la nada?

 

Pero la voz siempre vuelve,

golpea nuestros muros,

no ha muerto,

simplemente

ha dormido un rato, un siglo, un segundo,

quizás apenas unas horas.

 

 

 

Ángel Fdez. de Marco (Álibe)

 

El misterio de las catedrales

El misterio de las catedrales

Sabiduría: semilla que aún sin germinar provoca, en el hombre, esquejes de esperanza.

Hablar y sondear someramente "el Misterio de las Catedrales" de Fulcanelli significa internarse, premeditadamente, en un turbio, farragoso, pero excitante, desconcertante laberinto de aristas y recovecos con la propiedad impresa de la extraña fascinación. Y es que todo lo concerniente a este escritor (medio pensador, medio alquimista de la Francia y España de principios de siglo XX) se asoma al calificativo de lo insólito, lo enraizadamente extravagante -si me permiten la expresión-, y cada dato bio-bibliográfico del que se pueden exhumar razones, refrendan la particularidad y erudición a la que el autor se alía sin paliativos.
El libro traza un florido estudio de algunas muestras ejemplares de la arquitectura gótica francesa, y la del norte de España; hasta aquí, nada extraordinario bajo la impronta del sol. Aunque si a ello añadimos una descripción de los conjuntos escultóricos, vidrieras, pórticos, bajorrelieves, esculturas, sepulcros en clave alquímica, donde el simbolismo hermético (origen de las pasiones y debilidades del estudioso) desborda lirismo y asombrosas interpretaciones de las ciencias ocultas, el poso del libro no deja de despuntar brillo y peculiaridad: un rara avis con plumaje multicolor y canto críptico de resonancias hermosas.
Si el lector advenedizo se siente atraído por opúsculos en los que calarse, hasta el fondo, con las mallas del conocimiento histórico, y, se siente acomodado, en los meandros de la especulación ocultista, este volumen le producirá deleite hondo. Por el contrario, si sus pretensiones son la toma absoluta de las riendas del rigor positivista, es muy probable que el texto le ocasione una aridez desbordante de dimensiones notables, un incómodo tránsito en el que podría sentirse molesto por permanecer en su área de influencia.
"El misterio de las catedrales" soporta en sus hombros el sello de la polémica. Y es que tratándose de Fulcanelli, cada palabra e idea, cada recodo que le ampare, cada conjetura que le abrigue no puede inscribirse en otro subterfugio que no sea el de la controversia directa. Autores como Jacques Bergier, conocido por su libro "El retorno de los brujos", ya diseccionaron interesantes pasajes del autor galo y, al igual que él, se asomaron a los ventanales de la eternidad con obras de efectivo impacto.
Todavía hoy el legado del alquímico cobra vigencia con el paso del evo. Seguro que sus adeptos añoran el panorama esplendoroso de trabajos que, como los de su maestro, pudieron socavar con maestría los infinitos matices del patrimonio histórico del que se mostró un rutilante apasionado, un baluarte excepcional del conocimiento esotérico.


