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CÁLCULOS DEL AIRE

Pasaje a la eternidad (Brihuega y Atienza)

Pasaje a la eternidad (Brihuega y Atienza)

Con unas sorprendentes y benignas condiciones climáticas, Brihuega, la villa alcarreña, me recibe con su decoroso conjunto arquitectónico en una jornada enfundada con el sayo de la festividad. Olivia, como consumada y agradable acompañante, me guía y dirige durante un trayecto plácido, sereno, jubilosamente relajado; la niebla aparcelada bajo las orografías inferiores regalan una atmósfera reconfortante a lo largo del mediodía.

Mi desconcierto con la vestimenta es amplio y notorio; mientras en la ribera del Tajo el frío y la humedad se cebaban con virulencia sobre mis huesos, aquí, los rayos  del sol bendicen con generosidad mi salubridad, hasta el humor.

En Brihuega todo expele medievalismo. Sus calles, sus pulcros rincones meticulosamente restaurados en aras de una uniforme y deslumbrante estética, inunda este tablero erigido para la conservación de un trazado que sorprende y seduce.

Serpenteamos el casco histórico. Observamos, desde miradores puntuales, panorámicas excelsas que solicitan ser plasmadas en lucidos lienzos; atravesamos arcos de imponente factura; nos congraciamos con la Real Fabrica de Paños en la que jóvenes promesas de la pintura ejercitan su pasión con una fervorosa entrega.

En la hora del almuerzo decidimos enfilar el mascarón de proa hacia la coqueta localidad serrana de Atienza. Al llegar a ella me topo con un pueblecito pletórico de rubíes monumentales que, desde luego,  supera con creces mis expectativas iniciales.

Crear un inventario patrimonial sería muy osado por mi parte (atendiendo sobre todo al poco tiempo que permanecí) aunque destacaría: su plaza porticada de irregular estructura, el fastuoso Arco de Arrebatacapas y los blasones y fachadas que en impoluto estado forjan un aspecto de evidente reclamo visual.

Como no todo puede catalogarse como supremo, la contrapartida atencina llegó de la mano o del brazo del restaurante en el que decidimos cumplir nuestras necesidades alimentarias. El servicio de la terraza resultó precario, la gelidez del espacio me congelaba más que el cráneo alopécico, y los platos requeridos tal vez serían aptos pero únicamente para la nutrición de una piara de medio pelo.

De sorpresas supinas se encuentra saciado el reino de los avatares y los sueños. En esta ocasión tocó cubrir el espectro de las bienaventuranzas domésticas con el venerado sello de la antidisplicencia en pagos de alto relumbrón. Álibe dixit.

 

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