Castillo de Oreja
La piedra edificada
en el transcurso del paso de los siglos
donde el abismo del tiempo
nos convoca a la reflexión del silencio.
Muros y piedras hasta almenas levantadas,
mudos testigos de lejanos fulgores,
de enarbolados estandartes,
de ardidas hogueras
en la noche desposadora de vírgenes,
de ritos consagrados a los dioses del olvido.
¿Qué sois ahora sino imagen incómoda
de la desolación, de inútil dolor
injustamente infringido,
de triste error de la vida humana
cuando la vara del poder le arrebata y le ciega?
El tiempo no mide los pasos, las ausencias,
el ciclo de las lluvias,
sólo muestra un resto, un fruto pútrido,
como la incontestable verdad de las ruinas.
¿Qué inciertos destinos, qué oscuros vacíos,
qué gritos aún no acallados
en el aire aún tiemblan
cuando duerme ya para siempre
el fulgor del misterio
entre el graznido de los cuervos
y las oquedades del tiempo?
Libre espacio para todas las ausencias:
¡Oh, llama incombustible de deseo!,
¡Oh, noche plagada de promesas!;
a donde irán todas las viejas pasiones,
los combate, la cruz de las espadas,
la fusión ofrecida de los cuerpos...
¿Qué encendidas miradas aún preguntan
que llama latente aún espera?
© Aurelio Campos
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