Álibe

Amelie

Amelie

Si hay una pieza fílmica donde se conjugan precisa y armónicamente poesía, estética e ilusionismo moral, si hay un título capaz de proponer una narración certera al epigastrio de la conmoción sin caer en tópicos manidos y desgastados, aquí tienen a Amelie para que puedan compartir mi apreciación.
Jeunet, el director francés , no necesita recurrir a una historia truculenta, llena de argucias y técnicas basadas en un efectismo inmediato, sino que la potencia que emana esta comedia gala del 2001 supo granjearse el respeto y la admiración de críticos y espectadores en los certámenes en los que se presentó. Y, cómo era de esperar, arrolló sin paliativos. Amelie, la fémina protagonista de un París desorbitado y deliciosamente decadente, se fragua como una heroína juvenil enmarcada con el estigma de la virtud y la inteligencia, como ese ángel amparado en la generosidad y el altruismo que es capaz (por si mismo) de engendrar cambio; revolucionar las conciencias y provocar, a la postre, un espejismo de luces extraordinarias.
La parisina es forjada, por la mano de su creador, con el báculo de una honestidad esenciada en el amor y la lealtad, en el compromiso con sus vecinos de barrio que torpemente son incapaces de sospechar, someramente, el origen que les produce reanimación y entusiasmo. Existencias corales teñidas de un surrealismo delirante, extraño y cómico que engalana aún más este metraje francés realizado para entretener y trascender dentro del cine europeo contemporáneo.
Y si por si fuera poco lo expuesto cabe hacer una alusión notable: su espléndida estética. El discurso poético de la cinta es alimentado desde los inicios con una pulcritud meridiana, y el tratamiento de la imagen está cultivado desde un pictorismo meticuloso y diáfano, muy coherente al gusto cromático del responsable del film. Buena cuenta nos ofreció en películas anteriores, (especialmente en Delicatessen, 1991) donde los argumentos formales del color, la imagen y las luces configuran una “patente de corso” muy sólida en su quehacer cinematográfico.
Amelie es una pieza básica en la videoteca del buen sommelier cultural. No es posible concebir un listado de las más relevantes películas de nuestro continente de la última década, sin que la pizpireta Poulain de nuevo seduzca al espectador con sus melifluos candores y sorprendentes ocurrencias.
Apaguen luces, acomódense y déjense sucumbir, por enésima vez, a este deleite audiovisual. Nunca les defraudará.

La conjura de los necios

Pocas novelas occidentales y contemporáneas gozan de la virtud de provocarme estadíos de elevada sorpresa, de suscitarme una visión tan reveladora, crítica y mordaz como ésta que cayó fortuitamente entre mis manos. Ésta obra de Kennedy Toole, y su truculenta historia que derivó en su edición tras la muerte del autor, llega al seno de la literatura anglo-sajona de principios de los ochenta, como un puñetazo certero, de derecha, al mentón de una sociedad sureña estadounidense aún enferma y contagiada de conflictos éticos y raciales, de primer orden. La novela es un mosaico preciso de episodios donde el protagonista, Ignatius Really, outsider seboso, cargado de un paterismo superlativo y ensoñación quijotesca, fluctua por una Nueva Orleans caótica como un ciclón surrealista que asola y devasta todo lo que se le cruza a su encuentro. Sus relaciones personales con el entorno, desde la irreconciliable alianza y posición de poder con su doliente madre hasta con la conferenciante contracultural Mirna Minkoff, entre otros, son una continua y delirante muestra de un idealismo nihilista, trasnochado y esperpéntico magistralmente trazado por un escritor que tuvo el infortunio de dejarnos demasiado pronto. Las letras universales lamentable deuda contrajeron por ello.

K.O. con una destreza inusual en un joven de trayectoria literaria tan breve, recompone, mediante el acento de la comedia y la corriente del drama, un proyecto jugoso y válido para retratar el pulso urbano de una Lousiana sumida en las demandas y reformas legales, judiciales, donde la América de las libertades, de las posibilidades y del éxito de sus habitantes cae en una falacia irreal y dolorosa. John Kennedy con la sátira ácida, punteada en el filo de su pluma recorre, con su personaje brajo el brazo, el abismo y la hipocresía social que le contagia desde sus primeras imbricaciones con una realidad muy alejada de la que soñó algún día a partir de su graduacción universitaria, y ello, le acarreará, severas secuelas de indentidad.

La conjura de los necios es un título imprescindible, de culto para muchos, de extravagante guiño al humor y a la mediocridad existencial para otros. Para quién les acerca estas líneas es una de las narraciones más sugerentes, exquisitas, agridulces (como el alimento cantonés) más conmovedorass con las que he tenido el gusto de saciarme desde tiempos no cercanos. No sólo el discurso dialéctico de Ignatius resulta suficientemente atrayente para que el lector se sumerja hipnóticamente en él, sino la profundidad de pensamientos, reflexiones e interrelacciones frenéticas y disparatadas con los personajes encumbran por méritos propios el libro del que hoy enjuiciamos.

