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CÁLCULOS DEL AIRE

Entre rejas

Entre rejas

Recuerdo los vanos intentos del ocaso en deshilachar las fibras desgastadas del día. Con el estómago perforado por una madeja repleta de nervios, y la pesadez plúmbea de mis huesos en estas tardías horas de la jornada, el imponente portalón del presidio me espera. Antes de entrar en él no siento grandes necesidades; ninguna preocupación personal se cruza como espesa barbotina por mi mente. Mi cuerpo, mi organismo –también la parte correspondiente al ámbito no físico, corporal –parece diluirse en una fragancia laxa, de desgana, se divide y debilita en múltiples partículas que osan desembocar en un colorido territorio, lleno de desconocimiento.

En estos momentos no sufro ningún ápice de culpabilidad. La justicia desea ejecutar su cometido y, asumo los cargos delictivos que se me imponen, con un grumoso estoicismo hasta la fecha irreconocible.

Ahora que mi cabeza merodea por cierto nivel de abotargamiento, en el inicio de lo que se supone será mi mayor calvario vital, me pregunto: qué resortes dispone el metal de la ley para no errar; dónde coloca las balizas de la equidad (pero aquella, la verídica, que no siempre coincide con la rubricada); qué parámetros emplea para ser tendidos sobre las cuerdas de lo ejemplarizante; qué razones garantes prioriza ante tantos casos contagiados por el desacierto y la equivocación.

Es curioso: obvio todo aquello que afecta a mi persona, sin embargo me alerta, me daña, me produce desazón sospechar de tan innúmero de dictámenes que recalan, en el mundo entero, en la panorámica de la impunidad.

Pensar en la imperfección humana me aterra, cavilar sobre las nocivas consecuencias que muchos sufren por la artera condición del poder me enerva, me regurgita la bilis tras el tapiz del silencio.

Tan solo unos metros me separan para enmohecer mi cuerpo bajo el caparazón protector de mamá Estado. Mi conciencia, fruto parejo de realidad y ensoñación, se sumerge en el fluido viscoso de la catalepsia. Conmigo un nuevo maniquí homicida será fresco cebo para el moscardón del hastío.

 

Reflejos de tinta azul.

Álibe

 

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