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CÁLCULOS DEL AIRE

P.N. Cañón del Río Lobos

P.N. Cañón del Río Lobos Amaneció el día desconcertante. Con la presencia de un cielo cubierto, oscuro, muy amenazador de lluvia, chubascoso, se originó un nuevo trayecto; esta vez hacia la localidad de San Esteban de Gormaz. Allí nuestro grupo de Madrid se las vería con la facción pucelana para descubrir las inmediaciones de esta población soriana de evidente atractivo otoñal. El viaje resultó cómodo, plácido donde las conversaciones y el buen humor entre nosotros (los tres expedicionarios del foro) acapararon buena parte del recorrido. Sorprende y esperanzador resultó comprobar que los pronósticos acuosos se diluyeron por completo tras atravesar el puente de Somosierra: tras él, la llanura castellana se divisaba con grandes claros a medida que el auto acercábase hacia territorios menos abruptos y elevados.
Una escasa hora y media vino a ocupar el tiempo empleado en llegar a San Esteban. El silencio tibio y melancólico, el color ocre de las arboledas colindantes a un Duero mayestático pero sereno, y una ausencia de vecinos casi completa, a esas horas de la media mañana, fueron los principales elementos con los que se nos ofreció la bienvenida.
Bordeando el río llegamos al denominado Museo del Románico, lugar esencial de la ruta del día, aunque después de varias deliberaciones se decidió posponer la visita –aprovechando la bonanza climática – en beneficio del Cañón del Río Lobos y paladear así “el gusanillo” de la caminata senderista.
Nueva puesta en marcha. En Burgo de Osma esperaría el grueso del grupo. Al estacionarnos en la villa descubrimos que la entidad municipal que nos acogió rezumaba encanto y sentido estético, una vestidura medieval lozana y rumbosa poco disimulable en contraste con el marchamo de sobriedad que atesora el arte castellano-leonés. Destacaba el recinto amurallado consecuentemente restaurado de las heridas temporales y una esbelta y sólida torre sobresaliente del edificio de la Catedral.
Al abandonar Burgo de Osma, esta vez todos agrupados en sus respectivos vehículos, esperaba el Parque Natural del Cañón, un terreno por completo ignorado, desconocido para mi persona.
Cruzamos Ucero y tras tomar una pista asfaltada en rampa que nos dirigía al núcleo de entrada, comenzaba lo realmente jugoso, lo realmente esplendoroso y gratificante: la armoniosa sintonía de un enclave lleno de atributos extraordinarios.
Las lluvias registradas en las últimas fechas llegaron para resaltar aún más la belleza del sitio con verdor fresco y luminoso. El camino emprendido a pie era llano, con ligeras irregularidades; ninguna dificultad impedía ser conscientes de este panorama edénico en plena serranía soriana. Poca distracciones humanas en forma de ciclista ocasional o transeúnte dominguero se cruzó en demasía, tan sólo ligeras corrientes de aire y el filtro de la luz jugando como al escondite con las nubes conformaron el conjunto de factores inmiscuidos en la andadura.
Llegamos a una ermita románica. Detrás de ella se alzaban descomunales paredes de roca y las agigantadas bocas de grutas que guarecían algo de presencia humana.
La acuarela paisajística no podría prometer más; a las generosas praderas se les agregaba las sabinas, los robles, los juncos, los nenúfares, los arroyuelos festinados de aguas transparentes y piedras blancas, relucientes; las comunidades de buitres leonados que como ángeles dantescos en penitencia planeaban en sincrónica libertad.
Después del almuerzo, chispeante, hilarante emprendimos dirección hacia el Puente de los siete ojos aunque la distancia que nos separaba de él, nos aconsejó retomar la dirección de vuelta ante las pocas horas de luz disponibles.

Cañón del Río Lobos: Espacio abierto nunca amedrentado por la figura del hombre y su vulgar alineación. Cuna del mestizaje rupestre de la naturaleza con el milagro de la existencia... Abrevadero perenne de color, unción y errática turbación.


Ángel Fdez. de Marco (Álibe).2005

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