Para la posteridad estadística, honorífica quedará reflejado el Premio Pulitzer ganado en el año 1981; permanecerá el mito de un literato suicida que no gozó un ápice de de la repercusión de su obra. Para sus entusiastas admiradores siempre persistirá ese sagaz hilo de maestría en la madeja del ingenio.


Ángel Fdez. de Marco

El tercer ojo

El tercer ojo

Obra diáfana,cristalina,henchida de culto orientalista y místico la que Lobsang Rampa tuvo la certeza de escribir para deleite de millones de lectores de todo el planeta. El libro, vertebrado en primera persona a modo de memoria, narra las vicisitudes que el jovencísimo Lobsang atraviesa desde la salida del acomodaticio hogar familiar hasta su ingreso en la lamasería tibetana de Chakpori, y su ardua y sacrificada educación para consagrarse en un eminente lama.
Las trescientas diecisiéte páginas de este título suponen sumergirse en un delicioso cúmulo de experiencias, circunstancias personales e iniciáticas de singular atractivo. Producen un interés inusitado y gradual, a través de las vivencias del novicio, por discernir los planteamientos sociales, religiosos y culturales entre Oriente y Occidente, siendo capaces de generar una convulsión emocional en el lector con edificantes parajes, parábolas por las que el aprendiz-protagonista cruzará a lo largo de su trayectoria existencial.

Especialmente destacables se ofrecen los episodios donde el pequeño Rampa sufre las rigurosísimas pruebas de acceso antes de su admisión, o la apertura del tercer ojo que le permitirá gozar de las misteriosas e inaccesibles ciencias ocultas propias del Himalaya.

Son de valor notable los diálogos, las interacciones que surgen entre el Dalai y el muchacho, entre el guía Mingyar Dondup y su avezado discípulo ratificando, así, los abundantes aciertos narrativos que jalonan buena parte de este ejemplo literario. Apenas son visibles los excesos afectados, melindrosos en el seno de la intriga que restan un ápice de vigor y consistencia estilística al conjunto, al resto de la creación.

"El tercer ojo" dispone de la virtud de provocar en el descubridor de nuevos horizontes de pensamiento una eficaz muestra de actividades espirituales del budismo clásico del Tíbet. Ligeras, muy ligeras pinceladas de yoga, viajes astrales, levitaciones..., y de una larga serie de técnicas ocultas incitarán fervor y alegría en el apasionado por el género de la espiritualidad: esencia fantástica y genuina para el crecimiento y desarrollo individual.

Este "tratado de perfección" es un lindo alegato a la libertad, a la ejemplaridad, es un espléndido bocado que suscita un sabor puro, esperanzador y conciliador en la maltrecha y tantas veces vapuleada huella humana.

Lobsang Rampa en este hermosísimo testimonio de vida encumbra la bonanza y la enseñanza moral hacia elevadas cimas, siempre alejadas de la contagiosa, dañina mediocridad.

Ángel Fdez. de Marco (Álibe)

