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CÁLCULOS DEL AIRE

Pasaron por aquí - Hans Christian Andersen

Pasaron por aquí - Hans Christian Andersen

Por Ricardo Lorenzo

En un frío otoño, Hans Christian Andersen, paseó por Aranjuez

El 2 de abril de 1806, en Odense, nació Hans Christian Andersen, el autor danés más universal, el padre de "La sirenita" y otros cuentos infantiles inmortales. Su propia vida parece un cuento escrito por él. Hijo de una familia muy humilde, a los once años queda huérfano. A los catorce viaja a Copenhague e intenta fortuna como actor. El director del Teatro Real, James Collins, ve algo especial más allá de su estrafalaria figura de adolescente gigante y desgarvado con cara de ave, y le paga los estudios en una prestigiosa academia. Allí, voraz, se lo lee todo. Se enamora de Shakespeare y se embeleza con Schiller.
Hans Christian Andersen (1806-1875) ha pasado a la historia de la literatura como un magnífico cuentista para niños. Sin embargo su obra es mucho más amplia y abarca la poesía, la novela y los libros de viaje. Andersen fue un gran viajero en una época en que muy poca gente viajaba. Realizó largos viajes por toda Europa y visitó España en dos ocasiones. La primera vez, entre septiembre y diciembre de 1862, y la segunda, en 1866, camino de Portugal. De su primera visita nació "Viaje por España", una narración entusiasta, adobada con la fina ironía que le caracterizaba.
En dicho libro Aranjuez aparece en dos ocasiones. La primera, entrevista apenas, al anochecer, desde el tren que lo lleva a Madrid desde Alcazar de San Juan: "... Se hizo la oscuridad y de repente ésta aumentó al meternos por un túnel de matorrales y árboles entrando en Aranjuez, oasis del desierto de la provincia de Madrid. Naturalmente, nos vino al punto a la memoria la frase del ´Don Carlos`de Schiller: ´Los días gloriosos de Aranjuez han tocado a su fin`. Nos detuvimos un par de minutos en la estación; vimos proyectarse la luz del farol sobre los raíles, reverberar en los canales, y los minutos en Aranjuez se pasaron. De nuevo volaba el tren hacia Madrid, en una hora estaríamos allí".
En Madrid Andersen pasará frío, mucho frío, un frío que le recuerda el soneto de Gongora: "El aire de Madrid es tan sutil/ que mata a un hombre/ y no apaga un candil". Pero, aparte del frío, la lluvia y el lodo, Madrid le regala las maravillas del Prado y la amistosa camaradería con gente como el Duque de Rivas, Eugenio Hartzenbush o Cánovas del Castillo.
En Madrid permanece tres semanas y decide partir hacia Toledo con parada en Aranjuez (Ventajas de la época de Andersen en las que se podía ir en tren a Toledo desde Aranjuez y no como ahora):"En el tren de la mañana salimos de Madrid... A la luz del día corríamos por la dilatada comarca, cuya fisonomía es mejor que su fama; no hay tanto desierto como dicen; es como un enorme pastizal, pero parte de él está ya bajo cultivo y mucho más va a ser cultivado. Llegando a Aranjuez, la zona muestra un parecido notable con Dinamarca: hay grandes árboles de tupida fronda y abundante maleza, y un parque cruzado por canales y rodeado de pequeños lagos; lo vimos a la luz de un frío otoño nórdico. La pequeña y edificada villa, con su palacio, su plaza delante del mismo, y su parque, parecía estar falta de gente; todo ello tenía un aspecto agradable, pero solitario y olvidado, como una finca abandonada por sus dueños. Bajo aquellos añosos árboles había pasado Felipe II sus ´días dichosos`. Aquí, en la darsena de los pequeños lagos había tenido Felipe IV su juguete, una diminuta armada."
Andersen pasa unas pocas horas en Aranjuez, las suficientes para percibir la atmósfera especial que la cubre de melancolía en los otoños fríos. Ahora le tocaba salir del oasis, subirse al tren y partir: "Saliendo por la vía de hierro de Aranjuez hacia Toledo, en seguida cambia el aspecto del paisaje; diríase que nos habíamos transportado a los alrededores de Roma, pues el amarillento Tajo se asemeja aquí sobremanera al Tiber. Pasamos corriendo por delante de caseríos solitarios y chozas abandonadas; en cada estación (Castillejos, Algodor) se agrupaba una abigarrada multitud. Al parecer, por todo este tramo del ferrocarril, las guardianas eran mujeres, empleadas en esta función. A cada momento veíase una madre, de pie, rodeada de chiquillos que le tiraban de la falda, mientras ella desplegaba la banderilla, blandiéndola en la dirección del tren".

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