Amelie
Si hay una pieza fílmica donde se conjugan precisa y armónicamente poesía, estética e ilusionismo moral, si hay un título capaz de proponer una narración certera al epigastrio de la conmoción sin caer en tópicos manidos y desgastados, aquí tienen a Amelie para que puedan compartir mi apreciación.
Jeunet, el director francés , no necesita recurrir a una historia truculenta, llena de argucias y técnicas basadas en un efectismo inmediato, sino que la potencia que emana esta comedia gala del 2001 supo granjearse el respeto y la admiración de críticos y espectadores en los certámenes en los que se presentó. Y, cómo era de esperar, arrolló sin paliativos. Amelie, la fémina protagonista de un París desorbitado y deliciosamente decadente, se fragua como una heroína juvenil enmarcada con el estigma de la virtud y la inteligencia, como ese ángel amparado en la generosidad y el altruismo que es capaz (por si mismo) de engendrar cambio; revolucionar las conciencias y provocar, a la postre, un espejismo de luces extraordinarias.
La parisina es forjada, por la mano de su creador, con el báculo de una honestidad esenciada en el amor y la lealtad, en el compromiso con sus vecinos de barrio que torpemente son incapaces de sospechar, someramente, el origen que les produce reanimación y entusiasmo. Existencias corales teñidas de un surrealismo delirante, extraño y cómico que engalana aún más este metraje francés realizado para entretener y trascender dentro del cine europeo contemporáneo.
Y si por si fuera poco lo expuesto cabe hacer una alusión notable: su espléndida estética. El discurso poético de la cinta es alimentado desde los inicios con una pulcritud meridiana, y el tratamiento de la imagen está cultivado desde un pictorismo meticuloso y diáfano, muy coherente al gusto cromático del responsable del film. Buena cuenta nos ofreció en películas anteriores, (especialmente en Delicatessen, 1991) donde los argumentos formales del color, la imagen y las luces configuran una patente de corso muy sólida en su quehacer cinematográfico.
Amelie es una pieza básica en la videoteca del buen sommelier cultural. No es posible concebir un listado de las más relevantes películas de nuestro continente de la última década, sin que la pizpireta Poulain de nuevo seduzca al espectador con sus melifluos candores y sorprendentes ocurrencias.
Apaguen luces, acomódense y déjense sucumbir, por enésima vez, a este deleite audiovisual. Nunca les defraudará.
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