Rebelión en la granja

Rebelión en la granja

Sátira lúcida, espléndida, mordaz con fustes irónicos es ésta obra del maestro Orwell, escrita a finales de la 2ª Guerra Mundial y que no ha perdido, hasta nuestros días, un gramo de frescura y contemporaneidad.
La fábula moderna "Rebelión en la granja" actúa como el escorzo de una patada efectuada en el vientre de la utopía humana, donde los planteamientos o nuevos sistemas morales, sociales y políticos fracasan en el vano intento de búsqueda de soluciones éticas en la condición humana.
El libro ficciona en la piel de los animales residentes en una granja inglesa que, contemplando el cúmulo de injusticias a las que son sometidos, derrocan sin compasión al propietario Jones, provocándole la huida definitiva de la alquería.
A partir de ese momento se fraguará, tras altercados violentos, un novedoso modelo de dominio en lo que aquello que recuerde y simbolice la mano del hombre será denigrado y abatido, ninguneado y boicoteado hasta niveles máximos. Como medida de control se instaurarán mandamientos que legitimarán el nuevo cambio de poder y regularizarán leyes y deberes a favor de su propia autonomía, en contra de la autoridad humanoide.
Todo el contenido de este libro es una abierta metáfora que abre las heridas y peligros del abuso de jurisdicción, que ilumina las sombras de la corrupción y de la potestad mal gestionada; es un claro ejemplo para evaluar las enormes dificultades que sufre cualquier sociedad para conseguir una armonización justa e igualitaria, sin verse coartados los derechos de los más desprotegidos: siempre los mayores perjudicados en la pirámide social.
Las concomitancias explícitas que refleja la novela con la implantación económica del modelo stalinista en la antigua Unión Soviética, y su posterior descomposición y decadencia, infringieron al autor no escasos litigios ni oposiciones a favor de la divulgación de la obra. Su fuerte carga política, su incapacidad para sumergirse en las templadas aguas de la hipocresía le produjeron enemistades en uno y otro lado del "telón de acero"; su parcialidad, le pasó factura.
Hoy en día cuando las alianzas mundiales han cambiado de punto cardinal y las amenazas este-oeste se difuminaron tras el fin de la guerra fría, nuevas suspicacias y recelos levantaron polvareda en nuestra aldea global.
Rebelión en la Granja se ha metamorfoseado en un clásico dorado de la literatura universal, razón convincente para creer que su mensaje circula por un torrente sanguíneo vivo, latente por encima de épocas y eventualidades pasadas.

Ángel Fdez. Damarcus (Álibe)

El loco, de Jalil Gibrán

El loco, de Jalil Gibrán

“Fue así que enloquecí. Y en mi locura hallé la libertad y la seguridad; la libertad de estar solo y la seguridad de no ser comprendido...”


Reza Gibrán con esta aseveración en el principio de su obra “El loco”. El libanés, autor místico de principios del siglo XX, aborda en el libro una búsqueda irrefrenable de luz, verdad, justicia y virtud que producirá al lector una apertura cándida y visionaria llena de sutilezas, a modo de relatos concisos, muy breves. Con una estética e imaginería sencilla, pero variada (que nos familiariza cercanamente con la tradición orientalista de “Las mil y una noches”, o la línea filosófica de Jayyam), el texto permite atisbar un preciso recorrido sobre las esferas concéntricas del espíritu humano o, en su mayor particularidad, en las estaciones cíclicas de su conducta. La mezquindad, la vanidad, la ambición, la envidia, el engaño ocupan implícitamente las acciones que los personajes desarrollan en los melifluos relatos que la pluma de Jalil expone; siempre con el sello no boicoteado de la belleza transparente, lírica, de gran intensidad. En conseguir esos efectos se sirve de una estructura narrativa similar a la de la fábula donde los protagonistas en forma de individuos, animales e incluso entes étereos e inanimados (“Los siete egos”, “las tres hormigas”), ofrecen a título coral normas y pareces éticos en un afán en que el lector elija y se involucre en el que considere más acorde a sus principios morales.
Jalil Gribrán se nutre de la experiencia de Dios, del estudio de las realidades teológicas con un cierto especticismo latente ya visto en otras de sus insignes obras. Testifica contra las sombrías ramificaciones del hombre para luego, más tarde, facilitarle las claves esenciales del conocimiento; guía al humano con las antorchas de la cordura en el intento de reconducirlo por los márgenes de la certeza y la bondad; se inmiscuye en la esperanza, posiblemente tardía de la razón, contra la superchería heredada que tanta perturbación ha ocasionado a través de los tiempos y civilizaciones.
El escritor aquí, no realiza tan sólo las veces de un mero transcriptor de leyendas orales, escrituras virtuosas y consagradas, es mucho más: ejerce no oficiosamente como baluarte de un ethos natural, tolerante y aceptado que proclama junto la aceptación del yo, el culto a la armonía social.
Las múltiples máscaras que nos ocultan el verdadero esplendor del rostro, nuestro rostro y la divinidad que lo recubre, son las que Gibrán nos invita a despojarnos con dulce apacibilidad.

