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CÁLCULOS DEL AIRE

El tijeretazo

El tijeretazo

El temor y la incertidumbre se han enraizado hondamente en la conciencia individual y colectiva de todos los españolitos cuando nos referimos a la economía, al amplio término de la economía. Y no vamos a ceñirnos a la macroeconomía, que afecta a determinadas regiones del planeta o, ni siquiera, la que afecta a las arcas de nuestro singular Estado; vamos algo más lejos o cerca (según cómo se mire): la que sufre el ciudadano de a pie, aquel en el que se ven reflejado millones de individuos y le sirve como útil molde de comparación.

La realidad no deja lugar a la divagación y el sistema económico de bienestar se encuentra sumido en un terrible varapalo de consecuencias preocupantes y calamitosas. Con una subida del IPC muy superior a la sufrida en los últimos años en torno a los productos primarios, la economía doméstica de millones de familias transita por una precariedad notabilísima, y los síntomas de ahogamiento y endeudamiento de muchos son un verdadero síntoma de preocupación social. Y es que no es necesario leer sesudos informes llenos de cifras para constatar la problemática, basta con compromar que la cesta de la compra con el mismo importe cada vez se aligera, o que el depósito de combustible de nuestro automóvil en cada ocasión solicita más euros mientras se reposta para toparse, de bruces, con una dura cotidianidad que acontece sin remilgos.
Qué decir tiene que el incremento de los tipos de interes y el índice Euribor hasta los cinco puntos contribuyen a la asfixia generalizada de las clases medias y populares, suponiendo un frenazo en las felices expectivas de consumo que el ciudadano patrio sentía en fechas no lejanas.

¿Dónde quedaron los tiempos donde las vacaciones generalizadas eran mensuales, dónde el coche iba atiborrado de suegra, niños, bicicletas y dónde el descanso estival era más sagrado si cabe que el turrón de nochebuena? ¿Dónde quedó esa alegría plastificada en forma de tarjeta de crédito cuando el afán consumista de muchos se antojaba contagioso como la gripe o unas simples paperas? ¿Dónde quedó el gusto por la moda, la coquetería, el deseo enfermizo por las nuevas tecnologías o el de darse el gustazo de adquirir el nuevo modelo de utilitario para ser la “comidilla” principal del barrio durante unos días?

El hombre, en este caso el españolito común, de calle, es una de esas especies capaz y acostumbrada a cambiar de hábitos, de costumbres, a sufrir los reveses cuando los vientos giran en su contra con mayor estoicismo de lo que en un principio podría atribuirsele. Y prueba de ello es que de pegada anda bien sobrado, pese a que jure y perjure en arameo, propage sus penas a diestro y siniestro ante sus semejantes, y un simple: “¿Has visto cómo se están poniendo las cosas”? Le sea útil para departir resignaciones. Desde luego el dicho popular de: “siempre el mal compartido fue menos amargo” aquí dispone de total validez.

Entre tanto las noticias no cesan en comunicar informaciones poco halagüeñas para los meses venideros. Mientras que para unos la cuestión es aborbada bajo el vocablo de desaceleración económica, y para otros no hay duda en declararla como crisis galopante, acuciante y de magnitud, el día a día impone sentencia ante un considerable grupo de población que sufre los rigores de políticas económicas injustas y desproporcionadas, y que le viene al pairo los discursos semánticos y ambigüos de situaciones que atentan directamente sobre su poder adquisitivo.

Un ciclo borrascoco tiñe de dudas el bolsillo y la seguridad de muchos ciudadanos. Ante la inoperancia institucional sólo cabe, de momento, el buen criterio, la óptima administración personal y la esperanza de gozar de momentos más estables y desahogados. De momento, hagamos una nuevo agujero al cinturón aunque sea sólo para mejorar la silueta.


Ángel Fdez. de Marco

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