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CÁLCULOS DEL AIRE

Otra vez regresa el satén de la lluvia para dejarse de nuevo seducir. Desde el interior de mi madriguera la contemplo, la revivo, la custodio como ese elemento familiar que se ausenta por largas temporadas de casa y, que, en su llegada, se hace merecedor de múltiples afectos y muestras de cariño.

De nuevo retorno al cajón del diario para rellenar esos renglones de la memoria que empezaban a destilar olor a naftalina. Desconozco el motivo pero, da igual: permanezco fiel al impulso del vómito de las reflexiones, la misma fidelidad de un niño que reclama su ingente porción de protagonismo a los progenitores.

Otra vez conecto con la escritura para alejar el llanto, para cubrir de arenisca la bóveda de los dañinos pensamientos. Otra vez me acerco a ella para destetarme (si fuera posible) de esas ubres de la enmohecida realidad que recala, cada día, con un brío y una rotundidad imperativa y tiránica.

Hastiado de las funestas noticias de la pandemia, de la crispación política que merma mi apego a las señas más representativas del Estado… asomo con descaro el hocico tanto al universo de la fantasía como al terreno de los proyectos más prosaicos y lucrativos. La idea de reconducir el oficio de las letras al panorama del marketing toma fuerza a medida que los meses se dilapidan.

Hay una pequeña escama que merodea cerca de mí: la falta de equilibrio entre el deseo y la obligación; o sea, la de cumplir mis pasiones literarias con las de conjugar mis responsabilidades textuales con los clientes. Siento que son dos fuerzas agregadas, opuestas, dos cabezas de Medusa que van a su libre albedrío y que tratan de dominar la una a la otra. En esa situación debo aparecer en el escenario en el papel de reconciliador, pacificador, mediador, servir de árbitro que con buen tino, paciencia y acierto sepa ponderar a ambas fieras.

Mientras la lluvia apenas deja rastro en las ventanas del hogar el frío, el frío personal, se presenta y se instala en el despacho mientras aporreo el teclado. Normal, cuando el silencio que atraviesa cada poro de mi anatomía es preludio de una melancolía que ya es patrimonio genérico y compartido con el resto de habitantes del planeta.

A estas alturas no sé que puede asolar más: si la patología infecciosa o la hondonada emocional que sufre el humano durante estos tramos temporales tan aciagos.

Al tanto, aún hoy, las fuerzas me permiten alzar la divisa verdosa del consuelo. Mañana que el destino interceda y, que mi mano pueda liberarse, una vez más, de los amenazantes grilletes del temor.

 

 

Álibe

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