San Fco. de Campeche ( Estados Unidos Mexicanos)
Es el día del asentamiento. Con la fiel compañía de mi estimada Ely decidimos, desde la media mañana, comenzar en la búsqueda de un alojamiento digno y económico en Campeche donde poder hospedarme durante la mayor parte de mi estancia americana. Después de preguntar en un hotel llega el momento más esperado: el avistamiento general de la ciudad.
Para empezar el rumbo cruzamos la carretera de El Malecón y, entre un no muy denso tráfico automovilístico, contemplamos unas desconcertantes aguas del golfo de México calmas, serenas, sin apenas encrespamientos, remansadas por una fuerza desconocida que configura un mar hipnotizado a la indolencia permanente. En la lejanía del horizonte se visualiza sin dificultad una plataforma petrolífera; desde luego toda una incontestable señal de florecimiento económico de los vecinos norteños y de amenaza ecológica a buena porción del litoral campechano.
Tras cubrir un tramo de El Malecón nos topamos de bruces con el baluarte amurallado de la población. Destaca de él su solidez, su complexión adusta, recia, amazacotada y sus combinaciones cromáticas de grises, pardos, gamas oscuras generadas por el clima sub-tropical de la región. Una vez perfilado a pie el bastión defensivo llegamos a la zona más noble de la localidad: el Zócalo, llamado el centro para los oriundos. Consta de unos muy cuidados soportales de fachadas de colores vivos, la siempre sugerente entrada al Museo de Arqueología, y, en el epicentro de la Plaza, un imponente quiosco de planta circular con turistas en su interior sentados al disfrute de refrescos y descanso.
Ya en el margen de la Plaza se erige la Catedral formando un interesante conjunto de Barroco español con dos elevadas torres y, que en su interior, conserva pinturas de los pasos de Cristo y elementos arquitectónicos simples que contrastan con las edificaciones religiosas y coetáneas de la Península Ibérica. Alejándose ligeramente del corazón urbano de la ciudad surge la Iglesia de San Francisco.
La primera valoración que puedo realizar del centro histórico es óptima donde el sabor campechano-yucateco brilla profusamente en el damero numérico de callejas tranquilas y vistosas que completan a esta provinciana capital.
Ángel Fdez. de Marco (Álibe)
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