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CÁLCULOS DEL AIRE

Abducción

Abducción

Nunca olvidaré aquel verano de finales de la década de los 60, en el que después de trabajar en la fábrica durante toda la noche, al término de la jornada me esperaba la experiencia más extraña y paranormal de mi vida.
Eran las seis de la mañana cuando, como todos los días, aullaba la sirena del cambio de turno. Los que entraban tenían cara de haber dormido poco y apenas gesticulaban, con desgana plomiza, un saludo con los que salían. También soñolientos por el trabajo nocturno.
Me retrasé un poco charlando con un antiguo amigo que hacía años que no veía y que había empezado a trabajar a primeros de mes. Por lo animado de la conversación pasó el tiempo sin sentirlo y demoré mi salida casi media hora.
Ya fuera, en el exterior del recinto, el aire fresco reavivó mis pulmones, a la vez que un extraño sentimiento convergía en mi interior desembocando, inexorablemente, en los abismos del miedo. Las farolas, que solían iluminar el aparcamiento, esta vez no funcionaban y todo estaba sumido en una tenebrosa oscuridad. El resto de mis compañeros se había marchado en busca de sueños de placer. Yo era el único y solitario trabajador que permanecía allí, de pie, contemplando las estrellas y respirando profundamente, cada vez más deprisa.
Empecé a oír un imperceptible zumbido proveniente del gran cielo azabachado. Alcé la mirada y vi algo oscuro que empezaba a ocultar el brillo de los astros del cielo, convirtiendo la bóveda celeste en un gran vacío negro. Mis pupilas parecían atraídas, como por imán, hacia la extraña nube, impactadas por una mezcla de sensaciones, entre impresionadas y asustadizas. De repente, cientos de luces multicolores deflagraron de aquel, ya sin lugar a dudas, OVNI. Eran lenguas de luz de diferente intensidad y matices, que dirigían su luminosidad en todas las direcciones posibles. Con el resplandor policromado pude cerciorarme mejor de que no estaba soñando, y que se trataba de una nave con forma convexa y aplanada, como un plato vuelto al revés. La gran superficie, que abarcaba todo el aparcamiento y parte del tejado de la fábrica, se desplazaba con languidez enfermiza, proyectando desde el centro de la circunferencia de su base, un gran rayo azul de un metro de ancho, que temerariamente, se iba acercando hacia donde yo estaba.
Intenté salir corriendo, en una huida inútil de lo desconocido, pero un agudo zumbido se clavaba en mis oídos como alfileres, dejándome paralizado como una estatua, inútiles mis músculos, y con toda seguridad, perturbando mi entendimiento y raciocinio para el resto de mi vida. Cuando el haz de luz lapislázuli me envolvió en su neblina celestial, empecé a levitar sobre el suelo en ascensión perpetua, y como una insignificante mota de polvo fui volando hasta el interior del artefacto volante.
Cuando cesó el efecto de ingravidez también mi cuerpo cedió ante el fin de la paralización, devolviéndome a un estado de cordura y desentumecimiento de las articulaciones. Giré sobre mi persona y contemplé con asombro el singular habitáculo donde me encontraba. Era una sala circular, sin ventanas y carente de puertas aparentemente a la vista. Las paredes eran de color turquesa, sin ningún tipo de adorno ni ornamentación, lisas, frías, tristes. En el centro del ruedo había una camilla similar a la de los quirófanos de los hospitales, pero sin ningún tipo de aparato o utensilio alrededor que delatara tratarse de algo más que un mueble para el descanso.
Mientras miraba la mesa percibí una presencia anormal a mi espalda, notaba que me observaba, me giré y frente a mí descubrí, con asombro, a tres individuos que por la morfología que tenían sus cuerpos, no cabía duda de que eran seres de otro planeta. Se asemejaban a los humanos, pero resaltaba la extraordinaria altura, como de dos metros y medio, y evidenciaban un conjunto anormalmente delgado. Lo que más me llamó la atención fue el volumen desproporcionado de la cabeza y la excesiva longitud de los dedos de las manos. Los ojos eran negros y opacos y no dejaban ver, en ningún momento, hacia dónde dirigían sus miradas. Iban desnudos pero carecían de vello alguno o de algún órgano sexual que indicará si era femenino o masculino, lo más posible es que estuvieran tan evolucionados que no necesitaran sexo para reproducirse... o que no lo tuvieran a la vista, como comprobé más tarde.
