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CÁLCULOS DEL AIRE

Aproximación a Cabañeros

Aproximación a Cabañeros

* Sábado, 1 de abril de 2023                            (Anchuras, Enjambre) 

 

 

Los meses transcurren, el buen clima retorna, la primavera despunta y el ánimo del merodeador aumenta con los trajines y avatares que ofrece la estación.

Esta vez el rumbo se dirige hacia la localidad de Anchuras (Ciudad Real), espacio donde la exuberancia del paisaje y su aislamiento la confieren un valor destacado.

En la ruta me acompaña Patricia y su abundante y variada locuacidad.

El primer aspecto a destacar es la dificultad que conlleva llegar al enclave. Hasta Los Navalucillos no supone complejidad mayor; habría que esperar hasta el encuentro con Los Alares para que los enormes boquetes del asfalto me sorprendieran, a modo, de inmensos cráteres sobre el suelo. Toda una real y espontánea odisea.

Ya en Anchuras aguardaba iniciar la ruta literaria, junto al novelista Rafael Cabanillas, que nos conduciría a la aldea de Enjambre —título y protagonista de la obra homónima—.

Una formidable marabunta humana esperaba, la sorpresa del todo mayúscula; ganas y excelente voluntad aglutiné para realizar los 6,5 kilómetros que separan ambos núcleos rurales.

Sobre una senda jalonada de olivos y una masa abrupta de relieves imponentes (que me recuerdan a la vecina Extremadura), serpenteaba la no muy exigente travesía.

Con la belleza de aquellos parajes recaló quizás uno de los mayores asombros de la jornada: conocer a Daniel. Con apenas veinticuatro años es ingeniero mecánico, residente en Getafe y descendiente de una familia asentada en el caserío desde hace un manojo de décadas. La marcha junto a él y Patri es primorosa, cordial, afable, distendida... las conversaciones fluyen armoniosamente entre la caminata y un sol aliviador.

En el interior de la aldea se brindó con generosidad a mostrarnos, con su hermoso bordón, el exiguo trazado del asentamiento. Recorrí su calle principal, el modesto aspecto exterior de la iglesia pude contemplar; más tarde alcanzamos a ojear por dentro el camposanto con apenas una veintena de sepulcros. El ambiente me suscitó agrado, paz, ninguna sensación perturbadora.

Tras admirar los murales pintados sobre las paredes de unas casas llega el momento de regresar a Anchuras. A partir de ahí se gesta el nerviosismo, la confusión, la intranquilidad; demasiadas personas para tan poco medio de transporte genera cierta impaciencia en algunos, incluida mi compañera.

Fantástica jornada de exploración.

Un pequeño limón y un cesto repleto de bondades emocionales se compone mi equipaje de retorno. Este primero de abril, llegó, para agasajarme, ancho y profundo.

 

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