“Pero no dejéis que me enorgullezca demasiado de mi seguridad; ni siquiera el ladrón encarcelado está a salvo de otro ladrón.”

Ángel Fdez. Damarcus. (Álibe)


El corazón de las tinieblas

El corazón de las tinieblas

Trepidante, más que perturbador, angustiosamente excitante hasta niveles insospechados para el lector avezado, es este relato del mítico Joseph Conrad que vio la luz hacia el año 1902. La trayectoria de este magnífico gestor de narraciones es en sí una epopeya novelesca sin excesivos precedentes en la literatura de la época; hombre de origen polaco y adopción cultural anglosajona, marino y explorador de carácter proceloso, intrépido cuyo compromiso con la literatura deriva de tan extraordinaria experiencia profesional.
La obra nos cuenta con una técnica narrativa en primera persona engarzada en escenarios y tiempos disímiles, el viaje que debe efectuar el marino Marlow por la cuenca fluvial del río Congo bajo la presencia constante de la amenaza y el peligro. Su misión (en principio comercial y luego de apoyo y sustitución del extraño Kurtz), le acarreará numerosas sorpresas, dificultades y obstáculos de compleja resolución en ese laberinto del infierno que se convierte la jungla africana para el hombre blanco. La enfermedad, la enajenación mental, la ruptura social que se fragua al contacto con la población nativa, interactuarán directamente en una consecución fragorosa de hechos angustiosos que logran enardecer al lector desde las primeras páginas. Memorables los pasajes del viejo vapor surcando las aguas del río ante el acecho de alarmas y sucesos centelleantes; plásticas (hasta casi la saciedad), las muestras paisajísticas de un lugar privilegiado por su frondosidad pero endemoniado por las trampas que atesora en cualquier recodo; colosales las estampas de los hipopótamos que, cual centinelas adiposos, guarecen el territorio de la presencia de colonizadores mercantiles de la vieja Europa.

La simbología que Conrad vertebra en su escritura es común, consustancial prácticamente en toda la narrativa. Por un lado se obceca en extraer el lado más oscuro, enigmático, miserable del hombre en un deseo moral altamente desesperado y al límite para redimirlo, liberarlo; y, por otro, una atracción inmanente hacia las desconocidas esferas de lo inasible del mundo, su entorno y repercusión en la sociedad. Sólo el humano es capaz de exponer su mayor talento e ingeniosidad en los instantes más arriesgados de la existencia. Así, Conrad, orfebre magistral de las emociones, opera diligentemente ese material experimentado en innumerables viajes marítimos.

Leer a este demiurgo de la ficción asegura estremecer al alma con los sentidos espoleados a muchas revoluciones. Por esta circunstancia caer en la tentación de sumergirse en el universo conradiano es una prueba inigualable, excepcional y fantástica que nadie, neófito o lector iniciado, debería desestimar; el placer que supone tal acción es digna de pertrechar sin rugarse en absoluto.

El corazón de las tinieblas es un relato legendario que con méritos sopesados ha subido al Olimpo de la narrativa clásica y universal. Estoy convencido que su inmortalidad lapidaria se proyecta muy por encima de su prosa glaseada y densa como es difícil encontrar en coetáneos suyos, (basta decir que en vida sufrió la animadversión de autores e intelectuales muy cercano a él); y de las caracterizaciones psicológicas de los personajes en ambientes próximos al delirio.
Joseph Conrad es un aventurero sin escudo de protección, entusiasta y genial en el abordaje de la psique humana tras el telón de la palabra. Merece que le dediquemos una atención primordial: seguro que nuestra conciencia nos los agradecerá.


