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CÁLCULOS DEL AIRE

El loco, de Jalil Gibrán

El loco, de Jalil Gibrán

“Fue así que enloquecí. Y en mi locura hallé la libertad y la seguridad; la libertad de estar solo y la seguridad de no ser comprendido...”


Reza Gibrán con esta aseveración en el principio de su obra “El loco”. El libanés, autor místico de principios del siglo XX, aborda en el libro una búsqueda irrefrenable de luz, verdad, justicia y virtud que producirá al lector una apertura cándida y visionaria llena de sutilezas, a modo de relatos concisos, muy breves. Con una estética e imaginería sencilla, pero variada (que nos familiariza cercanamente con la tradición orientalista de “Las mil y una noches”, o la línea filosófica de Jayyam), el texto permite atisbar un preciso recorrido sobre las esferas concéntricas del espíritu humano o, en su mayor particularidad, en las estaciones cíclicas de su conducta. La mezquindad, la vanidad, la ambición, la envidia, el engaño ocupan implícitamente las acciones que los personajes desarrollan en los melifluos relatos que la pluma de Jalil expone; siempre con el sello no boicoteado de la belleza transparente, lírica, de gran intensidad. En conseguir esos efectos se sirve de una estructura narrativa similar a la de la fábula donde los protagonistas en forma de individuos, animales e incluso entes étereos e inanimados (“Los siete egos”, “las tres hormigas”), ofrecen a título coral normas y pareces éticos en un afán en que el lector elija y se involucre en el que considere más acorde a sus principios morales.
Jalil Gribrán se nutre de la experiencia de Dios, del estudio de las realidades teológicas con un cierto especticismo latente ya visto en otras de sus insignes obras. Testifica contra las sombrías ramificaciones del hombre para luego, más tarde, facilitarle las claves esenciales del conocimiento; guía al humano con las antorchas de la cordura en el intento de reconducirlo por los márgenes de la certeza y la bondad; se inmiscuye en la esperanza, posiblemente tardía de la razón, contra la superchería heredada que tanta perturbación ha ocasionado a través de los tiempos y civilizaciones.
El escritor aquí, no realiza tan sólo las veces de un mero transcriptor de leyendas orales, escrituras virtuosas y consagradas, es mucho más: ejerce no oficiosamente como baluarte de un ethos natural, tolerante y aceptado que proclama junto la aceptación del yo, el culto a la armonía social.
Las múltiples máscaras que nos ocultan el verdadero esplendor del rostro, nuestro rostro y la divinidad que lo recubre, son las que Gibrán nos invita a despojarnos con dulce apacibilidad.

“Pero no dejéis que me enorgullezca demasiado de mi seguridad; ni siquiera el ladrón encarcelado está a salvo de otro ladrón.”

Ángel Fdez. Damarcus. (Álibe)


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