Uno de ellos me apuntó con un artilugio que se parecía a una pistola, pero que en vez de cañón tenía una gran bola dorada. Vi que de la esfera salía un rayo de color rojo y que iba a perderse directamente en mi pecho, no sabía si era un láser o algo parecido, pero los efectos sí que los noté. Porque me quedé petrificado sin capacidad de realizar movimiento alguno. Mis manos, mis piernas, mi cabeza, todo estaba inmóvil. Podía oír y ver, pero nada más. Hablaban entre ellos con un chillido similar al que hacen las ratas y entre los tres me cogieron y me tumbaron en la camilla. Boca abajo.
Cortaron mis ropas con una especie de bisturí y me despojaron de cualquier tela que estuviera en mi cuerpo. Desnudo y en posición decúbito prono sólo podía ver el suelo, y así, con un campo de visión tan reducido, no me di cuenta cuando uno de los extraterrestres se subió encima de mí. Noté la frialdad de su cuerpo contra el mío, como si me acariciara un sapo. Y su aliento de cloaca me producía escalofríos en mi nuca. No podía moverme, pero lo noté. Algo frío entro en mi recto como un obús. Ni siquiera me inmuté, no sentía dolor, ni placer, pero sí rabia e impotencia por el atropello sexual al que me veía sometido. Ni tan siquiera podía gritarle que era un marciano hijo de puta. Nada. Sólo podía esperar a que terminara de meter y sacar aquello por mi ano. Aunque yo pensaba que eran asexuales, la silenciosa sodomización me indicaba lo contrario.
No sé en qué momento del acto sentí cómo un sopor se adueñaba de mi cuerpo, incitándole a perderse en un jardín de suaves olores y mullidos colchones de hojas, donde reposar mi espíritu y descansar mi alma. Me dormí. Un sueño embriagador y placentero fue relajando mis músculos inmóviles, hasta que el bienestar se adueñó de mis neuronas, sumiéndolas en un letargo inevitable.
Solitario y en cueros me abandonaron en aquella extraña sala oval. Cuando se pasaron los efectos del láser volví a ser consciente, me levanté para buscar una salida por la que escapar. Las paredes eran lisas, tan sólo un pulsador, parecido a las setas rojas que tenían las máquinas de la fábrica, para hacer paradas de emergencia. Tras darle un buen porrazo con la palma de la mano, como solía hacer en mi trabajo, una puerta oculta subió hacia arriba, enrollándose como una persiana. Tras despojarme de la duda de si seguir adelante o no, traspasé el umbral, desnudo como iba, en busca de una vía de escape. A través del pasillo desemboqué en una gran sala, me bastaron unos segundos en la estancia para hacer que flaquearan mis piernas, amenazando una rotunda caída. Por todas partes había gigantescos frascos de cristal, y en su interior, seres humanos, flotando en algún líquido para conservarlos, formol supongo. Había de todo, hombres, mujeres, niños. De todas las edades y razas. Y en el centro una mesa con probetas, pipetas y quemadores. Sin duda era el laboratorio donde llevaban a cabo sus experimentos, donde con toda seguridad pensaban llevarme a mí.
Absorto con la visión horrorosa que tenía delante, me sobresaltó oír tras de mí un pequeño chillido de rata, me volví y me encontré de frente a un alienígena. No sabía si era uno de los de antes, porque todos parecían iguales, pero me apuntaba con su pistola, y otra vez, un rayo rojo salió de la bola de oro y fue a fijarse en mi abdomen. Y al quedarme inmóvil empecé a pensar en una nueva violación o en algún experimento con mi cuerpo. Pero antes de saber nada, me dormí en un sueño profundo.
Me despertó el frescor de la mañana, acariciándome la cara con sus dedos de roció. Estaba solo en el parking, tumbado en el suelo, más bien tirado como un pañuelo usado. La consciencia fue haciéndose hueco en mi cerebro y me di cuenta de que todo había sido un sueño provocado por un desmayo involuntario, a causa de una bajada de tensión arterial, o algo así.
Me incorporé un poco y me senté. Estaba vestido con mi ropa gris de trabajar. Mi mano se dirigió hacia el antebrazo, atraído por un incipiente picor. Al mirar la causa del rascamiento, la sangre se me heló al comprobar que tenia un tatuaje que no sabia cómo había llegado hasta allí, era el dibujo de una mano, pero con los dedos corazón y anular separados, formando una V. Intentaba convencerme a mí mismo de que con la caída había perdido la memoria y no conseguía recordar cuándo me hice el Anagrama. Pero al levantarme y andar unos pasos, un dolor anal hizo que la pesadilla de los extraterrestres volviera a mi memoria, confirmándome que todo lo que había pasado no era una invención, y que verdaderamente, yo había sido victima de una abducción de los extraterrestres.


Fernando García de la Rosa

1 comentario

yessica -

muy raro la verdad no savia nada de las sirenas