Ángel Fdez. de Marco. 2006

El marino que perdió la gracia del mar

El marino que perdió la gracia del mar

«Ha de haber esperándome un destino singular; una suerte de destino rutilante, privativo, al que no tendrá nunca acceso el común de los mortales.»

Así rezaban los sueños del joven marino japonés Ryuji Tsukazaki a bordo del carguero Rakuyo. El marino que perdió la gracia del mar es un válido ejemplo de tragedia oriental que inmiscuye y perfora, con exquisito tratamiento, el mundo de las atormentadas y opresoras relaciones humanas. Con una estilística pulcramente depurada, con un lenguaje bruñido, luminoso, retrata y ambienta escenas, rasgos psicológicos con una maestría fuera de lo habitual en los grandes narradores del siglo pasado. El autor (insólito caso de personaje épico, instigador social y artista de hondo calado) recoge de su frustrante y descorazonador legado infantil, material y argumentos sólidos para posteriormente proyectarlos en realidades merodeadoras al fracaso, al desenlace macilento, fatal.

La novela cuenta la historia de un marino oriental que, desilusionado por la vida marítima, descubre el amor en manos de una viuda acomodaticia y hundida en el letargo existencial. La presencia de Noboru, el hijo de esta última, surgirá como el polo hostil, como el punto de desequilibrio y desavenencias para que la relación atraviese por los quebradizos paralelos de la armonía.
Mishima reconduce al lector, lo timonea con mano firme y precisa a través de pinceladas interiores de paso lento, continuo; estimula las debilidades y carencias de los individuos con injertos erotizantes que compensen su previsible y sombrío destino; alza la voz al igual que un samurai en el fragor de una emboscada de dudosa resolución.

En la obra caben recoger varios parámetros esenciales por los que se rige la narración: la soledad, los celos, el mar como metáfora maternal de los desarraigados de la tierra, y la venganza. La soledad surge del trueque en que el hombre voluntariamente se somete a la sociedad para acaparar materialidad y poder. Los celos son el fruto de las barreras que el sistema psicológico impone para normalizar su funcionamiento. El mar es un símbolo dual y complejo que a la vez denota: libertad y acotamiento, protección y desamparo, calma y tormenta -como entidad incitadora de la desgracia-. Por último, la venganza prende fuego, la venganza se propaga cuando la batalla de la razón se cuestiona en inferioridad frente a otras alternativas.
Son deliciosas las páginas por las que el lector puede trasegar en esta excelente muestra literaria. Formidables son aquellas donde se rastrea la sed de licitud del curioso y maduro adolescente Noboru, que cuestiona con criterio el mundo adulto. Otros pasajes notables son los destellos vertiginosos que atraviesa el marino y su amante ante el barranco imprevisible del destino.

El libro, además de suponer un testimonio adherido al “preciosismo”, expone, en una línea progresiva, la pertinaz búsqueda de los tres personajes de un sueño, o gloria doméstica: el encuentro con la patria vital.


Ángel Fdez. de Marco

El Príncipe

El Príncipe

“Así pues, viéndose un príncipe en la necesidad de obrar convenientemente según la naturaleza de los animales, será necesario que sea zorro para conocer las trampas, y león para destrozar a los lobos”.

Este brevísimo fragmento podría validar muy certeramente la praxis general con la que el fiorentino Nicolò Machiavelli expuso al “magnífico” Lorenzo de Médicis en el hermoso prefacio de su obra.

El autor, hombre obstinado y experimentado, curtido en infinitesimales avatares diplomáticos, observador de no escasas conspiraciones políticas y religiosas de la Italia del siglo XVI, abarca en su opúsculo El Príncipe un acertado tratado moral de relevancia extraordinaria.

