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CÁLCULOS DEL AIRE

La barbarie silenciosa

La barbarie silenciosa

 

 

No hay que imaginar, tan sólo contemplar, ver  imágenes y cuantificar fatales estadísticas para evaluar la situación: los flujos migratorios internacionales pasan factura y, desgraciadamente, en lo más terrible: la pérdida de vidas humanas.

La descomunal tragedia acontecida en la diminuta isla de Lampedusa es un ejemplo fehaciente de ello, y dada  la magnitud de la tragedia, ha trascendido y sensibilizado la opinión pública de todo el planeta con los caóticos y descontrolados movimientos de desplazados  que existen en varios puntos calientes de nuestra tierra.

El proceso no es nuevo: mientras las responsabilidades se lanzan, se envían, se botan como balones de basket sobre la tarima de la diplomacia –séase gobierno italiano, Comisión Europea-, nuevas arriesgadas epopeyas se conciben desde las orillas donde las carencias más miserables y  sórdidas crecen a mayor velocidad que la hierba que  cobija a sus sufridos moradores.

Dicen que el hambre agudiza el ingenio, los sentidos. Seguro que también enciende la mecha de la osadía necesaria para arriesgar la vida en búsqueda de objetivos nuevos, mejores, más reconfortantes; de alternativos propósitos de futuro y esperanza. Los sueños se repiten generación tras generación; y los puentes de enlace, entre los mundos desarrollados y no, se nos muestran cada vez más fracturados. Lo más indignante de todo es la insensibilidad y apatía de las políticas de inmigración hacia estas problemáticas vergonzosas que nos acucian, amén de las incapacidades demostradas.

 La realidad incuestionable, a fecha en la que transcribo estos párrafos, es que mientras las panzas  de ciertos mandamases se expanden opíparamente con dietas hipercalóricas, centenares de cadáveres sumergidos  hinchan de metano las suyas sin las ligaduras  de la existencia.

 

 

Alibe.

 

Extraído del artículo de opinión publicado en el medio de información MÁS. 11 de octubre de 2013.

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