El boceto impúdico
Los pigmentos: hormigas efímeras que descargan las mandíbulas al aura mientras los rayos del atardecer se bañan con tu consentimiento.
La perspectiva: rincón por el que agasajamos la diagonal que nos impone el tiempo, la técnica exacta para componer arcos y su moralidad recluida en una atalaya de arena.
El plano: sucesión de guiños inalterables por gracia del hado. Tomarán temor a caer en el vacío de un vendaval colérico.
La textura: velos que tapizan el volumen de una ruina y fueron capaces de absorber los diámetros congelados de una figura. Puntos abstemios que se difuminan en el trazado de una idea.
El relieve: tacto que reflexiona sobre el sabor del collage, el calor del grafito al nacer, y la triste epístola de una pincelada contagiada de estupro.
Color: exacerbación de una amazona criolla tras la muerte de un oráculo en pie de guerra.
Luz: cabellos exfoliados que embellecen la inmortalidad de una expresión haciéndonos creer en la superioridad de Mefistófeles y su ciencia, y su conducta y su honestidad.
Una mancha: peccata minuta de un convicto eximido a ver la doble efigie de un talismán terriblemente flagelado.
Un contorno: el laberinto, el convoy y la corte de matices tiembla, perturba y decae cercano a un final imprevisible.
El modelo: es la molestia subordinada de los signos naturales y abocados a perderse. Podrían cultivar nuevos reflejos si el misterio añil no compareciera jamás.
Las figuras: pequeñas deficiencias que lanzan a una cuneta los vestigios espirituales de la planicie sin párpados a los que embalsamar.
Blanco: el pandemonium libera las flemas desde su morada. Acabarán agotándose si la revolución de un microcosmos guarda la anunciación de una tempestad.
Álibe. Del libro "Las cenizas del edén"
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