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CÁLCULOS DEL AIRE

Travesía Edfú-Luxor (Rep. de Egipto)

Travesía   Edfú-Luxor  (Rep. de Egipto) Jornada agotadora de visitas. Por la mañana, muy temprano, iniciamos el recorrido atracando en la localidad de Edfú. Allí montados en calesas damos testimonio de las míseras condiciones de la población, del estado calamitoso de las calles y, en general, de la sensación de abandono, desidia y suciedad que presiden todos los rincones de este parnaso olvidado de Alá.Nuestro chófer trata de ganarnos la confianza (y sobre todo una sustanciosa propina) a través de sencillas frases de bienvenida en un más que deficiente castellano. Llegamos al final del trayecto: nuestra calesa se detiene en una larguísima caravana dispuesta en fila a las puertas del Templo de la ciudad. Éste se nos presenta colosal, titánico, granítico, después de recorrer un tramo polvoriento atestado de curiosos, como una mole bárbara que mantiene una conservación arquitectónica envidiable. Si retornara a la vida Horus seguro que podría sentirse más que orgulloso con "su santuario particular".
Hacia la tarde tengo el placer de escuchar las amenas charlas del Licenciado Sr. Said en la cafetería del Moon River; fue todo un placer. Innumerables relatos mitológicos corrieron por los oídos de los presentes donde abundantes pensamientos e ideas, ligadas a un hombre con su vasta formación, pudo ofrecer a toda la concurrencia. Sobre las cinco de la tarde parte de los pasajeros se entretienen en cubierta consumiendo te o refrescos, mientras yo formalizo los trámites de nuevas visitas. También tengo la ocasión de conocer al pequeño guía egipcio de ojos vivarachos y a mis dos nuevas compañeras de travesía: ambas catalanas, de constitución corpulenta, con estilo reggae pasado por batidora, y con grandes ansías arqueológicas.
El Templo de Luxor, a la caída de la tarde, me produce una sensación de catarsis extraña,atmosférica, onírica. Las bandadas de aves surcando los cielos mestizados por el crepúsculo, las oraciones islámicas disolviéndose por los minaretes circundando nuestros cuerpos, la incipiente oscuridad esperando entrar en la maraña selvática de columnas y esculturas; todo en un extraño matiz de sosiego y emoción contenida.
Después cena ligera, agridulce, escasa, exótica pero insuficiente y mínima para cubrir parte del gasto energético. A posteriori, antes de regresar al camarote: derviches giróvagos y muchacha rolliza contoneando el palmito ante la buena acogida del respetable.

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