En los primeros capítulos analiza con pulcro rigor cada una de las posibilidades y peligros que puede gozar o sufrir el heredero de cualquier trono europeo; escruta mediante referencias históricas los aciertos, errores que legendarios personajes de la historia cometieron, o, quizás, desafiaron, introduciendo un idearium de virtudes y peligros de conducta a los que puede verse sometido el soberano de cualquier gobernación.
El recorrido que apunta Machiavelli sirve para trazar esa compleja línea entre lo permisivo y lo ilícito, lo ético y lo disoluto, lo tolerable y lo inadmisible, en esa torre babélica tan corrupta como a veces tan desleal que supuso la política de las repúblicas itálicas.
El hombre para él esa bestia fagocitante que aniquila y desola, con la mediocridad de olvidar con mayor rapidez la muerte del padre que el patrimonio, que vende su piel al diablo por adquirir (sin importar el medio) su ración de poder.

En el libro no faltan magníficos apuntes estratégicos, formidables disposiciones militares descritas en un estilismo lingüístico sencillo, poco ampuloso para las tendencias habituales de su tiempo; y donde se contempla un conocimiento adquirido muy notable del que sugestiona fácilmente al lector. Para ello sigue un desarrollo progresivo a través de ejemplos prácticos muy esclarecedores para hilvanar conceptos, consejos y posturas de actuación.

El príncipe: Código moral muy reseñable de una intelectualidad digna y destacada; es esa introspección crítica sobre los usos y abusos del dominio y la supremacía renancentista; un volumen clásico e histórico para desentrañarlo del polvo del olvido en aras al culto de la razón.


Ángel Fdez. de Marco (Álibe). 2005

Las ciudades invisibles

Las ciudades invisibles

Obra curiosa, compleja de clasificar, agudísima e interesante la que el autor Italo Calvino tiene la gentileza de ofrecernos en "Las ciudades invisibles".
Con una óptica humanista muy lúcida e imaginativa, el escritor italiano logra ubicarnos por un mágico trazado de villas, concomitante a las realizadas por el legendario Polo. A través de extraordinarias descripciones físicas, reminiscencias de esplendores pretéritos, Calvino disecciona la piel de cada rincón, paraje o mobiliario urbano que encuentra en un alarde constante y fantasioso de deseos incumplidos ante las rémoras de la decadencia y declives humanos. Todo orgullo terrenal que observa desde su atalaya, toda volubilidad y ambición que extrae de cada lugar confeccionado por su rico imaginario, y cada instinto de venganza contra los peligros de nuestras actuales sociedades, lo simboliza particularmente con los topónimos femeninos a los que alude en la novela. Al igual que el espíritu de la mujer tan bello e impredecible, tan distante como a la vez próximo a la seductora emoción de los sentidos, las ciudades de Italo transitan entre los espacios poco definidos del paroxismo y los de una realidad transfigurada en ordalías de brillos oníricos. Una pequeña muestra de ello puede percatarse en los parajes de Zobeida, donde la ciudad es fundada por el delirio de unos colonos subyugados al sueño mitológico; de Eutropia donde sus vecinos emigran temporalmente no sólo de municipio sino de hábitos de vida; o de Eusapia o Baucis, entidades cuyos moradores deciden extrapolar sus actividades hacia réplicas exactas bajo tierra y sobre el aire.
Hay un gusto perpetuo de revelación manifiesta de actitudes (algunas sorprendentes, insólitas) y de verdad aderezada por los afeites de la memoria: cumbre final de las pretensiones del individuo de cualquier condición o época. El reclamo de la palabra es aquí la única vía en la que la justicia aspira, junto a la belleza, libertad y progreso, a desbancar a la tiranía de la sinrazón e inconformismo humano.
Utilizando un estilo de expresión sencillo, pero preciosista en ciertos recodos, conciso pero acompañado de matices históricos, la obra no cesa de provocar una neblina sugestiva de alto valor y agradable compañía. A veces estas hechuras discursivas, nutridas a partes similares por el gusto cientificista y poético, llegan a recordar al gran Borges de El Aleph o Ficciones.
Su escaso centenar de páginas representan un universo algorítmico de pasiones y anhelos por los que el alma mortal camina en la penumbrosa existencia.

Ángel Fdez. de Marco