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CÁLCULOS DEL AIRE

Chorrera de San Mamés

Chorrera de San Mamés

Pálpito de cansancio en los costados del aliento. El empinado sendero que espera ser acometido enmudece, ahoga el tiempo bajo un alud de quietud, conspira con la calina serrana mientras nuestros pies inician el periplo desconocido de la aventura. Coníferas en cuerpo de abeto inundan los rincones panorámicos que, bendecidos con la tacha de la belleza, reconfortan los sentidos, sólo y aquellos sentidos humanizados por el influjo de una divinidad esquiva e irreal en muchos mortales. Se inicia la subida. La pista apunta erguida sin notables desniveles como permitiéndonos así unificar y normalizar en criterio común percepciones, impresiones, el conjunto de gratificaciones que gradualmente vamos adquiriendo a medida que avanza el recorrido.
Un crisol paisajístico es incapaz de impedir sobre este talud curiosidad y asombro. Al cardumen arbóreo vislumbrado se añade, al fondo, la presencia de un espacio acuático en forma de embalse, y al igual que la tierra, y la ligera brisa montaraz, y al igual que el cielo, y su lozana capa de salud y fertilidad, comportan un juego de armonías y ritmos en perfecta consonancia.
En las capas superiores, en el punto más álgido de esta etapa esperarán lajas repartidas a modo de caramelos sobre la estela del caminante; esencias arbustivas, blasonadas con el amarillo y el púrpura en un afán innato al verbo de la seducción... y ¿Cómo no? La chorrera de nuestros delirios, la de San Mamés, en un alegato a la exaltación espiritual a través de la luz y el sonido.
Su brazo en caída sobre el frente rocoso, los metros de ese cuerpo alargado y argentino en su espigada verticalidad me conceden una amplísima bocanada de brillo y meditación, de color e ingravidez propias de un cuerpo incandescente que se originó en quién sabe micro-espacio del cosmos.
Han pasado ya fechas desde aquella cita. Aún, por la noches, una febril sacudida súbita y espontánea acelera mi pulso, produciéndome un despertar angustioso y desesperado. A veces para mitigar estos indeseables efectos me levanto, paseo por las instancias de mi hogar hasta que se produce el apaciguamiento; en otras ocasiones, tumbado en el lecho, proyecto mi mente sobre la frescura láctea de aquellas aguas que, cómo un Jordán augusto, me bañan en eterna placidez.


Ángel Fdez. de Marco. 2006

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