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CÁLCULOS DEL AIRE

Sierra del Rincón

Sábado resplandeciente en un día primaveral frío, algo inestable y persistente viento. Resplandeciente y primoroso, magnífico y edificante por la “intromisión turística”, en compañía de Alicia, en el vértice norte de la provincia de Madrid. Lugar ubicado en un eje estratégico donde las coordenadas y parámetros de medida pierden significado sustancial, y donde el privilegio de constatar un ecosistema natural puede calificarse de indefinible.
El viaje efectuado a la Sierra del Rincón ha supuesto una nueva conciliación con la belleza, la armonía y el cariz sagrado que ofrece al viajero el mundo del silencio, de los paisajes enmarcados en escenas pictóricas biseladas, en vivencias y pensamientos glorificados por un bienestar misteriosamente placentero.
Para que el lector pueda hacerse una somera idea del grado de satisfacción que el itinerario me produjo, podría emplearse el símil del enorme gozo metafísico que puede percibir un advenedizo místico en un primer encuentro con la experiencia del milagro.
A pesar que la jornada nos regaló una atmósfera amenazante en las estribaciones de la sierra madrileña, pronto pude intuir que el día, de verdad, prometería. Y por fortuna el vaticinio no se truncó.
Una vez llegada a la altura de Buitrago de Lozoya, con su colosal muralla árabe, con las sobrias viviendas de laja montañesa percibí que llegábamos a un terreno especial, radiante, muy dispar al acostumbrado mío de huerta y vega.
La temperatura, a media que ascendíamos, caía a niveles invernales pues aunque el empeoramiento general en el resto de la Comunidad sufrió un firme descenso, aquí, las condiciones climáticas, se acentuaron con mayor rigor.
Con el frío a cuestas atravesamos el poblado de Gandullas mientras las alturas comenzaban a elevarse progresivamente. Al paso de la localidad las vistas, el relieve siempre abrupto y verde que atraviesa la sinuosidad del recorrido, componían un escenario de difícil olvido. Por estos lares eran frecuentes los encuentros con variedad de coníferas alzadas entre la orografía irregular del terreno, e incluso la observación de alguna rapaz ocasional, pudo realizarse cumpliendo con los tramos que nos acercarían a los límites de la provincia capitalina.
A los pocos kilómetros alcanzamos Prádena del Rincón, el espacio que nos acercó a la vista las dehesas y praderas repletas de vida que dan nombre a tan extraordinaria villa. Y a escasos minutos, por la misma vía angosta y solitaria que nos acompañó, topamos con Montejo de La Sierra. Montejo sin discusión hace de centro epitelial en esta esquina diáfana de luz y regeneración constante. Fue la localidad donde decidimos parar la marcha emprendiendo las gestiones para la visita del fragante “Hayedo”, el paraje declarado Sitio Natural de Interés Nacional desde hace ya treinta y un años. En él, con visita guiada, contemplamos el curso inicial de un Jarama demasiado púber, también y sobre todo fuimos testigos de ejemplares imponentes de hayas, robles, melojos y abedules. La singularidad del enclave ocasionó a los excursionistas congregados muestras de asombro y maravilla por la conservación de tanta especie alojada en tamañas condiciones. Todo el recorrido (apenas unos tres kilómetros) lo aprecié al igual que la visita a la pinacoteca de mayor prestigio disponible. Desde luego el lugar no se merecía otra distinción.
Concluida la caminata organizada decidimos continuar a través de las lindes de la comarca. En un cruce, dejado atrás el Puerto de La Hiruela, decidimos arribar al pueblo homónimo para si cabe agasajar más a nuestra curiosidad permanente. En la aldea paseamos, entre la mirada indagatoria de algún anciano lugareño de boina y rostro curtido, por el conjunto de casas de piedra, adobe y madera. Eran visibles los procesos de restauración ocasionados a las escasas viviendas, comprobando como algunas de ellas ofertaban servicios de hostelería y alojamiento a los osados merodeadores que desearan “profanar” este excepcional nido de águilas.
En La Hiruela se plantea dar finaliza la ruta. El regreso a la gran ciudad se acercaría con el gusto incombustible del descubrimiento transeúnte. Pronto vendrían los días para ordenar en limpio tantas sensaciones turbadas por esta imantación de origen tan hermoso como desconocido.

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